España: una cultura política

«A perro flaco, todo son pulgas», dice el viejo adagio. Que España lo parece, se evidencia en los periodos de crisis. El hecho de mayor gravedad, no obstante, es el aspecto de la clase dirigente, en su esfuerzo permanente por sacar beneficio de la ventajosa posición que ocupa. La cultura política española, por denominarla de alguna manera, es un volquete de camión de residuos, de impoluto exterior, hasta que se abre e inclina sobre el vertedero inmenso que abarca el conjunto del espacio a que nuestra vista alcanza. Nos embarga la sensación de encontrarnos rodeados de basura y asentados sobre ella; sensación que nos lleva a sentirnos pringados igualmente y sin confianza en poder escapar de la porquería que embebe el ambiente. Hoy se hace público que el prócer mandatario político, o señero referente en el campo económico, banquero o empresario, experto en materias complejas y demás, se ha beneficiado de decisiones irregulares promovidas por sus congéneres, gracias a las que ha podido acceder, no únicamente a los impresionantes recursos de instituciones públicas y privadas, mediante la simple aplicación de trámites que se denominan de ingeniería financiera, sino a gastos de consumos superfluos, en una medida que supera cuanto pueden desear individuos, no ya pobres, sino acomodados, para el conjunto de sus necesidades básicas y extraordinarias.

Es la corrupción que parece irritar -cuando menos, esto es lo que manifiestan- a dirigentes de partidos, sindicatos, organizaciones patronales y demás; denunciando con contundencia a quienes acaban de ser descubiertos en operaciones irregulares y delictivas como resultado de filtraciones, noticias de prensa o mediante iniciativas de fiscales y jueces; acusados ahora, y por cierto, hasta el día anterior amigos, colaboradores y colegas de quienes, reclaman en este momento medidas drásticas en lo penal y prometen soluciones políticas para salvaguardar al sistema de convivencia colectivo de los riesgos que implican las prácticas corruptas. Se sostiene que la corrupción no nace del propio sistema. Es más bien resultado de la flojedad individual, que termina por afectar a determinadas personas con responsabilidades en recursos públicos, manejados con poco cuidado. Por no responder al sistema mismo, la cuestión de la corrupción tiene que ser afrontada únicamente como un hecho particular ¡En este esfuerzo se encuentran empeñados gobierno, direcciones de partidos y responsables institucionales, quienes no están dispuestos a consentir tales prácticas! ¡Tolerancia cero…! A este respecto, es suficiente con introducir ciertos resortes de control con el fin de evitar las desviaciones individuales, más por el perjuicio que causan a la colectividad y mala imagen que dan de la administración. En definitiva -se pretende- que el funcionamiento del ordenamiento jurídico y político español mantiene las condiciones de democrático, porque la corrupción no sobrepasa en esta materia el terreno de lo individual y la colectividad se encuentra segura, protegida por el marco jurídico idóneo. Políticos y administradores que se agrupan bajo el epígrafe de demócratas manifiestan la urgencia de afrontar la cuestión, buscando eludir lo que constituye la idiosincrasia española; a decir verdad, únicamente por factores que obedecen a la Historia política y modelo de Estado, gestado desde la misma Edad Media.

¡En efecto! Y en contra de lo que Unamuno creía, la esencialidad castellana no se basaba en la austeridad y capacidad de renuncia, adquirida en la lucha contra la algarabía moruna, sino en la rapiña de una casta nobiliaria, cubierta de cotas de malla y capas adornadas con las más variopintas cruces de órdenes militares. La expulsión de la pacífica población musulmana, con raíces más profundas en los territorios reconquistados y puestos en valor por un trabajo generacional que se remontaba a los tiempos neolíticos, permitió a los epígonos de todo tipo de maleantes, disfrazados de cruzados, hacerse con la tierra de los musulmanes expulsados, junto con el trabajo de los campesinos que esperaban encontrar remedio para su hambre en unos espacios, basamento de los Estados más ricos y cultos en todo el Magreb, gracias al trabajo de sus originales propietarios muslimes ¡El feudalismo no alcanzó en ninguna otra parte de Europa el vigor del reconquistado Al-Ándalus! El Imperio español contaría con la clase de conquistadores más adiestrada para el espolio de los territorios americanos; clase integrada por hidalgos faltos de recursos como Cortés y analfabetos sin perspectivas como Pizarro. Hombres como estos exaccionaron la riqueza y el trabajo de los indios, en tanto los hijos de la alta aristocracia hacían su carrera en los territorios europeos, intentando imponer la autoridad católica del rey de España. La nobleza que llevó a cabo la Reconquista vivía del cuento, de la hazaña de sus antepasados que justificaba la pereza y la ostentación del despilfarro suntuoso. Las clases bajas, en la desesperación. Los más pragmáticos de sus componentes entendieron que la solución era la picaresca ¿Para qué trabajar, si todo se queda en manos de los poderosos? ¡Mejor vivir de la ocasión y con el mínimo esfuerzo!

