Burla, exclusión y persecución del euskera en España

Al “humorista” español Antonio Mingote le publicaron un “chiste” gráfico el 24 de junio del 2008 el grupo mediático español Vocento (Diario Vasco, el Correo español, ABC, etc.), donde se veía a un chico joven sentado delante de un libro y una voz en off que decía: “Estudia en euskera. Es  una víctima del terrorismo aunque él todavía no lo sabe”.

 

 

Muchos creen que la antipatía e incluso odio hacia el euskera en España (en su caso Francia) es algo reciente, odio que los españoles atribuyen a la política actual de los partidos políticos de ámbito vasco, pero no es verdad, esta enemistad entre el castellano y el euskera viene de antiguo, de muchos siglos antes de que existieran siquiera los partidos políticos. De lo que sí se les puede acusar a los partidos del nacionalismo vasco en el tema lingüístico, es de no haber sabido llegar a los nabarros de la Ribera, al confundir la situación lingüística de la Euskal Herria verde con la del “ager vasconum” e ignorar la historia del reino de Nabarra, con su diversidad de lenguas en la Ribera y su pluralidad étnica desde época romana y alto medieval.

 

Antes de la conquista del reino de Nabarra, la situación del euskera poco tenía que ver con el posterior desprecio y constante ataque hacia la “lingua navarrorum”, sirva como resumen este entresacado al respecto de las zonas bilingües del reino nabarro del libro “El euskera en Navarra” del gran historiador de Artajona Jimeno Jurio:

 

“Podemos afirmar que la Ribera de Alta Navarra, de Alaba y de Aragón limítrofe a éstas, pasaron por ciclos proto-vasco, vasco-céltico, vasco-latino, vasco-árabe y vasco-románico desde los siglos IX-X hasta nuestros días (los godos apenas tuvieron repercusión en el complejo idiomático de la comarca). En este último ciclo, el vasco-románico, también hay que hacer dos distinciones: un primer ciclo vasco-romance medieval marcado por el respecto y el mestizaje vasco romance navarro con mozárabe, y un segundo ciclo a partir del siglo XVI con la pérdida del reino navarro, donde el euskera, el idioma propiamente navarro, es menospreciado y apartado de la vida social por el idioma de conquistador: el castellano.”

 

La opinión del etnólogo español Julio Caro Baroja acerca de la frontera de los territorios de habla vasca a lo largo de toda la Edad Media es que es la misma que en el año 1587, es decir, se mantuvo constante desde la ocupación musulmana del sur del ducado baskón (de la que es hija el reino de Pamplona-Navarra) hasta el siglo XVI, en el que es invadido del todo en su territorio peninsular el reino de Nabarra, fecha en la que comienza, significativamente, el retroceso del euskera; existe un registro del año 1587 que se conserva en el Seminario de Vitoria donde se dice respecto a Alta Navarra (CFN), que se hablaba euskera en 451 pueblos –monolingüe en lengua nabarra- y que eran bilingües en romance nabarro y euskera, otros 58 pueblos[1]. El vicario de Sangüesa y Lumbier, el licenciado Lubián en el siglo XVI escribe significativamente: “no hay ningún lugar ni Ciudad nin villa en este Reyno en que no haya baskongados (en su significado histórico de vasco-parlantes o euskaldunes)”, incluido el Sur.

 

El abad de Arteaga (Valdizarbe, Alta Navarra), Juan de Beriain, por ejemplo, dejó escrito en el siglo XVII la buena salud del euskera en todo el reducido Reino de Navarra: “Doctrina Christiana en romance y bascuence” año 1626, Pamplona: “(…) escribo en bascuence, porque no ha habido nación en todo el mundo, que no haya premiado la lengua natural de la patria y enseñarla en las secuelas a leer y escribir. Según esto, razón es que nosotros estimamos nuestra lengua bascongada”.

