Los españoles y la mala conciencia

Quien acepte ser español, tendrá tendencia a contemplar el devenir de España con una cierta carga de sentimentalismo, que hace de los ancestros de los actuales ciudadanos y patriotas constitucionales unos seres humanos fuertemente convulsionados por las circunstancias extremas de las que fueron protagonistas. Tales circunstancias explican las situaciones de violencia en que los españoles se vieron envueltos, responsabilidad, en última instancia, de factores no atribuibles a la maldad de los individuos, tanto como a la peculiaridad del tiempo histórico y percepción de la realidad que tenían los mismos protagonistas de los hechos históricos. Los dramas y tragedias causados por los españoles parecen, así, resultado del destino y no buscados de una manera consciente, sino impuestos por la exigencia insoslayable del momento.

Desde tal perspectiva la conquista de los territorios peninsulares y consiguiente expulsión de la población autóctona musulmana constituía un imponderable en una Europa cristiana, la persecución de los judíos respondía a la necesidad de fortalecer una sociedad de cohesión frágil, ambos hechos, aunque de efectos lamentables para moros y judíos, fueron aceptados con resignación por éstos, porque resultaban inevitables. Pero estos hechos no tienen relieve, porque España -se afirma- fue el País de las tres religiones y culturas. Lo cierto es que Islamismo y Judaísmo fueron prohibidos y que, tras la expulsión de quienes se negaron a cristianizarse, se persiguió a los conversos atendiendo a su origen racial, a pesar de que su conversión -de acuerdo con la moderna investigación- fue abrumadoramente sincera. En cuanto a la destrucción del poblamiento amerindio, a raíz de la conquista de América, fue resultado -según la historiografía española- más del impacto de las nuevas enfermedades importadas sobre unas poblaciones aisladas durante milenios, que de los malos tratos de los colonizadores. Por lo demás -se insiste- la colonización puso final a situaciones, como eran los sacrificios humanos y, en general, los sistemas sociales imperantes, aberrantes desde el punto de vista de una cultura avanzada. De este modo resulta fácil recorrer la historia del Imperio español y encontrar una explicación justificadora de la actitud mantenida por los españoles en todos los conflictos de los que han sido protagonistas.

Desde España, por el contrario, no ha habido ningún reparo en acusar al antagonista de mala fe, crueldad y prepotencia, cuando ha tocado a los españoles ser la víctima de adversarios más fuertes y atribuir a la malicia injustificada la oposición con la que España se ha encontrado en sus empresas. Francia, la pérfida Albión, Holanda… estaban animadas en su lucha en contra de España por la envidia que suscitaban las riquezas y comercio americano, la invasión napoleónica fue artera y la actuación de U.S.A. a raíz de la independencia de Cuba igualmente interesada. Los españoles son maestros en dar la vuelta a la realidad histórica para presentarse como víctimas donde son verdugos. Acusan de perfidia, envidia y mala voluntad a quienes no se han dejado engañar y han logrado zafarse de su poderío con éxito, incluso superando auténticas situaciones de supervivencia. La Inglaterra que tiene que hacer frente a la Armada invencible, la Francia de Enrique IV y Richelieu, la Holanda que lucha por su independencia, actúan de una manera insidiosa y mezquina, frente a un Imperio español de miras universales, que busca sinceramente la paz en Europa y puede organizar el continente como un mundo ordenado que permita el intercambio positivo entre sus partes. España ha sido siempre honrada. Nunca ha faltado a sus compromisos, dicen. No obstante, incumplió en pocos años el acuerdo de respetar la religión y costumbres de los moros granadinos, acosó a Navarra hasta el límite, para terminar invadiéndola desde una posición de fuerza, engañando, por lo demás a sus propios aliados. Es más, prometió reiteradamente conservar el status jurídico de los territorios navarros, a raíz de la conquista y, posteriormente, durante varios siglos. Si algo tenían claro los reyes españoles era que no debían sentirse ligados por ningún juramento, si ello convenía a los intereses de la monarquía. Éste es el planteamiento que expresa con claridad Olivares en su famoso Memorial a Felipe IV y que intentarán practicar todos los monarcas españoles, aústrias o borbones.

