La persecución sistemática del euskera por Francia y el Vaticano

“Out particulierment pour objet de substituir la langue française au basque” perfecto francés en el País Vasco, año 1846.

“El pueblo vasco-navarro, tiene derecho perfecto e indiscutible a su lengua (…) si el hombre no le ha de ser dado hablar su idiomas materno, preciso será confesar que carece de derechos” Diputación Foral de Alta Navarra, año 1896.

 

Además de España, los otros dos Estados causantes del menosprecio, exclusión y persecución sistemática del euskera, son el imperio francés y el Estado Vaticano.

 

En el territorio del actual Estado francés, la fuerte conflictividad bélica entre Francia-Inglaterra durante toda la Edad Media, sobre todo entre 1337-1453, guerra conocida como “la de los Cien años” (aunque su origen realmente se remonta al siglo XII), hizo que el euskera se perdiera en tres cuartas partes de su territorio de habla natural de la Baskonia continental por el gascón, guerras que terminaron por configurar Francia entorno a su rey frente a los pequeños Estados feudales anteriores. Tanto Normandía como Akitania compartían corona con Inglaterra desde el siglo XII. Dentro de Akitania estaba integrada por la fuerza de las armas toda la Baskonia Continental: Gaskuña -donde poco a poco se impondrá el romance gascón, uno de los romances euskaros-, como la Baskonia que seguía hablando preferentemente el idioma baskón o nabarro -el euskera-, territorio que terminará llamándose País Vasco (Pays Basque en francés, traducible como “tierras del euskera”) o Iparralde, al unírseles Baja Navarra, tras la pérdida foral, a Lapurdi y Zuberoa. Los idiomas gascón y su dialecto bearnés son fruto de la sobre posición sobre todo del celta, latín y del euskera, idioma éste del que derivarían el 20% de las palabras en gascón. Como los propios gaskones señalan con orgullo, ellos son “vascos romanzados”. Sobre la pérdida del euskera en Akitania (que abarcaba toda la Baskonia continental como hemos comentado), dice Julio Caro Baroja en su libro “Sobre la lengua vasca y el vasco-iberismo”: “no hay razón para dejar de admitir que en Aquitania se habló vasco hasta la Edad Media”.

 

El mismo temprano desprecio que se dio en España hacia los idiomas de las naciones invadidas, se observa también en la Francia imperialista, donde en 1539 su rey Francisco I impuso la Ley “Villers Cotterêts”, por la cual la lengua francesa se convertía en única en la vida oficial y en los tribunales de todo el imperio francés –lengua hablada originariamente tan solo en la pequeña isla de Francia sobre el río Sena-, desbancando al latín, pero sobre todo, menospreciando las “lenguas provinciales”. Por suerte para los nabarros, manteníamos libre una pequeña porción de nuestro Estado en lo que se llamará, a partir de la invasión francesa en el siglo XVII, “Baja” Navarra, no así Lapurdi y Zuberoa, que sin embargo rendían doble vasallaje a su reino originario de Nabarra y a Francia[1].

 

Desde el Imperio Romano se produjo una fuerte implantación como lengua escrita del latín en todo acto oficial, tanto en la administración como en la religión. Tras la caída del Imperio Romano se impuso en toda Europa la transmisión del latín como lengua de una elite frente al iletrado pueblo que no lo entendía. Pero en la Edad Media los romances euskaros, como lo eran el romance navarro o el gascón-bearnés, fueron sustituyendo al latín en la administración dentro de nuestro reino, frente al idioma del pueblo nabarro, la “lingua navarrorum”. El euskera tuvo dificultades con la grafía al ser una lengua no latina -ni siquiera indoeuropea, siendo la única lengua nativa europea conservada-, pero no es una cuestión de relevancia, pues desde el siglo XVI es una lengua literaria.

 

La imprenta -empleada por primera vez en 1455 por Gutemberg-, llegó al País Vasco en 1489, pero hasta 1495 no se imprimió el primer libro en Pamplona –por tanto cuando aún era libre-, pero su introducción y uso fue muy paulatino. En España, por ejemplo, la primera obra impresa fue «Sinodal de Aguilafuente» de Juan Párix de Heidelberg en 1472 en Segovia y el primer libro impreso en inglés fue “Recuyell of the Historyes of Troye”, elaborado en 1475.

