Los romanos acampan en Aldapa

La aparición de importantes restos romanos y medievales en el subsuelo de San Fermín de Aldapa y las noticias que apuntan en el sentido de su posible conservación e incluso su museización «in situ» merecen en mi opinión algunas consideraciones, que paso a enumerar.

1. Sobre los restos aparecidos.

Las noticias publicadas en prensa apuntan sobre todo a la aparición de varias viviendas romanas, así como un edificio público altoimperial y una gran torre de planta ultrasemicircular de origen medieval. Respecto a la torre, el tipo de planta obliga a pensar que estaba unida a un lienzo de muralla, pues las torres circulares eran menos apropiadas que las cuadrangulares para su uso residencial, y en cambio aportaban mayores posibilidades defensivas, por su mayor poder de flanqueo sobre el muro y por no dejar ángulos muertos a los asaltantes. Por ello, las torres señoriales exentas y las torres del homenaje de los castillos son casi siempre cuadrangulares en planta. En consecuencia, y a la espera de nuevos datos, parece lógico pensar que la torre descubierta formara parte del muro de recinto que, tras girar en ángulo recto en el punto donde hoy se encuentra el Palacio Real, transitaría por una cota alta, vigilando el amplio barranco que descendía por la actual calle Santo Domingo hacia el Arga. Creo pues que era una torre de recinto, más que una barbacana o defensa adelantada del palacio o una torre residencial de cualquier tipo. Respecto a la datación de la torre, se ha dicho que debe datar del XIV. Desconozco qué tipos de análisis se han realizado para llegar a esta conclusión, pues el itinerario de la muralla romana que se ha propuesto para este sector (Mezquíriz, 1978) coincide exactamente con el trazado de la muralla de la Navarrería en el siglo XIV (Martinena, 1975).

Dicho de otra manera, los navarrerianos medievales habrían reaprovechado el muro romano. Por otro lado, el uso de torres de planta circular, semicircular o ultrasemicircular, asociadas a recintos urbanos, ha sido una constante en la poliorcética de todos los tiempos, y fue ya empleado por los romanos, a los que siguieron musulmanes y cristianos de todas las latitudes. Tal vez la posición relativa respecto de los otros restos estratigráficos o los análisis de argamasas hayan dado ya a los arqueólogos datos tan concretos, puesto que un mero análisis tipológico difícilmente puede dar datos tan fiables y concluyentes.

Puesto en el brete de dar una valoración a los restos, debo apresurarme a decir que son restos importantes, singulares y significativos. Y en consecuencia me parece totalmente acertada la decisión de conservar los restos. Además, es ya hora de que Pamplona cuente con un espacio arqueológico museizado «in situ». Un museo de la arqueología del lugar, que explique el origen de Iruña y las diferentes etapas de su evolución, debidamente acompañado de paneles explicativos y de restos de su cultura material. Todo con buenas dosis de sentido pedagógico y con una ambientación bien diversa del cartesiano contexto de los museos-cementerio.

2. Sobre los criterios de la administración.

Una vez dicho esto, es triste tener que constatar, una vez más, la total falta de criterios con los que la administración gestiona el patrimonio histórico en general, y los restos arqueológicos en particular. Insistiré una vez más en el hecho de que la noticia de la conservación de estos restos es motivo de regocijo para quienes apreciamos el patrimonio, pero no es menos cierto que el balance de lo hasta ahora encontrado no tiene comparación con el enorme patrimonio expoliado y destruido en la Plaza del Castillo. Los mismos políticos que impulsaron el parking en el corazón de la ciudad, incluso a sabiendas de que supondría una pérdida de patrimonio irreparable, aplauden hipócritamente ahora la conservación de estos restos. Y tras ellos, toda la corte de medios de comunicación afectos al régimen, editorialistas y columnistas a la cabeza. Una vez más, parecen estar a la espera de ver cual es la decisión política, para aplaudirla servilmente a continuación, haciendo reverencias, sea en un sentido o en el contrario. Ausencia de criterios, impostura y falta de decoro a tutiplén.

Es el momento de recordar a los olvidadizos y a los aduladores que en la Plaza del Castillo perdimos restos de casas y conducciones romanas, unas termas romanas de gran envergadura, dos necrópolis superpuestas, musulmana una y cristiana la otra, donde hasta se encontraron los restos de algún peregrino jacobeo, diversos hallazgos medievales, entre los que destacaremos algún edificio conventual y el antiguo barrio medieval que ocupaba parte del solar de la plaza. Perdimos también importantes restos de la Pamplona moderna y contemporánea, como el Teatro Principal, que se habrían incorporado a lo que habría podido ser un gran museo de la historia de nuestra ciudad. Y sin olvidar que dilapidaron, de manera irresponsable, la oportunidad de excavar la totalidad de la plaza, donde a buen seguro habrían aparecido muchos más restos, entre los cuales se encontrarían los de los castillos del rey Luis el Hutín (siglo XIV) y Fernando el Católico (siglo XVI).

Tan sólo tuvieron a bien conservar, partida a sierra por la mitad, la muralla tardoantigua, que también llevaba una gran torre de flanqueo, esta vez de planta cuadrada. Hoy en día podemos verla sucia de colillas y entre el humo de los coches, en el parking de doña Yolanda Barcina, perdida, descontextualizada y sin una sola placa que indique al visitante cual es su origen y filiación. Destruyeron lo que encontraron, y nos sustrajeron la posibilidad de conocer otros restos y datos de nuestra historia, al menos en esta generación.

3. La nefasta política de parkings.

Y es que la raíz de los males arqueológicos de la ciudad no es otra que una política, iniciada hace ya años, destinada a colmatar todos los espacios libres de la ciudad antigua con aparcamientos subterráneos. Manipulando vergonzosamente la legítima aspiración de los vecinos a disfrutar de las máximas comodidades (aunque pisoteando casi siempre la voluntad popular), han convertido espacios casi sagrados de la memoria colectiva pamplonesa en tablados de teatro, escenarios de hormigón rellenos hasta los topes de automóviles. En esta Europa donde cada vez más se apuesta por la peatonalización de los cascos históricos, los ayuntamientos regionalistas y sus cómplices necesarios han llevado el culto al coche hasta el corazón mismo de la vieja Iruña, consagrando 75 años más de humos y ruido. Antes, en los parkings de la Plaza de San Francisco y del Rincón de la Aduana, se habían ya expoliado interesantes restos arqueológicos, al tiempo que se mutilaron tramos de las murallas medievales de la Población de San Nicolás y del Burgo de San Cernin, respectivamente. Como en el caso de la Plaza del Castillo, sus restos aparecen hoy cortados, fuera de contexto y sin un simple cartel explicativo que los identifique.

Con la decisión de conservar los restos de Aldapa, las instituciones no hacen sino cumplir con su obligación, y nos dan de paso la medida de lo que deberían haber hecho en las anteriores ocasiones. Y la enseñanza que los pamploneses debemos extraer de los últimos 10 años de vida municipal es que la conservación de los restos arqueológicos de la Iruña vascona, de la Pompaelo romana y de la Pamplona medieval y moderna pasa de manera indefectible por el abandono de la política nefasta de cuajar de aparcamientos subterráneos un entorno arqueológico, histórico y monumental, como es el casco antiguo de una ciudad bimilenaria.

Lo contrario no sería sino dar continuidad a una manera necia de entender el progreso, fundamentada en la ignorancia cateta, la desidia, la barbarie y el desarraigo.