 

Pero la situación para nuestro idioma cambió a partir de perder, hasta el presente, nuestra libertad. Se entiende muy bien las políticas castellano-españolas respecto a los idiomas de su Imperio en el siguiente texto de 1492, por mandato de Isabel la Católica a Antonio de Nebrija. Se trataba de unificar el castellano, en el prólogo del libro aparece este texto revelador que dice: “(…) muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquellos tenían necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua”. Fue la política castellana en América como en el reino de Navarra según fue conquistando y subyugando. En ese documento se dice también: “ …I cierto así es que no solamente los enemigos de nuestra fe, que tienen la necesidad de saber el lenguaje castellano, más los vizcaínos (se refiere a todos los nabarros marítimos y suletinos), navarros (de Alta y Baja Navarra aún libre), franceses, italianos y todos los otros que tienen algún trato y conversación en España y necesidad de nuestra lengua…”.

 

En el Siglo de Oro de la literatura española (s. XVI-XVII) hay unos cuantos ejemplos de cómo veía el español al vasco-parlante, así, Cervantes ironiza en su principal obra “El Quijote” cuando el analfabeto Sancho Panza recibe una carta de su mujer, alguien le aconseja con sorna que se la lea su secretario y Sancho pregunta:

“-¿Y quién es aquí mi secretario?

– Yo señor, que sé leer y escribir y soy vizcaíno.

– ¡Con esa añadidura, bien podéis ser secretario del mismo Emperador!, replica Sancho Panza.”

 

“Vizcaíno” tenía entonces el sentido histórico de euskaldun o vasco-parlante, análogo al de “vascongado” como también se llamaba al que hablaba vascuence (como “romanzado” el que hablaba romance[2]), se declaraban “vizcaínos” por ejemplo San Francisco Javier (Alta Navarra s.XVI) o mucho después Agosti Xaho (Zuberoa s. XIX), baile de nombres que en realidad tratan de evitar el nombre común de “nabarros”, los baskones libres del Estado nabarro. La ironía del escritor español hacía referencia a que había muchos “vizcaínos” en la corte del emperador del Imperio castellano desde Carlos V de Gante. Pero Cervantes no tenía simpatía alguna por lo “vizcaíno”, escribe así en otra parte del libro sobre las andanzas del hidalgo manchego: “Todo escritor debe de escribir en la lengua que ha mamado, aunque sea el vascuence”, es decir, que lo mejor era escribir en cualquiera de los 6.000 idiomas del mundo menos en euskera, salvo que no le quede a uno más remedio por no conocer más idiomas.

 

En la tercera parte de La Celestina de 1536, Gaspar Gómez introduce un personaje en la comedia al que llama “Perucho Vizcayno”. Este personaje de “Perutxo” aparece recurrentemente en la literatura española del siglo XVI, con él se trata de retratar a todos los vasco-parlantes como personas aldeanas y sin cultura, para ello lo que más recalcan es que son desconocedores del idioma castellano o que lo hablan muy mal, todo ello con un menosprecio latente. Apareció Perutxo por primera vez en 1517 en la obra “Tinelaria” de Torres Naharro, después usó el personaje Gaspar Gómez en la “Celestina” como hemos visto (1536), también lo usó Martín de Santander en “Rosabella” (1550) y el propio Cervantes en “El vizcaino finjido”.

 

En pleno siglo XX la situación de desprecio hacia el euskera y la burla hacia el vasco-parlante por no saber castellano era la misma que en el siglo XVI, a lo que nuestro gran poeta Esteban Urkiaga “Lauaxeta” –fusilado después por la ultraderecha española en 1937- respondió al imperialismo idiomático castellano: “El conocimiento del idioma nacional es el culpable de nuestro escaso dominio del idioma extranjero”.

 

Mientras los Fueros o leyes del reino nabarro resultantes de la aplicación del Derecho Pirenaico consuetudinario tuvieron fuerza, la situación del euskera fue bastante estable en la mayor parte del territorio (pese a la invasión del Estado de la lengua nabarra y la exigencia de conocer el idioma del imperialismo o castellano para ocupar cualquier alto cargo, s.XVI-XVII), por tanto, hasta la centralización borbónica y las Guerras Carlistas en España -s. XVIII-XIX- y hasta la Revolución Francesa en Iparralde, año 1789.