 

Hasta entonces, casi todos los libros se publicaban en latín, después, gracias a la imprenta y el abaratamiento de costes que supuso (aunque seguían siendo muy caros), se pudo sacar la literatura de debajo de las sotanas. Pero todavía, por ejemplo, los filósofos Spinoza (Holanda 1632-77), Leibniz (Alemania 1646-76) o Hobbes (Inglaterra 1588-1679) y matemáticos y científicos como Copérnico (Polonia 1473-1543), Kepler (Alemania 1571-1630), Linneo (Suecia 1707-1778) o Newton (Inglaterra 1647-1727), escribieron sus obras en latín, pues consideraban sus lenguas vernáculas de plebeyos, irreductibles a las reglas del latín y de las ciencias, incluidos los idiomas romances, los cuales se veían superiores a otros idiomas por su proximidad al latín; así Inglaterra, por ejemplo, dejó de usar en sus tribunales el francés en 1362 por el inglés -durante la mencionada Guerra de los 100 años contra Francia-, hablado hasta entonces por el pueblo y menospreciado por su clase dirigente.

 

Por tanto, la imprenta, la apertura de ideas del renacimiento y la aparición del protestantismo, hicieron que se empezaran a escribir algunos libros en los idiomas romances por su parecido con el latín, para así poder llevar el conocimiento al pueblo, luego les tocó a los idiomas con Estado propio como era el euskera en la parte libre de su territorio y después al resto de culturas minorizadas, como era el caso del euskera en la parte ocupada de Nabarra.

 

No es baladí observar que los primeros libros escritos en euskera sean dentro del reino de Nabarra que sigue libre en Baja Navarra y el Beárn, es decir, en el Estado vasco o baskón que amparó el nacimiento de la literatura vasca. Un bajo navarro libre, el cura Bernard Etxepare escribió «Linguae vasconum primitiae», primer libro escrito en euskera, que vio la luz en 1545 y que contó con la ayuda del rey de Nabarra Enrique II, “el sangüesino”. El primer libro impreso en ruso e irlandés datan de 1564 y en eslavo de 1587, por ejemplo.

 

“Los Albret (o Labrit), señalaron que el primogénito (Enrique II “el sangüesino”) sería criado en el idioma del reino de Navarra “en la lengua de aquel” ”, Peio Esarte, historiador nabarro.

 

En 1571, el también cura, el labortano de Beraskoitz Joanes Leizarraga, por mandato de la reina nabarra Juana III de Albert y el sínodo de Pau, tradujo el Nuevo Testamento al euskera, tomando para su traducción la versión griega de Erasmo de Rotterdam y publicándolo en la Rochelle; tampoco es baladí constatar que reina y cura eran protestantes (calvinistas hugonotes tras abjurar de la religión católica en 1559). La primera Biblia en alemán, por ejemplo, es del año 1522 traducida del griego por Lutero –usando como base también a Erasmo-, en realidad, como en el caso de Leizarraga, sólo tradujo el Nuevo Testamento.

 

Aunque reducido al campo religioso, la escuela de Sara (Lapurdi) supuso un movimiento literario importante dentro del siglo XVII. Los curas de Sara, Donibane Lohitzune (San Juan de Luz) y Ziburu, bajo el amparo que les daba el rey Enrique III el bearnés, rey de Nabarra y después también Francia (donde era llamando “el navarro”), se juntaban en un convento franciscano para criticarse mutuamente los trabajos que escribían antes de publicarlos, formando un círculo de autores que trabajó en estrecha colaboración. En torno a ella se agruparon hombres tan capaces como Harizmendi, Joannes Haramboure (Haramburu), Joannes Haraneder, Joannes Etxeberri de Ziburu, P. Argainaratz, Silvain Pouvreau, Hirigoiti, Klaberia, Guillentena Heguy y Votoire, todos dentro del reino nabarro, en el momento que está luchando por su independencia frente a Francia. Etienne Materre, franciscano, francés y euskaldun-berri, escribió “Doctrina Cristiana” en 1617, primer libro en prosa en euskera.

 

Pero la Escuela de Sara tuvo sus imitadores y el euskera llegó a otro tipo de libros. El protestante Jackes Belakoa  (1586-1667) escribió el primer libro de gramática en euskera en Sahüta (Zuberoa), además de numerosos trabajos como diccionarios o enciclopedias, pero se perdieron en las represiones religiosas, lo mismo que los escritos de Beltrán Zalgise de Zuberoa, del que sólo se han salvado 196 versos en euskera por el mismo motivo seguramente.

