Nabarra por su independencia, seis glorias patrias (II)

“Los intentos de insurgencia para liberar nuestro Estado han sido numerosos, siendo los siguientes los más significativos, 6 veces en 400 años”.

  • La Primera Guerra Carlista, Tomás I de Nabarra

Alexis Tocquevillle (s. XIX): “Me he preguntado muchas veces dónde está la fuente de esta pasión por la libertad política que en todos los tiempos ha movido a los hombres a hacer las cosas más grandes que la humanidad haya realizado jamás; en qué sentimientos arraiga y se alimenta (…) lo que odian los pueblos nacidos para ser libres es el mismo mal de la dependencia”.

La primera Guerra Carlista tuvo lugar entre 1833 y 1839. Aunque empezó como una guerra dinástica, llevaba en su seno la lucha nacional del pueblo baskón por mantener nuestras instituciones propias basadas en los Fueros o las leyes consuetudinarias del derecho pirenaico.

El bando “liberal” lo conformaban militares de alta graduación y la burguesía de los nuevo ricos aliados con la regente Maria Cristina y su hija Isabel, los cuales pagaban dos pesetas a sus tropas reclutadas, por lo que eran conocidos como los “peseteros” frente a las milicias voluntarias carlistas del “ejército de los pobres”. El bando llamado “liberal” quería implantar un modelo de Estado similar al centralista y jacobino francés con una Constitución para todos los Estados de la corona “de las Españas” con base en la legislación, cultura e idioma de Castilla, sin respetar los Fueros o leyes propias ni la idiosincrasias propias de la corona de Nabarra y la de Aragón-Catalunya (y menos la de los finiquitados Estados de Al-Ándalus o de León), eliminados los Fueros en el caso catalano-aragonés por los Decretos de Nueva Planta tras la entronización del primer Bourbon a la que se habían opuesto, el francés Philippe V de Anjou (1707-1715), pero cuya recuperación anhelaba el pueblo.

A principios del siglo XIX, los diferentes territorios en los que se dividió el reino de Nabarra en el sur pirenaico, estaban acomodados a sus Fueros o leyes nabarras aunque fuera bajo un Estado o Imperio ajeno (por lo que no eran soberanos) y funcionaban como pequeños Estados confederados a la corona de las Españas, de ahí el nombre de “estados separados” y después de “provincias exentas” que les dieron los emperadores y reyes de las Españas. La Nabarra peninsular estaba dividida en cuatro instituciones autónomas entre sí encabezadas por las Diputaciones Forales como órganos permanentes de las Juntas Generales o de las Cortes (creadas en los s. XVI-XVII). Sólo Alta Navarra mantenía el nombre de “reino” con Cortes, pero con un “virrey” según el modelo colonial impuesto desde la corona española, equivalente al “Corregidor” impuesto a la Nabarra Occidental.

No fueron pocos los testigos que refirieron situaciones de conato independentista dentro de las tropas carlistas vascas, algo que no resulta extraño cuando se habían producido pocos años antes procesos similares en las demás colonias españolas de allende de los mares en las que los descendientes de baskones participaron activamente como el propio Simón Bolívar, Mariano Abasolo, Juan de Aldama (así como su tío y hermano), Agustín de Iturbide o José Antonio Etxebarri, y, en algunos casos, llegando desde Europa para ayudar a los americanos a ser de nuevo libres, como Xabier y Mina, los enkartados Miguel de La Torre y Pedro Celestino Negrete, Luciano Elhuyar (hijo de uno de los famosos científicos de la RSBAPV) o Martín Alzaga.

Se ha especulado mucho sobre las intenciones reales de la principal figura del primer carlismo vasco, Tomás Zumalakarregi (Ormaiztegi 1788-Zegama 1835, Gipuzkoa). Algunos de sus coetáneos como Luciano Bonaparte (príncipe francés y vascófilo) y Agusti Xaho (pensador y político zuberotarra), hablan de él como el caudillo de la independencia vasca. Es probable que tal idea no pasara por su cabeza, o al menos no fuera un planteamiento bien formado, y que su lucha fuera por la defensa foral. Su temprana muerte cortó de raíz esta posibilidad.

La idea de la recuperación del reino de Nabarra entre las tropas carlistas vascas lo constataron, por ejemplo, los británicos Wilkinson y Somerville (1837 y 1839), los cuales relatan que Zumalakarregi estuvo a punto de aceptar la corona del país como “Tomás I, rey de Nabarra y Señor de Vizcaya”. El ayudante del general, el coronel de Vargas, se hizo eco de este rumor en sus memorias, rumor que corrigió en parte el prusiano Laurens (1839): «Zumalakarregi era el ídolo de su pueblo y se hablaba sin reparo de alzarlo con la corona de Nabarra y hacerlo rey de los vascos. No era ésta, sin embargo, la idea de Zumalakarregi. No quería otra cosa que defender los derechos y libertades de su patria y esquivó aquel honor modestamente, dejando paso a su legítimo rey que se hallaba en Inglaterra» (Idoia Estornés Zubizarrreta 2008).

