La nueva consulta

La noche del 13 de octubre pasado muchísimos catalanes sufrieron una gran decepción al saber que el consenso de los partidos soberanistas, con relación a la consulta del 9-N, se había torcido. Fue una decepción lógica, ya que el mandato que estos partidos habían recibido de la ciudadanía en las últimas elecciones al Parlamento era que fueran capaces de superar sus diferencias y que hicieran un ejercicio de madurez y generosidad en beneficio del país. Desgraciadamente, sin embargo, la unidad no ha tenido éxito y ha predominado ese rasgo tan catalán del desacuerdo, lo que desde un punto de vista psicológico es comprensible, porque tres siglos de sometimiento y cautiverio fomentan más la disputa interna que la audacia y la asertividad, pero hay momentos en la historia de los pueblos en que sus representantes políticos deben estar a la altura de los acontecimientos. Sobre todo si está en juego el bien más preciado de la vida: la libertad.

Sin embargo, no hay que dramatizar. Dejemos el dramatismo para los partidos españolistas, que, como es bien sabido, lo practican con bastante asiduidad y altas dosis de teatralidad, y analiceamos fríamente todo lo que han afirmado. Si lo hacemos, veremos hasta qué punto han quedado desencajados con la decisión catalana de seguir adelante con el 9-N y la avalancha de desatinos que han llegado a decir para esconder su sentimiento de derrota. Resulta que cuando ya salivaban imaginándose que la cabeza del presidente Mas les era servida en bandeja y que el proceso catalán se asaba a la parrilla, alguien ha hecho chasquear los dedos y les ha devuelto a la realidad. La sonrisa, por tanto, se les ha helado en la cara. Miquel Iceta ha dicho que la consulta no tendrá «las mínimas garantías democráticas», Alicia Sánchez-Camacho lo remachó diciendo que «el proceso independentista se ha acabado» y Albert Rivera ha añadido que «Artur Mas debería dimitir, reconocer su fracaso y pedir perdón». Ahí es nada, ¿verdad? Ya sabemos que la falta de argumentos obliga al despropósito y hace que afloren los anhelos más profundos, pero un poco de sentido del ridículo no les vendría mal.

En primer lugar, tiene gracia que quienes afirman que la consulta no tendrá ningún garantía democrática sean los mismos que han hecho lo imposible en el Congreso español para impedir que los catalanes votemos. Será que Iceta y Camacho no se dan cuenta de que es España quien, con la criminalización del voto, se convierte en un Estado sin garantías democráticas. En cuanto a las demandas de dimisión de Ciudadanos al presidente Mas, acusándolo de haber fracasado, son para reventar de risa. Resultaba patético ver a Albert Rivera totalmente descolocado ante el atril intentando convertir sus deseos en frases. En realidad, la cara de Rivera, Camacho e Iceta, en la tarde del día 14, fue el vivo retrato del portero que se acaba de tragar un gol muy hábil entre las piernas y que, para disimularlo, pide el anulación y censura enfurecido al adversario. Piensa que, aunque no le hagan caso, siempre podrá calmar su vergüenza haciendo correr el rumor de que el gol era ilegal.

Por otra parte, si, como dice el españolismo, la nueva consulta del 9-N es un «sucedáneo» (Iceta), un «simulacro» (Camacho), una «farsa» (Camacho) y una «costillada» (Rivera), ¿por qué les saca de quicio y lo censuran tan ferozmente? ¿Por qué le dedican tanto tiempo y tanta energía? ¿Es que tienen miedo, tal vez? Pues sí, tienen miedo, mucho miedo. Tienen miedo de las urnas, tienen miedo del resultado; tienen miedo de quedar en evidencia, tienen miedo de todo lo que ponga de manifiesto a ojos internacionales la voluntad de Cataluña de ser un Estado independiente, tienen miedo, en definitiva, de tener que asumir que Cataluña no será nunca más una Comunidad Autónoma ni la gallinita de España. Ellos, que van a Madrid incluso para ir a orinar y que sienten aquella ciudad como la capital de «su país», se preguntan extrañados qué harán a partir de ahora todo el día en Barcelona. Tan importantes como se sentían con el tren de Alta Velocidad Española para resolver los temas de la «Cataluña real». Mira por donde, ahora resulta que les bastará ir a la plaza de Santiago o los Ministerios catalanes en la alta velocidad del metro catalán.

Respecto a las acusaciones de «falta de garantías democráticas» que han expresado estas voces -y también alguna otra con mucha iniciativa que se levanta cada día con el pie izquierdo, pero que termina siempre favoreciendo el derecho- sería necesario que nos dijeran ¿qué garantías democráticas ofrecieron las últimas elecciones catalanas manipuladas por el gobierno español con injurias al presidente de Cataluña y con la atribución de falsos delitos a su persona? Qué calladas estuvieron dichas voces, al pensar que la manipulación electoral les beneficiaría electoralmente, y qué desengaño tuvieron, al ver que Mas perdía escaños pero que el soberanismo los ganaba aún más. Bueno, en realidad, para ser precisos, sí que hablaron. Hablaron para sumarse a la manipulación y a las injurias haciendo pasar por verdaderas las mentiras de un diario franquista. Esta es la lamentable oposición que tiene el independentismo en Cataluña. De momento, sin embargo, Cataluña ha dado jaque a España y le ha dicho: «Ahora, si tienes valor, amordázame. Piensa, sin embargo, que el mundo te está observando, piensa como le explicarás que tu democracia consiste precisamente en amordazar a todo un pueblo».

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