 

Siguiendo en Zuberoa, el sacerdote Athanase de Belapeyre, teólogo y vicario mayor de la diócesis, ordenó a sus párrocos abrir escuelas que enseñaran en euskera. Este sacerdote escribió en euskera suletino o zuberotarra la doctrina cristiana “Catechima laburra” (Pau, 1696), ya invadido el reino nabarro en su totalidad en la parte continental, y fue miembro de la mencionada “Escuela de Sara”, primer intento de unificar el euskera y primer movimiento literario en euskera, el primer verdadero “Euskal Pizkundea”, que no tuvo continuidad por la invasión del ejército francés de Donapaleu (Saint Palais) y de Pau, donde se reunían las Cortes de Nabarra y los estados del Beárn respectivamente, por mandato del rey Luis XIII –el hijo de Enrique el bearnés y contraviniendo lo que dejó dispuesto su padre-.

 

Los idiomas no romances sin Estado, tomaron importancia en la literatura y en cualquier escrito en general como idiomas hablados por el pueblo -“el volks”- sobre todo a partir del siglo XIX con el romanticismo alemán, para entonces los euskaldunes teníamos la totalidad de nuestro Estado ocupado militarmente. Por tanto, la pérdida definitiva del reino de Nabarra provocó un parón de siglos en la publicación de libros en euskera, los cuales se pueden contar con los dedos de las manos frente al gran número y materias iniciales, lo que alejará al idioma nabarro del mundo literario y científico.

 

De todos modos, mientras mantuvimos y defendimos el derecho pirenaico plasmado en nuestras leyes forales o Fueros: “Las instituciones propias, mientras existían, le fueron favorables (al euskera) al menos por omisión”, así lo explicaba el ilustre filólogo Koldo Mitxelena en “Historia de la literatura vasca”.

 

El gran cambio vino con “La Revolución Francesa”, con la cual llegó al poder una nueva clase social: la burguesía; burguesía asentada en las ciudades y que basada su riqueza en el comercio, frente a otra en decadencia: los terratenientes y señores que vivían de sus tierras, pero además supuso un cambio en Francia como Estado, que pasó del despotismo, monárquico, totalitario y obsoleto, al totalitarismo de los Estado-nación, ejerciendo para ello una limpieza política de las naciones (y sus lenguas) y Estados ocupados en los siglos anteriores, comenzando hacia el exterior un nuevo ciclo de nacionalismo imperialista.

 

La propia Revolución Francesa fue la que cortó brutalmente la continuidad de las incipientes escuelas en euskera, eliminó los Fueros -que habían ejercido de colchón frente al idioma francés- y pasó a perseguir todos los idiomas del Imperio que no fueran el francés con quemas masivas de publicaciones (los 90 libros escritos hasta entonces en euskera fueron quemados), además se convirtieron en habituales los castigos físicos y las multas, llegando incluso a dictaminar deportaciones masivas de población euskaldun con acusaciones tan graves como no hablar francés (4.000 vascos acabaron en las Landas durante el etnocidio, sobre 1.600 murieron). El juez de Ezpeleta, por ejemplo, fue guillotinado por mandar una carta a un amigo suyo exiliado, la carta no decía nada en especial, el delito punible con la pena máxima era que estaba escrita en euskera, convertido un idioma en enemigo de la patria francesa, todo ello tras los informes de Grégorie y Barére.

 

Grégorie y Barére consideraban en su informe el euskera como «un idioma de personas proclives al fanatismo y un obstáculo para la propagación de las luces». Barére, jacobino, en 1794 advertía a la Convención Nacional: “¡Ciudadano! El lenguaje de un pueblo libre debe de ser el mismo para todos. Hemos visto cómo el dialecto bretón (sic), el dialecto que se llama vasco (sic), y las lenguas alemanas e italianas perpetúan el dominio del fanatismo y la superstición, que apoyan el mando de los sacerdotes y los aristócratas  favorecen a los enemigos de Francia…Es una traición contra la patria dejar a los ciudadanos en la ignorancia del idioma nacional”.