 

Así lo explicaba el ilustre filólogo Koldo Mitxelena en “Historia de la literatura vasca”: “Sería inexacto suponer que las autoridades fueron opuestas, por razones mejores o peores a fomentar el uso de la lengua vasca y sólo ésta. Obras inéditas en castellano salieron con retraso parecido: la “Suma” de Zaldibia, muerto en 1575, vio la luz en 1945; el compendio de Isasti, escrito hacia 1620, en 1850, la crónica de Ibargüen-Cachopín continúa inédita. En realidad, en Guipúzcoa y Vizcaya por lo menos, la aversión se extendía sin discriminación a todo escrito en la lengua que fuera. La única literatura que se costeaba sin regateos era la legal de los interminables pleitos por atribuciones, límites o precedencias.

 

No obstante lo dicho, sería injusto en sumo grado acusar a los vascos de los siglos XVI a XIX, incluso en sus clases más elevadas, de menospreciar la lengua. Aparte de que tal acusación quedaría desmentida por la tenaz adhesión que el pueblo ha venido prestándole, todos los vascos han sentido un orgullo desmedido por su idioma, orgullo que ha encontrado su expresión más conocida en las numerosas apologías que se le han dedicado desde el siglo XVI” (…) “Las instituciones propias, mientras existían, le fueron favorables (al euskera) al menos por omisión”.

 

La persecución sistemática al euskera, hasta entonces burla y menosprecio, lo trajo el centralismo borbónico aprovechando la creación sistemática de las escuelas de primeras letras, lo cual fue decisivo en el retroceso territorial y social del euskera.

 

El primer rey Borbón de España, el francés Philippe de Bourbon duque de Anjou (nacido en el palacio de Versalles 1683), Felipe V siguiendo la cronología castellana -el cual no hablaba el idioma de Cervantes a su llegada a España con 17 años-, creó la Biblioteca Nacional Española (1712) o la Real Academia Española (RAE, 1713), necesaria para lograr el castellano unificado que se habla hoy en la península (el español “batua”), frente a la situación con la que se encontró a su llegada el rey francés de un idioma con una fuerte dialectización pese al intento de unificación de Nebrija. Pero este castellano unificado es diferente al que se habla en los Estados hispanoamericanos, por lo que sigue habiendo en la actualidad 90 dialectos del castellano -además de cientos de subdialectos-, tal y como explica el lingüista Moreno Cabrera en su reciente libro con un título tan revelador como “La lengua es un dialecto con ejército”.

 

En el Diccionario de autoridades de comienzos del siglo XVIII de este rey francés de España, se define el “vascuence” como “lo que está tan confuso y oscuro que no puede entenderse”. Es más, hoy en día, siglo XXI, sigue igual en el diccionario de la Real Academia Española, DRAE, para la que el “vascuence” o euskera significa:

 

(Del lat. vasconĭce).

1. adj. euskera (perteneciente a la lengua vasca).

2. m. euskera (lengua).

3. m. coloq. Aquello que está tan confuso y oscuro que no se puede entender.

 

Las escuelas nacieron en el siglo XVI y XVII de forma residual, pero se impulsaron a partir precisamente del siglo XVIII para difundir el idioma del Imperio castellano. La legislación escolar no estaba recogida en los Fueros del Derecho Pirenaico baskón, pues apenas existían escuelas al escribirse éstos (la primera universidad se sitúa en el siglo XIII en Tudela pero no tuvo continuidad), resquicio que sirvió al imperialismo español para introducir el castellano y arrinconar como idioma de “iletrados” el euskera.