Quienes se hayan opuesto a España lo habrán hecho por un interés retorcido o inducidos por manos negras que excitan la ambición. Los catalanes no habían manifestado ningún reparo a la implantación de los borbones, Portugal se independizó más por la acción británica que por su propio impulso y la rebelión de la América española respondía en principio a unos intereses puramente patrióticos españoles, que sólo la ambición de los líderes, halagada por potencias extranjeras, inclinaron a la independencia. De esta manera se desarrolla el devenir histórico español, en una secuencia de frustraciones, porque fallaron las aspiraciones de un imperio que buscó la hegemonía de Europa, y aun mundial; pero terminó siendo un apéndice de la misma Europa a la que trató de imponerse y, además, rechazado, cuando quedó en evidencia lo difícil que se hacia a España seguir el camino de la modernización emprendido por los europeos.

España, vuelta a su pesar hacia sí misma, se encontró a lo largo de los tiempos contemporáneos impotente ante el progreso de los países europeos, sometida a unas oligarquías sin perspectiva y con unas masas miserables e incultas. Cuando se desarrollaron sectores sociales contestatarios, con suficiente masa crítica para cuestionar el sistema oligárquico, se habló de las dos Españas. Esta división es contemplada como un drama familiar que llevó al enfrentamiento entre hermanos. No es cuestión de culpar a ninguna de las partes, sino ocasión para la reflexión por el egoísmo y cortedad de miras de los dirigentes, pero también sobre la incomprensión de los bandos, que impidió en definitiva la solución pacífica del enfrentamiento, en mayor medida resultado del desconocimiento mutuo que de la maldad.

Pero España ha resuelto sus problemas y hoy aparece, esplendorosa, libre de sus viejos demonios familiares, como son el atraso material en relación con Europa, y superado el enfrentamiento entre las dos Españas. El único problema, los vascos. A decir verdad no es cuestión nueva. Se resistieron a la reorganización del Estado con parámetros modernos, con ocasión de las Guerras carlistas. En el momento presente vuelven a resistirse a un planteamiento constitucional actual, basado en la ciudadanía y mejores valores individuales y sociales. Prefieren la quimera de planteamientos etnicistas de un nacionalismo trasnochado.

Una vez más, los españoles han dado la vuelta a la realidad y pretenden erigirse en victimas. De la misma manera que Hitler y los nazis hicieron de los judíos el demonio a destruir, los españoles han demonizado a lo vasco; a lo vasco que se reclama diferente, porque ha sido y es violentado por la pretensión de España de hacerlo pertenencia suya. Hitler acusó a los judíos de contaminar y traicionar a Alemania. Para muchos alemanes resultaba indignante que muchos judíos tuvieran tanto éxito en los negocios y fueran lumbreras culturales y artísticas en tantos campos. Por otra parte, el espíritu desapegado de los judíos en relación a lo germánico, resultado del rechazo tradicional de que habían sido objeto, llevó a los mismos judíos a sentirse vinculados en mayor medida a una realidad más abierta y universal, con la que podían identificarse mejor a todo lo largo y ancho de Europa. De esta manera los judíos pasaron a ocupar en el imaginario nazi el papel del chivo expiatorio. Traicionaron a Alemania y fueron responsables de su rendición frente a los aliados anglo-franceses en el año 18, fueron responsables de la crisis económica del 29, mediante sus manejos financieros y especulativos de grandes capitalistas y, final y contradictoriamente, eran los impulsores del Comunismo anticapitalista, pero sobre todo enemigo del pueblo alemán por su reclamación del internacionalismo proletario. Con tal discurso se diseñaba un enemigo que justificaba el exterminio de un Pueblo y permitía agredir a todas las naciones en las que se refugiaba el enemigo con una finalidad expansionista.

En el caso de España la peculiaridad vasca rompe la imagen plácida de la convivencia de siglos que ha conformado el colectivo español. El imaginario nacionalista -dicen los españoles, al referirse a los vascos- se refugia en una idealización de un Pasado irreal por idílico. Pretende construir una comunidad con elementos de base tribal, inadecuados para una sociedad moderna; idioma anquilosado, folklore que responde a una realidad rural desaparecida, junto con deportes rurales y manifestaciones culturales de gran rusticidad. El nacionalismo -vasco, se entiende- es resultado de la inadaptación a los tiempos actuales. Esta frustración, nacida de la incapacidad de comprensión de la realidad lleva a la intransigencia y convierte en enemigo a todo aquel que no asume esta percepción. Naturalmente, excluye a todo elemento que no se ajuste al estereotipo racial y étnico. El corolario es la violencia, porque sin ésta no puede lograr su concreción. E.T.A. es la lógica consecuencia que hace perverso al conjunto del nacionalismo vasco.