 

Según el propio Grégoire, sobre 8 millones de “franceses”-uno de cada cuatro- cometían el delito de no saber francés y se expresaban en 30 variedades lingüísticas sobre una población de 29 millones -el país más poblado de Europa-: “Ni en Europa ni en ninguna parte del globo que yo sepa sucede que la lengua nacional no sea universalmente usada por la nación. Francia tiene en su seno quizás 8 millones de personas, de las cuales algunas apenas pueden balbucear unas palabras mal dichas en nuestro idioma: los otros lo ignoran completamente”, por lo que proponía directamente el “aniquilamiento de las lengua locales”. Para imponer el francés la mejor arma era la educación, y así, Barére propuso nombrar un instructor de la lengua francesa para cada pueblo que enseñase las leyes, los decretos y los mandatos de la Convención.

 

Los informes de Grégorie y Barére, además de una férrea educación, establecían que para conseguir una Francia monolingüe, era necesaria la creación de las sociedades patrióticas y el control absoluto de la prensa escrita en exclusiva en el idioma del Imperio, los llamados «rapports», cuyos nombres eran «Le Journal Universel» y «Le Journal des Hommes Libres», que buscaban lo contrario a lo que sus pomposos títulos decían.

 

En Francia empezaron a construirse escuelas con cierta continuidad en el siglo XVIII, el siglo de la ilustración, pero en 1848 todavía no estaban extendidas del todo. Durante la 3ª República francesa (1852-70) se sistematizó la apertura de colegios, sobre todo de primera enseñanza, y en Baiona apareció el Liceo de enseñanzas medias, todos íntegramente en francés. La 3ª República consideraba de nuevo vital la eliminación de lo que llamaba «lenguas étnicas», por lo que la enseñanza en euskera siguió proscrita. Algunas de esas escuelas se abrieron al amparo de la Iglesia, como en el caso de Ustaritze, según explica Eukeni Goyheneche.

 

También fueron nefastas para el euskera todas las guerras de los siglos XVIII y XIX (la Revolución Francesa, Guerra de la Confederación, las Guerras del Imperio o “guerras napoleónicas” etc.) que supusieron un gran trajín de tropas extranjeras en suelo vasco, guerras provocadas y causadas por los ocupantes y sus ejércitos, de las que salimos mal parados los vascos, y que buscaban la uniformización, en todos los ámbitos, del Imperio francés o la invasión de nuevas tierras. Guerras que fueron el arranque para la creación de la actual nación francesa, así como para la imposición definitiva del idioma francés, continuando la labor inacabada que comenzó con la persecución en nombre de la “libertad, fraternidad e igualdad” de todo lo que no fuera francés, entendiendo este término como monolingüe y uninacional; proceso que no ha terminado pues seguimos vivos al igual que el euskera, pero sí se ha conseguido la imposición del idioma francés en todo su Imperio.

 

La negativa a la enseñanza del euskera mostrada desde siempre por la administración gala y una meditada ruralización de la zona que ha obligando a emigrar por razones económicas a los vascos a Francia o a otras de sus colonias, tuvo como consecuencia que la cada vez más escasa población sí conservara el euskera en su entorno familiar, pero nada más (ni en la escuela, ni en la administración…), tras quedar el pueblo mediante la represión armada-judicial-educacional sin fuerza para poder defenderse. Bretaña, Córcega, el Rosellón catalán y el País Vasco (incluso Gascuña-Occitania) son las naciones más marcadas de Francia junto con la francesa y son, en general, las regiones menos desarrolladas, condenadas a vivir básicamente del turismo.

 

Durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial (1914-18 y 1939-1944) murieron millones de seres humanos, muchos jóvenes vascos de Iparralde fueron obligados a defender Francia al ser obligatorio el servicio militar desde la pérdida foral durante la Revolución Francesa, lo que llevó a cimentarse un sentimiento francés en este territorio vasco, pero fueron más los que decidieron no ir a luchar y tuvieron que desterrarse para nunca más volver; a los caídos, Francia se preocupó de hacerles vistosas tumbas, pero la mayoría de los vascos murieron en América en su destierro, considerados traidores a Francia, traidores a los que intentaban eliminarlos como nación como hicieron primero con su Estado, así durante el siglo XIX la mitad de los desertores del ejército galo eran vascos, siendo éstos tan solo el 1% de la población de Francia. En Zuberoa la influencia de gascón-bearnés es medieval sin desplazar al euskera, el francés no se introdujo hasta las mencionadas dos Guerras Mundiales.

