Leyendas en torno al Estado de Navarra

Las leyendas son narraciones orales o escritas, con mayor o menor existencia de elementos imaginativos, que generalmente se intentan pasar por verdades fundadas o ligadas a elementos históricos de la realidad. Las leyendas se transmiten de generación en generación, casi siempre de forma oral, supeditadas a supresiones, nuevos añadidos e incluso, modificaciones.

Una de las leyendas que han llegado a la actualidad al pueblo navarro es la que concierne a las cadenas que mantenían cautivos a los esclavos del Príncipe de los Creyentes, Muhammad Al-Nasir o más conocido en la actualidad como Miramamolim, el de la batalla de Las Navas de Tolosa del año 1212, que fueron rotas por el rey vascón Sancho VII el Fuerte posibilitando con ello que los aliados cristianos alcanzasen la victoria, y siempre según dicha leyenda, las asignó o introdujo desde ese momento en el escudo del Reino soberano de Navarra.

Esta leyenda no surgió realmente de los navarros, sino que fue introducida por los invasores españoles en la Navarra cispirenaica, actores principales de la contrarreforma surgida por mandato del emperador de Roma, tras asentar de una manera brutal y plausible la ocupación militar, mediante una gran represión política y eclesiástica para el pueblo navarro del sur del Pirineo.

Los españoles buscaban con ella introducir en el imaginario navarro una falsa unidad de los territorios ocupados con las coronas que conformaron el reino de España, debido simplemente ante la gran política Estatal existente en la Navarra ultrapireniaca o soberana, durante el Renacimiento Humanista, llevada a cabo por la Reina legítima de todas las tierras de Vasconia, Juana III de Albret, y cuya denominación correcta es Navarrismo.

En contraposición a la leyenda de las cadenas de Miramamolim, surgió prácticamente en la misma época una leyenda en los valles ocupados por los invasores españoles más próximos a la frontera impuesta con el Reino soberano de Navarra. Concretamente tuvo lugar en los valles colindantes a la selva de Irati, Aezkoa y Zaraitzu, donde comenzó a ser escuchada una leyenda patriótica, en torno a la legítima reina de Navarra, Juana III de Albret, que siguió siendo transmitida de boca en boca, alcanzando los valles próximos, en un primer lugar y extendiéndose por el resto del territorio de nuestro Estado, hasta la actualidad.

En los días de niebla, las personas que se introducen sin temor en la selva de Irati, si prestan atención, podrán ver la majestuosa figura de la reina Juana III de Navarra, acompañada por al menos cien leales caballeros navarros, valientes y patriotas, que se disponen, seguros de ello, a reconquistar todas las tierra pertenecientes al Estado de Navarra del sur de los Pirineos, donde aún día, el pueblo navarro se encuentra esclavo por la ocupación y la represión de las tropas invasoras españolas.

Esta no es la única leyenda en torno a la gran Juana III de Navarra. En el Vizcondado del Bearne, donde el Navarrismo caló ampliamente en el pensamiento del pueblo bearnés desde los tiempos de Margarita de Navarra, madre de Juana, surgió una nueva leyenda que, gracias a Jon Oria Oses, en su libro Navarra es una colonia española y francesa, la tenemos todos los navarros a nuestro alcance.

Se dice que un día llegó a la corte navarra de Pau un misterioso personaje y comenzó a preguntar sobre el Navarrismo. Según parece ser, era el mismísimo Rey del Cielo, buscando audiencia con Juana III de Navarra, tras contemplar las maravillas logradas en el Estado gobernado por los navarros.

El Rey de los Cielos, tras varios días de charlas con Juana, logró convencer a la reina de los navarros para realizar una visita al emperador de Roma, y ejecutar una defensa conjunta de los logros conseguidos en el Estado Humanista de Navarra, en el estado pontificio.

Los dos viajeros quedaron atónitos al entrar en una Roma decorada de manera Renacentista por grandes maestros como Miguel Angel, Leonardo y Raphael. El Rey de los Cielos se adelantó para pedir una recepción, pero al volver, mostró su indignación a la reina de Navarra:

«Con estos paganos no queda nada que hacer, Juana, pues ni me han entendido. Yo dije que sobre esta piedra se edificaría mi Iglesia, pero no de esta manera».

Entonces, el extraño viajero acompañó a Juana de Albret hasta que ésta estuvo fuera de cualquier peligro y, tras despedirse en los límites del Estado de Navarra, recurrió al pronóstico y al sermón:

«No olvides, Juana, que a mi me crucificaron gentes de esta calaña, y que de Navarra no quedará piedra sobre piedra, pero un día se levantará gloriosa».

La novela de Navarro Villoslada, Amaia o los vascos del siglo VIII, se puede consideran en sí, un relato de leyenda, con el que el autor pretende dar una visión romántica de la creación de nuestro Estado. Uno de sus personajes, tras cometer un doble y atroz parricidio, se impone como castigo unas cadenas que traba a su cuerpo, castigándose a vagar las laderas de la sierra de Aralar, soportando tan colosal peso, hasta que las cadenas se rompan, liberándolo tras completar su castigo.

Al encadenado Teodosio de Goñi se le apareció en una gruta un terrorífico dragón, temeroso por su vida suplicó a los cielos. Sus súplicas fueron escuchadas y apareció el arcángel San Miguel, quien mató al dragón. En ese instante las cadenas se rompieron y quedó en libertad, para así poder marchar a luchar junto al resto de vascones y crear el Reino de Pamplona o Navarra.

Los navarros de hoy en día debemos dejar a un lado las leyendas y para que las profecías se hagan realidad, solo tenemos un camino, el de trabajar de una manera continuada por nuestro país, hasta alcanzar la libertad mediante la recuperación del Estado propio navarro. Solo así seremos capaces de hacer realidad las palabras proféticas del genial William Shakespeare, y entonces solo entonces, conseguiremos que Navarra sea la admiración del mundo.