En todos los casos, el parasitismo la única actividad. En un periodo histórico en el que los Estados europeos rivales asumirán la importancia de las actividades productivas, más allá del espolio que practicaban ellos igualmente, pero con una mentalidad racional, frente a la altivez estéril de España. Esta se encontró finalmente exhausta, tras dilapidar los mayores recursos, nunca encontrados por otro imperio. Entre tanto, ya en la Edad Contemporánea los rivales de España relegaban a las familias de los militares nobiliarios y hacían doblegar la cabeza a los clérigos, mientras los reyes aceptaban quedar reducidos a símbolo del Estado, si no querían ser desplazados. Quienes se denominaban propietarios se hicieron con la dirección del Estado y de la sociedad ¡Todos iguales! Ante la ley… ¡Nadie dispondría de ventajas, salvo las derivadas de su capacidad y trabajo! y los asuntos públicos ¡En manos de autoridades, representantes de la voluntad ciudadana! Actuarían con ecuanimidad y la justicia también, igual para todos… Lo cierto es que serán los más capacitados quienes ordenen y administren las leyes ¿Qué otros podrían hacerlo? Quien queda apartado de la política, tiene la posibilidad de acceder a la administración, cuando evidencie su capacidad de responsabilidad pública por sus méritos ante la colectividad, o mediante las utilidades que ofrezca a esta, gracias a la riqueza que produzca.

Los dirigentes españoles entienden que este es también el camino. Declararán que repudian el viejo sistema. A decir verdad, el Imperio americano se les va, en tanto sus viejos adversarios europeos se hacen fuertes, mediante el desarrollo económico, particularmente en comercio e industria… y militar. ¡La revolución es insoslayable! ¡Todos iguales ante la ley y el monarca el primer funcionario del Estado! ¡El Gobierno será representativo, los funcionarios elegidos por su mérito personal y los recursos públicos en beneficio de la colectividad! España instaurará el sistema constitucional -Cádiz 1812, La Granja 1837, Narvaez 1845, Espartero 1856, Prim 1869, Pi y Margall 1873, Cánovas 1876…-. Isabel II ¡Constitucionalismo de nombre! Restauración ¡Constitucionalismo de fachada! (TÊMIME. 1982). Mejor Primo de Rivera y Franco; las Repúblicas… ¡Sin recorrido! La oligarquía habla de Constitución, los progresistas reclaman su autenticidad… Narvaez desaloja de su mesa con un sablazo al jefe de gobierno designado por la reina Isabel, O`Donell desplaza a los diputados del Congreso apuntando hacia él los cañones, Pavía caracolea con su corcel en la sala de las Cortes, junto a la Tribuna del «¡se sienten, coño!» del inefable Tejero. ¡Cuánto les gusta a los militares el Parlamento!

La disfunción entre la pretensión de un sistema basado en el poder representativo en lo político y la igualdad jurídica, frente a la realidad de una oligarquía que sigue imponiendo su interés es la realidad de España ¡Al amigo el favor, al enemigo la ley!, clamará Cánovas del Castillo, maestro de los políticos españoles. ¿Todos iguales ante la ley?… ¡Los enemigos! Parece que se olvidan de este pequeño detalle Rajoy y Doña Soraya. Y es que Montesquieu ¡ha muerto!, según Alfonso Guerra, ideólogo de la izquierda… española. Quien no ha muerto es el ‘¿aquí quién manda…?’ Manda quien tiene el mando en plaza, las llaves del ministerio o de la casa consistorial, la toga y birrete salmantino, sentado en el estrado del tribunal, o el tocado con el tricornio a la puerta del cuartelillo. Estos aparecen como el poder. El poder lo ejercen quienes se sientan en consejos y deciden desde los despachos opacos; opacos como sus sobresueldos y tarjetas.

Calificar de corrupción esta práctica es incomprensión. No entender que España no ha experimentado la transformación desde el viejo modelo de Imperio feudal improductivo, basado en el espolio de quien produce; sistema que se limita a la apropiación acumuladora hasta dejar exhausta la fuente de riqueza. El modelo de Imperio moderno pertenece a quien cuida de no agotar las bases de la riqueza. Ha comprendido que debe encauzar las ambiciones y la renuncia a los ventajismos individuales con la mirada puesta en la supervivencia del conjunto de quienes participan en la aventura explotadora, para que los demás poderosos -colegas- acepten la pertenencia al grupo de quien se atiene a las normas en la obtención de la riqueza. El Imperio moderno está integrado por caballeros que guardan las leyes; quien no las guarda es el corrupto…

¿Por qué se denomina corrupción al modelo de política español? Reconociendo el desajuste existente entre la realidad de un sistema basado en la arbitrariedad, imposición y búsqueda del beneficio personal y del círculo de interesados, frente a la pretensión de ecuanimidad, consenso y equidad en la toma de decisiones con la que se actúa en otros Imperios, encontraríamos la realidad del modelo de administración que predomina en España. Sigue vigente la prepotencia del fuerte y el servilismo del débil. ¡Usted no sabe con quién está hablando!, del que echa mano quien cree tener la sartén por el mango. Tener buenos padrinos y arrimarse a un buen árbol que nos cobije con su buena sombra… ¡Filosofía o actitud vital que favorece la supervivencia! O, en su caso, el bien vivir. Es difícil concluir en la simple falta de escrúpulos de quien tiene poder, a pesar de la tendencia a acusar de sinvergüenzas a quienes lo utilizan con ventajismo. A decir verdad la mayoría social asume estos valores, porque fuera de ellos se corre el riesgo de la exclusión. Quien se encuentra al lado del poder, disfruta de prebendas y del beneficio personal extraído de los recursos públicos. Quien está lejos del poderoso, aprovecha la oportunidad de colarse en la fila o de hacer soportar a su igual la molestia de limpiar la basura que uno mismo debe recoger. Bajo la apariencia de una cultura moderna sigue perviviendo el espíritu del aristócrata que se considera por encima del común y la actitud del pícaro que persigue el pequeño beneficio de hacer recaer sobre el colega la pequeña molestia de todos los días.