 

El escritor vasco Etienne Salaberri (Baja Navarra 1903-1981), escolarizado y educado como francés, acudió a la Segunda Guerra Mundial, fue hecho prisionero por los alemanes y comentaba en sus memorias: “Gerla aintzinean ez nekien euskalduna nintzala. Alemania zolan ohartu naiz odolez eta mintzairez euskaldun nintzala, Euskal Herriari zorretan nere izaitearen itxura bereziaz” (Antes de la guerra no sabía que era vasco. En tierra alemana me he dado cuenta de que de sangre e idioma era vasco, deudor al País Vasco de mi forma de ser diferente).

 

“Es bien sabido que los pueblos que han sido conquistados y colonizados, se caracterizan psicológicamente por una serie de rasgos personales y pautas de comportamiento, que pueden ser agrupadas dentro de la etiqueta, Síndrome del Colonizado”. José Tomás Bethencourt Benítez.

 

NORA ZOAZ ESKUAL SEMEA

 

“Nora zoaz eskual semea,

arma hori eskutan?

Armen hartzera deitzen naute

frantsen aldera.

 

Eskualerritik urrunduz,

ta atzerrira joanak,

a ze negarra entzunen duzu

Eskualerrietan!

 

Morts pour la patrie,

eskuara baizik

etzakiten haiek

morts pour la patir…”

Gorka Khnör

 

 

En el siglo XX el turismo y la llegada de jubilados franceses a las costas de Lapurdi, supusieron el último gran retroceso del euskera en Iparralde. En la zona Biarritz-Baiona-Angelu, donde se concentra la mayor parte de la población de Iparralde, el 64% de sus habitantes no ha nacido allí, proviene de otras partes del Imperio francés, sobre todo de la zona de París, su integración en la cultura vasca y conocimiento del idioma nativo es prácticamente nulo, por lo que su forma de actuar responde al modelo colonialista, ya que los vascos no tenemos forma de controlar el número de los llegados ni podemos exigir que aprendan el idioma de la tierra de acogida, básicamente por no tener ninguna de las armas para defender nuestra idiosincrasia que da un Estado propio (leyes, escuelas, policía, medios de comunicación etc.), y estar lejos el Estado imperialista francés de ser democrático y por tanto de reconocer ningún otro idioma o cultura que no sea el de la nación central francesa, entendida ésta como una nación monolingüe y por tanto lingüicida.

 

En Francia no se puede hablar siquiera de diglosia o del uso del idioma imperialista en todos los ámbitos públicos de la vida de forma casi única, sino que en Francia, en pleno siglo XXI, el linguicidio continúa, en el país de las “libertades” no cabe más que hablar el francés; es más, todas las demás pluralidades ya sean étnicas, religiosas, sexuales etc. sí se respetan y salvaguardan con gran ahínco, en el caso del idioma sin embargo no, qué vamos a decir de aceptar la realidad de una Francia plurinacional o siquiera de “nacionalidades” a la española, por tanto, como España, Francia no existe, es sólo un proyecto que va en el buen camino pero que no ha llegado a su meta: un Estado, una nación, un idioma, el cómo lograrlo o costa de qué o quiénes, es secundario para Francia como lo es para España.

 

El Vaticano

 

A nivel individual la Iglesia Católica y Protestante ha dado grandes escritores e impulsadores del euskera, un listado sería casi interminable como impagables sus aportaciones: B. Etxepare, Pedro Agerre “Axular”, J. Leizarraga y casi todos los miembros de la escuela de Sara, además de A. Mogel, Aita Larramendi, A.Kardaberaz, S.Mendiburu, J.Aristimuño “Aitzol”, Esteban Urkiaga “Lauxeta”, Txomin Agirre, M.R. Azkue, o más recientemente, Bitoriano Gandiaga o Luis Villasante entre muchos otros.

 

A nivel de enseñanza de la Biblia, los franciscanos de Zarautz predicaban en un “vascuence inteligible, limpio y bien ordenado” según comenta Aita Larramendi –jesuita del s.XVII-, sin embargo los poderosos jesuitas predicaban en euskera pero enseñaban en sus colegios en castellano.

