Prohibido votar, en nombre de la democracia

Sólo un totalitario, un hipócrita o un cínico -o alguien que sea las tres cosas a la vez- puede decir sin sonrojarse una frase como la del título de este artículo. Sin embargo, es la frase que Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, Pedro Sánchez, Alicia Sánchez-Camacho, Albert Rivera, Rosa Díez, Felipe González y una lista infinita de políticos nacionalistas españoles repiten día tras día con relación a la consulta del 9-N aprobada por el Parlamento de Cataluña. Ya se sabe que la falta de argumentos favorece el desaguisado, pero hay límites que nunca se deberían traspasar. Basta observar el estupor que dicha frase, así como la actitud española que la acompaña, provocan internacionalmente. Y es que decir que se prohíbe votar en nombre de la democracia es lo mismo que decir que se prohíbe leer en nombre de la lectura o que se prohíbe andar en nombre del ejercicio.

Pero este es el nivel de los enemigos de las libertades nacionales de Cataluña y será difícil que se pueda avanzar intelectualmente en ningún tipo de debate. El debate no es posible, porque España no reconoce ni reconocerá nunca la nación catalana. España admite debates con Francia, con Portugal o con Italia, por ejemplo, pero nunca con Cataluña, porque ésta, a sus ojos, no existe. Acepta el nombre, claro, mira qué remedio, pero sólo como una posesión. Por lo tanto, la comparación con el debate que se estableció entre el Reino Unido y Escocia no es necesaria, ya que allí sí hay reconocimiento. Allí, Escocia, sí se ve reconocida por el Reino Unido, y es en virtud del respeto que este último demuestra por la primera, que admite el libre arbitrio. El Estado español, en cambio, sólo se reconoce a sí mismo y considera Cataluña una mera pertenencia. Por eso ha dedicado buena parte de su existencia a reescribir la historia de Cataluña, porque necesita que los catalanes ignoren quienes son y que los españoles crean que Cataluña no sólo les pertenece, sino que «es» España.

No es, pues, una negación de Cataluña como sujeto político por intereses meramente económicos. Estos intereses están, han estado siempre y son capitales, pero no constituyen la causa esencial de la negación. La causa esencial radica en el hecho de que el reconocimiento nacional de Cataluña implica desmontar de arriba abajo la inmensa fabulación que Castilla ha construido sobre la pretendida nación española, y esto, en su caso, equivale a un suicidio. No es que lo sea, pero allí lo vivirían así. Al menos, lo vivirían como una humillación traumática que les aterra sólo de pensar en ello. En otras palabras: nos prohíben votar, porque nuestra votación pone en peligro sus esencias y prefieren quedarse como totalitarios que como un imperio pasado por el cepillo.

Esta es también la razón por la que Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del gobierno español, afirma sin sonrojarse que «sin ley no hay democracia». ¡Dios mío, qué disparate! Como si ley y democracia fueran inseparables. Haría falta que nos aclarase ¿cómo puede ser democrática una ley que impide votar? Se necesitaría que nos dijera dónde estaba la democracia en las leyes del régimen anterior? ¿Dónde estaba la democracia en los miles de crímenes cometidos de acuerdo con las leyes de un régimen que el partido de la señora Santamaría se niega a condenar? Se ha negado y se negará siempre, porque condenar el franquismo equivaldría a condenar al PP, una formación política creada en 1976 por un ex-ministro fascista y mano derecha de Franco, e integrada en ese momento por políticos que tuvieron altas responsabilidades durante la dictadura. Sería como renegar de sus orígenes y convertirse en otra cosa. Justo la misma razón por la que no quieren permitir que Cataluña pueda votar. Mariano Rajoy lo ha dicho bien claro: «Ni podemos ni queremos, pero sobre todo no queremos». No se puede decir más claro. «No queremos», significa que no quieren renegar de sus esencias absolutistas y convertir España en una auténtica democracia, y «no podemos», significa que no pueden permitirse la consulta, porque de la democracia sól conocen la palabra, pero ignoran su significado.

EL SINGULAR DIGITAL