 

En tierras vascas se enseñaba desde la creación de las escuelas únicamente en castellano, pero, al salir del colegio, los escolares volvían a su idioma natural, el euskera. Pueblos totalmente vasco-parlantes como Hondarribia tenían en el siglo XVII profesores foráneos, e incluso militares, tal y como lo relata Pedro Esarte en su libro “Asedio a Fuenterrabía y avasallamiento de Guipúzcoa 1635-1644″.  Hasta la caída de los Fueros el profesor les podía hablar en euskera para tomarles la lección a sus alumnos en algunas comarcas (como excepción y título personal), pues existen testimonios de profesores euskaltzales (vascófilos) en tal sentido, después la represión fue total.

 

Son importantes todas las leyes y políticas tomadas contra el euskera desde el inicio por los Borbones y su centralismo-uniformización en busca de convertir en Imperio castellano en España-nación, proyecto de un Estado con una nación e idioma único de base exclusivamente castellana, pero la Real Célula del 23 de junio de 1768 y la de 10 de marzo de 1770 promulgadas por el afrancesado Borbón Carlos III de España (hijo del anterior) se llevan la palma: toda la enseñanza escolar se hará “únicamente en lengua castellana” en todos los territorios del Imperio castellano de la península y Ultramar, y todos los idiomas que no fueran el castellano serían perseguidos en el Imperio.

 

Sirva como ejemplo este temprano caso de un pueblo tan euskaldun o vasco parlante como Beasain y más en 1730, año del texto siguiente: “que no se les permita hablar en vascuence sino en castellano, poniendo anillo y castigándoles como se merecen”. Es un acuerdo entre el municipio y el maestro, a los vascos nos habían convencidos para entonces que nuestro idioma no servía como medio de transmisión de conocimientos. El que quiera leer docenas de ejemplos como éste los tiene en “El Libro negro del euskara” de Juan Mari Torrealdai.

 

En 1830 las Juntas Generales de Gipuzkoa constataba una preocupación por la revitalización de la lengua, en el memorial sobre el euskera encargado a Iturriaga aseveraba que “las pérdidas territoriales que ha experimentado” eran fruto “de las escuelas de primeras letras”, tal y como recoge Lasa, J.I. en su libro “Sobre la enseñanza primaria en el País Vasco”. En 1857, la Ley Moyano de Educación, insistía sobre la obligatoriedad de la enseñanza primaria en castellano sin lugar a otros idiomas.

 

Hay que destacar además en el retroceso y menosprecio del euskera los factores jurídico-legales que prohibían y restringían su uso, así como los que silenciaban toda referencia al euskera o ignoraban su existencia, ejemplos que recoge Euskaltzaindia en “El Libro Blanco del Euskara”. Sirva como texto significativo las instrucciones que el Fiscal del Consejo de Casilla dictaba en 1716 para la introducción del castellano: “utilizar instrucciones y providencias muy templadas y disimuladas, de manera que se consiga el efecto sin que se note cuidado (…). Porque en Navarra se habla bascuence en la mayor parte y van a gobernar Ministros Castellanos”.

 

Tras la supresión de los Fueros en el siglo XIX, y pese al denodado intento de todo el pueblo nabarro para defenderlo tomando las armas contra el proyecto España-nación de base únicamente castellana, el euskera fue perseguido, tratado de enemigo de la unidad de España y los escolares que lo hablaban castigados sistemáticamente. La derrota en las guerras carlistas, creó en muchos valles nabarros un sentimiento de pérdida total, no sólo de la guerra sino de todos los símbolos de nuestra cultura y en una especie de suicidio colectivo de nuestra idiosincrasia por la que se creían luchar, en muchos valles hasta entonces monolingües en lengua nabarra, se aceptó la victoria española y la imposición de sus señas de identidad renunciando a las propias.

 

Arturo Campión (Pamplona 1854-Donostia 1937) refleja esta situación en una de sus novelas basada en hechos reales, “El tamborilero de Erraondo” (valle de Untziti, cuenca de Pamplona hacia el sureste de la capital del reino): “Es la historia de Pedro Fermín Izko, que emigró a América con su txistu y pasó cincuenta años en la comunidad euskaldun de la diáspora. (Después de las Guerras Carlistas que finalizaron en 1876) Volvió entonces al valle y se puso a tocar el txistu a la salida de la iglesia, como lo había visto hacer a su padre. Y se encontró para su sorpresa con burlas de gente que había perdido su cultura, su lengua y sus raíces” (gerindabai.blogspot.com).