 

Pero como Estado, el Vaticano casi nunca fue favorable al euskera, otra cosa ha sido la actuación de la Iglesia parroquial –desoyendo a su jerarquía o evitándola-. La Iglesia Católica zonificó Alta Navarra o Alaba según el porcentaje de hablantes del romance navarro o castellano (daba igual que fueran bilingües), barriendo para los romanzados, despreciando el euskera y predicando en romance, tratando demasiadas veces al idioma ancestral de los nabarros como un idioma de incultos, primitivo, de ignorantes y retrasado.

 

En general, se puede decir que a la represión escolar se unió la Iglesia Católica oficial o vaticanista, salvo cuando tuvo que combatir el protestantismo, así, el obispo de Calahorra, el alabés Juan Bernal Díaz de Lupo, fue el primero en mandar predicar en euskera (1544-1555). La Iglesia vaticanista contribuyó de forma clara y definitiva a la ocupación militar del reino de Nabarra (tanto la Nabarra Occidental en el siglo XII como la Nabarra medular en el siglo XVI), por tanto y desde el principio, siempre se posicionó a favor del idioma del imperialismo (del que tenía el poder) y contra del idioma natural del reino.

 

En siglo XII, la Iglesia ya intentó dar una imagen de gente primitiva y mal cristiano de los nabarros con el “Codex Calistinus” o “Liber Peregrinationis” de Aymeric Picaud, así, Tomás Urzainqui, como hicieran otros historiadores antes, señala: “Aimeric Picaud –seudónimo que parece ocultar a personales de la aristocracia eclesiástica- con su obra-libelo Codex Calixtinus preparó a la opinión europea, al modo de las actuales campañas de intoxicación mediática, para una agresión definitiva contra Navarra”. La Inquisición que introdujo el rey aragonés Fernando el Falsario en Nabarra tras la invasión en el siglo XVI, contribuyó a dar de nuevo una imagen de “primitivización” de la gente euskaldun o vasco parlante.

Algo similar ocurrió con la Inquisición en Francia. Se mandaron quemar en la hoguera a 40 personas en Lapurdi en 1575 y hubo otras sentencias de brujas en Iparralde en 1575 y 1576, pero el comienzo de siglo XVII fue un auténtico reguero de sangre en estas tierras vascas gracias a la Iglesia Católica Vaticana y su Inquisición. Pierre Lancre se hizo jesuita en Turín, en 1582 lo nombraron consejero del Parlamento de Burdeos y en 1609 aceptó mediar en un conflicto secular, el de los Urtubia con los vecinos de Donibane Lohitzune. Se lo pidió el rey Enrique III de Navarra (IV de Francia) poco antes de ser asesinado por un sicario del Vaticano y de los jesuitas, recomendado así por su capellán Bertrand Echauz, de Baigorri, bajo-navarro también. Los Urtubia de Urruña, originarios de Alzate en Bera (Alta Navarra), reclamaban los derechos de un puente. En principio sería un episodio más de las Guerras de Banderizos, pero Lancre fue más allá de su cometido inicial.

Comenzó su investigación sobre la brujería en el País Vasco con la ayuda de una joven vidente de 17 años, llamada Morguy, la cual lograba identificar, gracias a la coloración de la piel, a los humanos que habían sido ungidos por el demonio, el stigma diaboli, la marca del diablo, marca que las brujas llevaban en lugares «muy secretos».

Mediante este infalible procedimiento, en 1610 Pierre Lancre quemó en Lapurdi 600 mujeres, niñas/os de corta edad y sacerdotes en sólo 4 meses, acusados todos de brujería. La locura o el genocidio, sólo fue detenido por los hombres que volvían de pescar en Terranova. La falta de maridos, alegaba el Inquisidor francés, era lo que provocaba estos casos de brujería entre las mujeres que quedaban en puerto y practicaban la brujería para tener noticias de sus maridos y mantener relaciones sexuales.

Otro elemento que empujaba a la herejía a los vascos, según Lancre, era la tendencia de los naturales a los bailes y fiestas, en los que también participaban los curas. Lancre llegaba en su paranoia a argumentar que la abundancia de hechiceros y brujas en el País Vasco era porque en las misiones católicas de las Indias y del Japón los habían expulsado previamente de esas tierras y, por razones desconocidas, se habían refugiado en el país de los vascos. Lo curioso del caso es que el que había comenzado la predicación católica y el misionado en esas lejanas tierras de Asia en el siglo anterior era el nabarro agramontés Francisco de Xabierr (tal y como firmaba él), miembro destacado de una de las familias rebeldes principales al ocupante español.