El historiador Pirala en el año 1835 dijo en Baiona: “no se sabe cuáles fueron las miras de Zumalakarregi, aunque hay barruntos para creer que se trataba de declarar la independencia de las provincias”. También desde las cuatro Diputaciones forales salió la pretensión de nombrarle a Zumalakarregi Tomás I de Nabarra; así, a la vista de ciertas connivencias internacionales, se le pide que acepte ser nombrado “rey de los vascos”.

En el libro “Fueros y carlistadas”, Mikel Sorauren, señala que fue el general carlista Maroto quien sembró la desconfianza del pretendiente D. Carlos hacia Zumalakarregi, pues creía que miraba más hacia la independencia (autobiografía “Vindicación del General Maroto” de 1846). En esas memorias, el general carlista Maroto -jefe del ejército carlista tras la muerte de Zumalakarregi-, relata que en junio de 1839 la oficialidad del carlismo gipuzkoano le ofreció finalizar la contienda y proclamarse presidente de una república vasca de cuatro provincias, pero que no aceptó. El zuberotarra Agosti Xaho en su libro «Viaje por Navarra durante la sublevación de los vascos» de 1835, relata la situación política con frases tan contundentes como: “La independencia de la Federación Vasca se proclamará sin combate”.

La traición del murciano Maroto se consumó en el “Abrazo de Vergara” con entrega de las tropas al general liberal Espartero que puso fin a la contienda.  La cuestión más importante de la Primera Guerra Carlista, es que cualquier iniciativa de Zumalakarregi para proclamarse rey de Nabarra hubiese sido imparable. El pueblo había tomado militarmente nuestro país, donde era soberano como lo había bajo el reino baskón de Nabarra, sólo un ejército superior en poder armamentístico así como una clase dirigente ajena a la voluntad mayoritaria del país, pudo poner freno a su poder libertador.

  • León Iriarte y Pablo Barricart, sublevados por la independencia de Nabarra

“Y quien se adueñe de una ciudad acostumbrada a ser libre y no la destruya, que se espere ser destruido por ella, porque el nombre de la libertad y de las antiguas instituciones siempre encuentra refugio en la rebelión, y ni el tiempo transcurrido ni los beneficios obtenidos pueden hacer que sean olvidadas”. Nicolas Maquiavelo, “El príncipe” (s. XVI).

A pesar de que la opción carlista para la defensa foral fue la mayoritaria entre el Pueblo nabarro, hubo una minoría que llevaron esa defensa desde el lado llamado “liberal”. En plena primera Guerra Carlista varios militares liberales se sublevaron junto a su tropa por los Fueros y la independencia del reino de Nabarra. Es decir, no sólo los nabarros implicados en el bando carlista o del pretendiente Don Carlos lucharon por sus Fueros e incluso por la independencia, también una parte de la minoría de nabarros que se manifestaron a favor del modelo liberal y de la princesa Doña Isabel, pidieron el respeto a los Fueros, yendo algunos incluso mucho más allá.

Empezó la sublevación el 26 y 27 de agosto de 1837, cuando estalló una sedición en la fortificación de Zizur Menor comandada por el coronel León de Iriarte, ex guerrillero con Espoz y Mina, y por Pablo Barricart, los cuales comandaban los batallones francos de Alta Navarra que peleaban contra los carlistas. Los sedicentes, nabarros del ejército de la reina española Isabel II y de su madre Cristina, se sublevaron contra las tropas españolas de ocupación, se hicieron dueños de Pamplona y fusilaron entre otros al ex virrey de Alta Navarra y general de la reina el conde Sansfield, al que los sublevados atravesaron con sus bayonetas y dejaron desnudo durante 2 horas en la actual plaza del Castillo -en aquel entonces de la Constitución-. Dominada la sedición, Iriarte y Barricart fueron fusilados en el interior de la Ciudadela de Pamplona junto a otros dirigentes por orden del general liberal Espartero por haber intentado recuperar la independencia de Nabarra:

“(…) considerando asimismo por las declaraciones testificales que se comprometió bajo su firma a seguir y llevar a efecto la conspiración que tenía por objeto la independencia de Navarra, cuyo documento confesó el mismo Iriarte haber firmado (…).Condena a la propia pena al comandante del Segundo Batallón de Tiradores Don Pablo Barricart, por resultar justificado: que se mantuvo al frente de su batallón cuando se pronunció la insurrección, y que en vez de contenerla, continuó a su cabeza y vino a Pamplona (…)”.

Es el parte de la sentencia del Consejo de Guerra celebrado en Pamplona en 1837 contra el coronel León Iriarte, el comandante Pablo Barricart y el resto de las tropas sublevadas por proclamar la independencia de Nabarra. También fueron fusilados 4 de los 8 sargentos condenados -pues los otros 4 sargentos amotinados habían logrado huir- y que fueron los que empezaron la rebelión.

El abogado e historiador ronkalés Tomás Urzainqui concluye que en esta rebelión “los batallones liberales navarros liderados por León Iriarte, Pablo Barricart y otros muchos oficiales, se sublevan y se hacen con la ciudad, proclaman la independencia de Navarra y apoyan una trama civil».