 

El periódico madrileño “el Imparcial” (sic) lo decía claramente en aquellos días: “Quitarles los Fueros no es suficiente, tenemos que quitarles ahora la lengua”[3].

 

Toda esta extrema situación del decaimiento del euskera debido a una presión centralista en todos los frentes (cuando no genocida), llevo a decir a Wilhem von Humboldt (1809): “En menos de un siglo quizás desaparezca el vascuence de la lista de las lenguas vivas.”

 

Un bilbaíno de nacimiento -pero de mente española- a principios del siglo XIX aseveraba que: “El vascuence se extingue sin que haya fuerza humana que puede impedir su extinción; muere por ley de vida”. Era Miguel de Unamuno y Jugo el que se expresaba así, incluso de forma más tajante: «Eres un pueblo que te vas; (…) estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida al pueblo que te sujeta y te invade. (…) esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo; no importa porque como tú debe desaparecer; apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español».

 

El lingüista checo, uno de los fundadores del Círculo lingüístico de Praga y filólogo de la universidad de Viena, el Dr. Hans Mukarovsky (Písek, 1891-Praga, 1975) le contestó al bilbaíno “El argumento de que las lenguas llamadas “primitivas” son un obstáculo para progreso, o es una argumento de ignorancia o de mala fe. Surge generalmente, o bien del deseo de alguien que ha abandonado una lengua por otra o un deseo puramente político, para hacer a todos iguales, y suprimir posibles rebeliones o secesiones de un centro político, un estado etc. En cualquiera de los casos, no hay verdad en ello, sino cierto deseo de suprimir el orden natural.” (…) “Su tesis (la mencionada de Unamuno) me parece extraña, por no decir criminal, ¿existe algún fondo político detrás de estas tendencias represivas? Me gustaría saberlo”. En realidad Unamuno en este texto de 1902 estaba plagiando al inglés Matthew Arnold, cuando en 1867 escribió lo mismo contra el galés y a favor del inglés en “Study of Celtic literature” (“Unamuno y el vascuence” Martín de Ugalde).

 

El mejor filólogo vasco de todos los tiempos, Koldo Mitxelena, en su libro “La lengua vasca”, hace una clara referencia al sambenito que a los vascos y a nuestro idioma nos han querido colgar así como a lo absurdo del mismo: “No hay lenguas primitivas en el mundo, sino a lo sumo lenguas de pueblos primitivos. Es cierto que, en un momento histórico dado y por circunstancias extralingüísticas, unos idiomas están mejor preparados que otros para las necesidades de un tipo determinado de civilización. Pero tales deficiencias momentáneas, que radican por lo general en el léxico, parte nada central de la lengua, pueden ser rápidamente subsanadas, por neologismo o por préstamo, si la comunidad que la usa se siente movida a ello. Un mito muy difundido es el que existen lenguas más “difíciles” – y la nuestra sería una de ellas- que otras, mito tan deleznable como el de las lenguas más “filosóficas” o más “progresivas” que las demás. Porque aquí todo depende del punto de partida: ¿para quién es más difícil una lengua que otra?”.

 

Se trata de una “profecía autocumplida”, el querer que desaparezca como lengua con un constante martilleo durante siglos, el no poner medios para que se escriba y se eduque en euskera frente al castellano (o francés), es lo que llevó al euskera a su ruralización, alejándole de medios intelectuales; después se le acusó de ser una lengua sin literatura o imposible de ser lengua culta, lo que se había demostrado como falso tempranamente, sobre todo con la “Escuela de Sara” y su prolífica escritura de diversidad de temas y de escritores que llevaron a crear el primer “euskera batua” o unificado (s. XVI-XVII), gracias al patrocinio de los reyes de Nabarra (Enrique II “el sangüesino” y las reinas del renacimiento nabarrista o nafarzale Margarita y Juana de Alberto o Labrit), el mismo siglo en el que se desarrolló la literatura en castellano como hemos visto.