Lancre dejó escrito que en el País Vasco “hay más brujas que en toda Francia”. Lo mismo ocurría en el sur, donde había más brujas que en todo el Imperio castellano como en Zugarramurdi. Para Lancre el hecho probatorio de la culpabilidad de los vascos era aplastante: “Los vascos no se sienten franceses, ni tampoco españoles. Por tanto, no pueden ser cristianos”.

 

Morguy y Lancre lograron “desenmascarar” a 3.000 brujos y brujas vascas. Lancre creía que en un akelarre se habían reunido en Hendaia 12.000 personas. De Terranova llegaron entre 5.000-6.000 hombres de la caza de la Ballena y lograron parar la masacre expulsando al fanático genocida.

 

Tal y como afirma el antropólogo español Caro Baroja en su libro “Los vascos”: “es posible que en las persecuciones sistemáticas de un seglar como Pierre Lancre, hubiera intención política, más o menos velada, de espíritu centralizador”. Los motivos políticos son muy evidentes. La entrada definitiva de la inquisición y sus peores años (incluida la excomunión), coincide con la conquista de Alta Navarra (1512-24) y de Baja Navarra-Beárn-Foix, la cual que se plasmó definitivamente con la invasión de las tropas francesas de 1620.

 

La influencia de la Iglesia Católica en aquella sociedad es mayor de lo que la gente puede percibir hoy en día. Koldo Zuazo en su libro “euskalkiak, herriaren lekukoak”, relata como en el valle del alto Deba (Bergara, Arrasate-Mondragón, Aretxabaleta, Eskoriatza y Leintz-Gatzaga), el obispado de Vitoria del que dependía toda Gipuzkoa incluido este valle anteriormente bizkaino, mandaba en el siglo XIX curas nativos, pero sin respetar el euskera bizkaino que se habla en la zona. La consecuencia fue que los naturales de ese valle se acostumbraron al euskera gipuzkoano el cual se convirtió en el euskera de relación entre las clases altas y el euskera de escritura y lectura habituales, considerando a aquellos que sólo hablaban bizkaino como gente iletrada y el dialecto bizkaino como inferior al dialecto gipuzkoano.

 

Es representativo de la persecución que sufre el euskera, el hecho que desde el siglo XVI (el de la conquista de Alta Navarra) hasta 1904, no se pudiera inscribir nombre alguno en euskera en registro alguno, consintiendo ese año la Iglesia Católica en hacerlo, no pudiendo inscribir el nombre en los registros civiles españoles hasta 1930, cambiados después por nombres que «no ofendieran» a la gran nación española en 1936, año del alzamiento militar de la derecha española y posterior nueva represión sobre el pueblo vasco, prohibiéndose de nuevo la inscripción de nombres en euskera e incluso el uso del euskera en cualquier ámbito durante toda la dictadura nacional-española.

 

CONCLUSIÓN

 

Las naciones francesa y española son el fruto de centurias de violencia armada ejercida sobre todos los territorios y naciones conquistados y sometidos a sus mortales ejércitos y su posterior administración, educación y jueces colonialistas. La imposición cultural y nacional se hizo con la fuerza que tiene el conquistador sobre el conquistado (lingüicidio) y para lograr más poder, el que da una nación superior en número y más violenta (nacionicidio), que además se creía tenía la obligación de dominar a las demás para que estas se “ilustraran” también.

 

“Al morir el último rey carolingio de los francos en el 987, fue elegido rey Hugo Capeto. Se le corona como rey de los galos, de los bretones, los daneses, los godos, los habitantes de la Marca Hispánica y de los wascones. En otros territorios –que componen hoy Francia- ni siquiera le reconocían formalmente como rey. Muchos eran, pues, los pueblos que habitaban e suelo “francés”, no había ejército ni armada nacionales, ni administración, o ley común, ni cuerpo de funcionarios nacionales. Uno tras otro todos estos pueblos han sido suprimidos o incorporados e integrados contra su voluntad en la grande y única nación sin piedad alguna, por la fuerza de las armas.