La imagen deformadora de lo planteamientos soberanistas vascos por parte de la ideología española, lleva a ésta a condenar la misma libertad de optar que es reconocida universalmente como un valor irrenunciable del ser humano, lo mismo en el terreno individual que en el colectivo. El calificado como nacionalismo vasco se limita a reclamar la recuperación de un estado diferenciado que permita al Pueblo vasco ser dueño de sus destinos, de la misma manera que lo son incontables pueblos a lo largo y ancho de la Tierra ¿Quién puede encontrar perversa esta aspiración? Es el camino que han seguido la mayor parte de los Estados y naciones en su devenir histórico. ¡No¡ gritan los ideólogos españoles y en su paranoia reclaman que el derecho de decidir el futuro de los vascos pertenece a los propios españoles. Que estas gentes intenten deformar hasta tal extremo la realidad, corrobora la idea central de este escrito sobre su mala conciencia histórica. Siempre hacen responsables de sus desaguisados a sus oponentes y víctimas. La aspiración a la libertad de nuestro Pueblo se alza en el momento presente frente a la suya de alcanzar el status de potencia europea, con la pretensión de servir a Europa de intermediaria en las relaciones con América Latina, la reconstrucción del viejo Imperio.

Es este el proyecto de los grupos dirigentes, partidos de todo el espectro nacional español, empresarios e intelectuales. Se entiende que se molesten ante la pretensión vasca. Ellos seguirán dando importancia a sus diferencias ideológicas, pero éstas desaparecen ante la unidad nacional. No hay derecha, ni izquierda ante la Constitución; en ello coinciden los franquistas y los antiguos antifranquistas. Lo peor es la demonización de lo vasco; demonización que ha establecido un polo de maldad -E.T.A.- En torno a este polo debe ordenarse el conjunto de lo vasco, el entorno, partidos, organizaciones culturales, empresas económicas, simples actitudes y desde luego… libre expresión… El detenido es ya culpable convicto, para instituciones, medios y sociedad. Esta hierba mala debe ser arrancada de raíz y los medios legales del estado de derecho están sobradamente capacitados al efecto con las garantías adecuadas. No importa quien sea el detenido y procesado, periodista, intelectual, sacerdote anciano; desde luego, los jóvenes integrantes de organizaciones socio-políticas y culturales. Luego acusarán de torturas a la Policía, pero no tienen credibilidad.

La realidad es muy otra, insisten. Es el Nacionalismo vasco quien persigue. Unos con las pistolas y las amenazas. Otros desde el mismo poder. Los partidos nacionalistas desarrollan una labor sectaria desde las instituciones de la C.A.V. que ocupan y marginan a los constitucionalistas… Savater ha conseguido otro documento firmado por intelectuales y artistas…españoles. A decir verdad, puede sorprender tal capacidad de parte de los nacionalistas. Creíamos que el poder estaba en Madrid, Gobierno español, Audiencia Nacional, Supremo y Constitucional, Guardia Civil… grandes medios de difusión… A pesar de todo, los nacionalistas son los perseguidores. En la C.F.N. los constitucionalistas administran de manera ecuánime. El Euskara es potenciado como un valor propio, acorde con su carácter de patrimonio universal. Los abertzales tienen acceso al conjunto de instituciones culturales, económicas y otras en pie de igualdad con los constitucionalistas. Las organizaciones de la sociedad civil que implementan son tratadas con la misma consideración que el resto, U.P.N. y P.S.O.E. muestran una gran sensibilidad hacia la cultura propia y, finalmente, ambas formaciones, que han ejercido la mayoría a lo largo de dos décadas, nunca han arrinconado a las opciones abertzales de las instituciones… No se por qué, pero me parece que estoy mintiendo.

Víctimas son las de E.T.A.. Al parecer Franco no murió asesinando vascos, ni su policía torturaba, ni sus jueces condenaban a los abertzales por el simple hecho de manifestarse ¿Cuántos de tales funcionarios siguen ejerciendo bajo el régimen constitucional vigente? Garzón, entre tanto, mira hacia los torturadores latinoamericanos, aunque el general Sáez de Santamaría llegase a afirmar ante los jueces de la Audiencia Nacional que el Terrorista no habla, si solamente se le pregunta… ¡No pasa nada! Como gusta decir Fraga… Los intelectuales y artistas de postín españoles seguirán denunciando que en Euskadi domina el …Nacionalismo obligatorio y se persigue a quienes proclaman su españolidad… Tal vez, algún día en el Futuro no puedan seguir negando lo que sería evidente, de no ponerse una venda ante los ojos y entonces, como aquellos alemanes que colaboraron con Hitler, aunque en su fuero interno reconocían que el Nazismo era perverso, se exculpen diciendo que…. no sabían verdaderamente lo que estaba sucediendo…