 

Poco antes de La Segunda Guerra Carlista, en 1867, según Ladislao de Velasco, el 52% de la población de los 4 territorios del País Vasco peninsular sabía Euskara, la mayoría eran además monolingües, 100 años después, en 1975 tras la muerte en la cama del dictador español Francisco Franco, no pasaba del 20-25% y ya no había monolingües en euskera pero sí un 80% de monolingües en castellano, muchos nativos, pero la mayoría ni siquiera había nacido en tierras nabarras.

 

Desde mediados del siglo XIX con capital inglés principalmente y mano de obra vasca, se dio una fuerte industrialización de las poblaciones bizkainas de la margen izquierda del río Ibaizabal-Nervión, así como en Bilbao, es la única revolución industrial en la Península Ibérica. Pero tras la pérdida de la defensa Foral en las Guerras Carlistas a finales del siglo XIX, la situación es aprovechada por los vencedores que se hacen con el control de la industria y el control total del país.

 

España usó a los territorios de la costa nabarra y Catalunya para librarse de una masa de gente que se le agolpaba en el campo, gente que “sobraba” a los grandes latifundistas y desastrosas desamortizaciones que no repartieron la propiedad de la tierra sino que la simplemente la cambiaron de manos; así mataban dos pájaros de un tiro: el excedente de gente del campo español a las “provincias” traidoras traía a éstas una población no carlista y menos foralista y sobre todo de sentimiento español, pudiendo alimentar a toda la población sin provocar revueltas contra los terratenientes y manteniendo éstos sus propiedades y su privilegiada situación.

 

Todo ello supuso la llegada masiva por primera vez de gentes españolas que desconocían el idioma nativo y tampoco hacían esfuerzo por aprenderlo, actuando como auténticos colonos españoles (DRAE colonia: 4. Territorio dominado y administrado por una potencia extranjera) y principales actores del proyecto centralista de base exclusivamente castellana del gobierno español más que como simples emigrantes por motivos económicos, lo que conllevó el retroceso del euskera de grandes territorios del país. Incluso muchas veces no se daba contacto alguno con vasco-hablantes debido a las grandes masas de gentes que llegaban y se adocenaban juntas, además de no haber lugares donde aprender  euskera por una actitud de menosprecio y exclusión de la administración española y de la enseñanza como hemos comentado. La industrialización supuso el desplazamiento del euskera de las grandes urbes nabarras, totalmente desnaturalizadas de su ser baskón. Es por tanto, el retroceso del euskera, más tardío de lo que la gente habitualmente cree, y se precipita en últimos 150 años.

 

“Uno de los síntomas de nacionicido es la amnesia de la historia propia. El efecto del nacionicidio es la privación, y sustitución de su sistema jurídico y de su derecho nacional. La conquista trajo como consecuencia la hibernación de la soberanía de Navarra al quedar sometida a otro Estado que le impone su soberanía –su sistema jurídico y su legislación-, la minorización jurídica y el bloqueo al desarrollo y evolución del sistema jurídico propio (…). Sobre la lengua y la cultura se ha producido el lingüicidio y la primitivización” Tomás Urzainqui Mina, Comisión de Autogobierno del Parlamento de la C.A.V. en la Nabarra Occidental en mayo del 2002.

 

El último gran mazazo al euskera vino del franquismo, que no se conformó con prohibir su enseñanza, sino que incluso prohibió hablarlo intentando completar el lingüicidio y nacionicidio, acuñando frases como: “español, habla la lengua del Imperio”. El nacionalismo español siempre ha concebido su España como monolingüe, lo mismo que el francés (por tanto no dejan de ser proyectos inconclusos e históricamente inexistentes). Con el franquismo desaparecieron los euskaldunes monolingües tras unos 20.000 años.