Recordemos brevemente algunos destacados ejemplos: la cruzada contra los albigenses hasta la radical extirpación de la herejía por los Capetos y el proceso que culmina con las matanzas, derrota y posterior expulsión de los hugonotes, todo ello antes de 1789. A partir de esa fecha y ya bajo bandera republicana las guerras sin cuartel contra las antiguas “provincias” (“pueblos genuinos, con cultura y leyes propias”) hasta sustituirlos por departamentos a fin de hacer más fácil la penetración y la dominación estatal de la mano de funcionarios eficientes. Luego la escolarización obligatoria y gratuita (en francés por supuesto) y el servicio militar obligatorio. Con esta y otras medidas semejantes culmina el proceso de afrancesamiento y se consuma una forzosa política de uniformización: lenguas tradicionales acusadas como dialectos de atrasados, vida y cultura de pueblos rebajados a espectáculo folklórico para disfrute y consumo del civilizado turista parisino. De las entrañas del estado, como Minerva de la cabeza de Júpitar, ha surgido a sangre y fuego la nación francesa (…)”  Joseba Ariznabarreta “Pueblo y Poder” pág 219-220.

 

Ortega y Gasset (Madrid 1883-1955) explicaba así como se crean los Estados nacionales actuales de Francia y España en su libro “La rebelión de las masas”: “No ha sido la previa comunidad de sangre, porque cada uno de esos cuerpos colectivos está regado por torrentes cruentos muy heterogéneos. No ha sido tampoco la unidad lingüística, porque los pueblos hoy reunidos en un Estado hablaban, o hablan todavía, idiomas distintos. La relativa homogeneidad de raza y de idiomas que hoy gozan – suponiendo que ello sea un gozo -, es resultado de la previa unificación política. Por lo tanto, ni la sangre ni los idiomas hacen al Estado nacional, antes bien, es el Estado nacional quien nivela las diferencias originarias, mediante la violencia institucionalizada previa, conquista de un ejército y bajo su constante “tutela” mientras los conquistados mantengan su conciencia, de una forma u otra, de pertenencia a otro Estado”.

 

Conviene recordar también lo que decía el lingüista J. Garrido Medina para el castellano, pero que vale perfectamente para el idioma francés: “No se trata, entonces, de una lengua del pueblo elevada a lengua de Estado, sino de un Estado que impone su lengua. En ese sentido transcurre la historia: primero se diferencia el castellano (o el francés) como variedad románica, luego se difunde hasta llegar a ser el idioma general de la nación”.

 

España y Francia quieren ser Estados-nación, por tanto son creados de arriba a bajo, es el gobierno imperialista quien impone a los pueblos sometidos sus intereses, “a partir de ahí se justifica el estado por ser una nación, pero ésta fue brutalmente creada primero” (Joseba Ariznabarreta), frente a Nabarra, un pueblo o nación que se da un Estado: naciones-Estado, de abajo a arriba, un pueblo que se constituye en sujeto político para darse un Estado democrático con el que defender sus intereses económicos e idiosincrásicos (culturales, idiomáticos, administrativo-legales etc.).

 

El latín fue el idioma oficial y lengua franca de comunicación durante siglos en tres continentes. Según cayó el Imperio Romano, el Estado que lo sostenía, fue retrocediendo su uso pasando a ser básicamente mero idioma litúrgico de la Iglesia, hasta hablarse en la actualidad sólo en…¡el Vaticano!, es decir, allá donde es idioma de Estado, ni tan siguiera la Iglesia ha podido mantener su uso fuera de las columnas vaticanas. El caso del latín es paradigmático de la imposibilidad de un idioma para sobrevivir a largo plazo sin ser idioma de Estado.

 

Por último, es una obviedad histórica, que los Estados español y francés (descabalgado del poder el Vaticano, convertido en mero comparsa), seguirán poniendo todos los medios posibles para la desaparición de cualquier idioma que no sean los del imperio: el francés y el castellano.

 

“El imperialismo es: genocidio/etnocidio, expolio y explotación” Joseba Ariznabarreta “Pueblo y Poder”.

Beñi Agirre, 10/06/2010: “Franko-espainiarrek gure herria okupatu eta gure lanaren errenta beretu ondoren, identitate euskalduna erabat ezabatzeko erasoan datoz”.



[1] «Historia general del País Vasco» Manex Goyhenetche.

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua