Republica Matrix

Desde hoy y hasta el 21-D la judicatura española y el gobierno del PP serán el antídoto contra la crítica. Pedir explicaciones por el engaño cometido con la nonata República será contestado con la necesidad de liberar a los presos, recuperar el autogobierno y evitar la violencia del estado. El clamor de «¡Libertad, amnistía y estatuto de autonomía!» Sustituirá al de «Independencia», lo que impedirá hacer una reflexión en profundidad que vaya más allá del sentimentalismo propio de los catalanes. El independentismo debería ponerse ante el espejo y aceptar que el estilo político de la revolución de las sonrisas nos ha llevado al hoyo. O lo cambiamos o no cantaremos ni gallo ni gallina.

No seré yo quien niegue el dramatismo de tener diez compatriotas en prisión y que hay que hacer lo posible para acabar con esta situación, pero esto no puede ser un obstáculo para poner sobre la mesa la improvisación y la irresponsabilidad (incluso por su propia seguridad personal) de los dirigentes de los partidos independentistas. No han tenido más remedio que reconocer, ante la evidencia del fiasco, que no había nada preparado para hacer efectiva la creación de un Estado catalán. Ni previsión del control del territorio, ni ninguna alianza internacional o ni una mínima o embrionaria estructura estatal. De ahí la grotesca situación de proclamar un viernes por la tarde algo que quería ser una república e irse de fin de semana. Como todo es una tragicomedia absurda que supera incluso a sus principales actores, han tenido que sacar a escena la voz delgadita y desconsolada de Marta Rovira para explicar cuentos chinos que justifiquen su propio miedo. ¿Cómo se puede encarar la supuesta ruptura de un Estado miembro de la UE (y en consecuencia de la propia UE) con el llanto de María Magdalena?  Sólo es explicable por dos razones que forman parte de la actual personalidad política de los catalanes: la ingenuidad y el miedo para asumir las consecuencias que representa ejercer el poder con mayúsculas. No nos debería asustar, si se hace efectivo algún día un Estado catalán, encarcelar, con toda la pulcritud jurídica naturalmente, a Albiol, Arrimadas, Levy o Carrizosa. Porque si continuaran con su discurso de siempre, serían «políticos presos» que no respetarían el orden constitucional catalán. Pero en lugar de prepararse mental y logísticamente para fundar el nuevo Estado, volvemos al juego autonomista a través de las elecciones del 21-D.

Será, nos dicen, a través de ellas como saldrá una mayoría independentista que forzará a saber a quien a negociar un referéndum acordado. Querrán vendernos otra vez la teoría del as en la manga. Sin que ni se vislumbre en el horizonte ningún gesto de dimisión, volverán a pedirnos que les demos confianza. ¿Picaremos? El independentismo se merece que le hablen con un lenguaje sincero y para adultos, porque no se puede jugar con los sentimientos de la gente simplemente para ganar un voto más.

Si no hablan claro ellos, otros lo tendremos que hacer. Y empezamos por decir que la independencia nunca será pactada ni con España ni con la UE. Ha sido la primera vez que un territorio que forma parte de esta entidad, podrida eticamente hasta el tuétano, ha amenazado un poco con romper el ‘status quo’, y la respuesta ha sido que no lo consentirán de ningún modo, porque sería la tumba de los burócratas de Bruselas. Por lo tanto, no abrirán nunca las puertas para hacer una Europa de las naciones. Justificarán la violencia o los encarcelamientos como han hecho siempre. Como máximo harán alguna declaración imprecisa para tratar de cubrir el expediente y basta.

También, y esto debería figurar como primer punto de cualquier programa político independentista a partir de ahora, debemos asumir que la fundación del Estado catalán será por la fuerza o no será. ¿Es esto una llamada a la violencia gratuita? En absoluto. Es explicar al pueblo las cosas como son y que elija si quiere seguir siendo español para siempre o bien dignificar su existencia.

El Mon