 

Tras el modelo económico marcado por Gobierno español en el Plan de Estabilización de 1959 y el Plan de Desarrollo de 1960, al morir el dictador español Franco, el 53% de la población de los tres territorios de la Nabarra Occidental no había nacido en los mismos, eran en su mayoría colonos españoles que no hacían nada por respetar la cultura del pueblo que los acogía, colonos que desconocían el idioma vasco, prohibida su enseñanza y el poder hablarlo incluso para los naturales con fuerte multas y castigos, con una persecución policial y militar contra todo lo que fuera el idioma nabarro; la llegada de inmigrantes españoles a Nabarra, lejos de ser fruto de una tendencia natural de la economía nabarra, fue fruto de una dictadura que buscaba la eliminación de un poder que le resulta difícil de controlar: el del pueblo nabarro, y con él el exterminio su idiosincrasia y conciencia de pueblo mediante una inmigración masiva desde otros puntos del imperio castellano.

 

En la Nabarra Occidental, el paro en 1960 era prácticamente cero y del 3% en 1975, a pesar de la crisis mundial del petróleo de 1973. Convirtiendo a las “provincias” calificadas de “traidoras y separatistas” de Bizkaia y Gipuzkoa en las más ricas y, curiosamente también, las más densamente pobladas, no ya de España sino incluso de Europa. En tan sólo 10 años, los más duros del franquismo, de 1950 a 1960, en Barakaldo se construyeron 9.072 viviendas (tenía hasta entonces 8.270), Portugalete pasó de 2.380 viviendas a 5.553, Basauri de 2.200 a 4.909, en Bilbao, por ejemplo, de 300.000 habitantes casi la mitad no eran siquiera nacidos en el País Vasco.

 

Pese a cierto aperturismo del sistema totalitario imperialista tras la muerte del dictador español -empujados por Europa y USA y no voluntario-, el siguiente paso fue la diglosia, es decir, la imposición de un idioma sobre otro hace imposible en la práctica el bilingüismo; mientras que el castellano o el francés son de obligado conocimiento (así lo impone la Constitución española de 1978 por ejemplo), el euskera es co-oficial pero voluntario en los territorios de la Nabarra Occidental ocupadas por España y co-oficial sólo en parte en el caso de Alta Navarra (CFN, donde continúa el exterminio de cualquier vestigio del euskera en el sur) y ni tan siquiera eso en la parte ocupada por Francia. Las cadenas gratuitas de televisión en castellano son incontables e incontables las cadenas locales en castellano, lo mismo que las radios, prensa, cine etc. de las cuales es imposible escapar, frente a las escasas en euskera, provocando la marginalidad del euskera incluso en la Nabarra Occidental, qué decir en el resto de las administraciones españolas y francesas en las que se divide a los nabarros para su mejor asimilación por el imperialismo.

 

Miguel de Unamuno en los Juegos Florales en 1901 en un polémico texto decía: “El vascuence y el castellano son incompatibles, dígase lo que se quiera, y si caben individuos no caben pueblos bilingües. Es esto de la bilingüidad un estado transitorio”.

 

El problema principal del euskera era y es que sus hablantes estamos siendo objeto de un sometimiento político armado, por lo que la defensa de nuestro pueblo y sus valores (Derecho Pirenaico, idioma/s, cultura y en definitiva de nuestra idiosincrasia propia) es muy difícil de defender ante el imperialismo al no tener el paraguas político de nuestro propio Estado, ocupado militarmente y subordinada toda su cultura e idioma desde hace siglos y hasta el presente a los intereses de los imperialistas, intereses contrarios a los nuestros, pero como dijo el historiador nabarro Arturo Campión sobre Nabarra: «Muerta parecía y dormida estaba».

 

 

 

 

 



[1] “Euskeraren galera Nafarroan, 1587-1984” E.Elgoibar, B.Zubizarreta, I.Gaminde.

[2] “El libro blanco del euskera”, Euskaltzaindia

[3] Joxe Azurmendi, “espainola eta euskaldunak”, pág. 7

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua