Mala Diada para los amantes de la amnesia

Trescientos años son algo fugaz en la historia del universo, pero una eternidad en la historia de los pueblos. Especialmente en la historia de los pueblos obligados a vivirlos en cautividad. Este es, en concreto, el caso de Cataluña, que hace exactamente tres siglos que fue sitiada y militarmente abatida por los ejércitos de Castilla y Francia con el objetivo no sólo de borrarla del mapa, sino incluso de borrar su memoria. Aquella fue una invasión llena de odio. Sólo el odio puede explicar las barbaridades que las tropas borbónicas cometieron y de las que, desgraciadamente, no hay testimonio gráfico. Si las tuviéramos, como tenemos las imágenes de los conflictos internacionales que nos ofrecen hoy los medios de comunicación, quedaríamos aterrados.

Se entiende, por tanto, la alergia de los partidos nacionalistas españoles, PP, Ciudadanos y PSOE de Cataluña, a los actos del Tricentenario y a todo lo que recuerde que las libertades de la nación catalana fueron arrebatadas por la fuerza de las armas. Sólo hay que tener presente la fobia del gobierno municipal socialista, con el alcalde Joan Clos al frente, a aparecer en las ruinas del Born en 2002. Aquellas ruinas -restos de los hogares que Castilla hizo derribar a sus habitantes, obligándoles a llevar las piedras en brazos hasta el lugar donde se construían los muros de la Ciutadella- eran una prueba demasiado incómoda para los amantes de la amnesia. Son los mismos que ya habían reprobado el Museo de Historia de Cataluña en 1996, cuando se creó, y que ahora reprueban el Born como centro cultural. Saben que el olvido hace sumisa a la gente; saben que un pueblo que desconoce quién ha sido, es un pueblo que no sabe quién es. Y un pueblo que no sabe quién es, es un pueblo que no sabe dónde va.

Pero Cataluña no ha perdido la memoria. Todo lo contrario: la ha mantenido viva a lo largo de los últimos trescientos años y ha sobrevivido a todos los proyectos españolizadores. Absolutamente a todos. Esta es justamente la razón por la que todavía estamos aquí. La conmemoración del Once de Septiembre, concretamente, nos ha ayudado a mantener viva la memoria de unos hechos que muchos querían borrar de la historia. Incluso se burlaban -todavía hay quienes lo hacen- diciendo que «celebramos una derrota». Pero no es verdad. No celebramos ninguna derrota. Conmemorar no es celebrar. Los catalanes del presente homenajeamos a los catalanes que en 1714 dieron la vida en defensa de nuestras libertades nacionales. Sin este homenaje, no sólo seríamos indignos de su hazaña, también seríamos ignorantes de nuestro pasado. En este sentido, se entiende que Ciudadanos tenga tanto interés en trasladar la Fiesta Nacional al día de Sant Jordi. ¿Se da cuenta, el lector? Si conviertes el 11 de septiembre en 23 de abril, la conmemoración de 1714, además de quedar desvirtuada, se transforma en absurda y, tarde o temprano, se borra la épica y cae en el olvido. Ya puestos, ¿por qué no convierten ellos el 12 de octubre en 25 de diciembre, que también es una fiesta muy celebrada?

Sin embargo no lo han logrado. Ni Ciudadanos, ni el PP ni el PSOE catalán. La toma de conciencia de la sociedad catalana ha hecho que los tres acabaran reconociendo que la Fiesta Nacional de Cataluña no es su día y que, poco a poco, se hayan desmarcado de ella. Ya se sabe, cuando se lleva en el corazón el 12 de octubre, del Once de Septiembre le estorba mucho. Y, mira por dónde, este Once de Septiembre es completamente diferente de los anteriores. Es el Once de Septiembre de 2014, es el Once de Septiembre que cierra tres siglos de sometimiento, es el Once de Septiembre del «hasta aquí hemos llegado». A partir de ahora, se acabaron las lamentaciones y hay que demostrar que es verdad que cuando conviene segamos cadenas. Ya no es tiempo de gestionar migajas, ahora es tiempo de gestionar libertades.

EL SINGULAR DIGITAL
Víctor Alexandre