Desolados, estimulados, emancipados

IMPENSABLE.

Reconozco que no había contado con que fuera posible tanta brutalidad en la represión de la policía española. Había previsto escenarios de victoria, de derrota y de empate. Nunca de destrucción. La guerrilla política había estado ganando con astucia y rapidez. Pero el domingo, el ejército regular quiso vengarse de las carcajadas por Piolín, del escarnio por los afanes infructuosos para «detener» papeletas y urnas y del ridículo de los registros inútiles en sedes de instituciones y partidos.

 

OBSECENIDADES.

Después de tres semanas en las que el Estado ha intentado sabotear el referéndum y acorralar al gobierno de Cataluña, la salvajada policial del 1-O no debería hacer olvidar los ataques informáticos para obstaculizar el voto, la propaganda falsaria de los medios de comunicación españoles y haber atemorizado a la voluntad democrática. Por eso, que terminado el recuento de votos y heridos aún se escuche hablar de falta de garantías formales del referéndum es de una obscenidad repugnante.

 

DESCOSIDOS.

Es una obviedad que la independencia tiene sus partidarios y sus detractores. Pero todas las discrepancias sociales, ideológicas y políticas, en una sociedad abierta y plural, se resuelven en las urnas. La democracia cose la diversidad. En cambio, la represión pura y dura deshila la convivencia. El domingo la brutalidad policial desgarró definitivamente una relación de sumisión entre España y Cataluña que ya nadie podrá zurcir.

 

COHESIÓN.

En cambio, la violencia desatada del 1-O, por si había habido alguna grieta, al cabo de 48 horas ha sacado a la sociedad catalana a las calles de todo el país como nunca se había visto. Los catalanes no necesitamos estar de acuerdo en todo. Sólo en lo que nos une políticamente: la defensa de los derechos fundamentales y de la democracia.

 

REBOTE.

Sí que pronostiqué que, fuera cual fuera el resultado del 1-O, la intransigencia del PP rebotaría -y explotaría- sobre la política española. Ahora no me queda ninguna duda. El abuso represivo está levantando un tsunami político que avivará la confrontación en la política española hasta extremos nunca vistos. Particularmente, dentro mismo del PP y del PSOE, y, finalmente, de todos contra todos.

 

INTERNACIONALIZACIÓN.

La prensa internacional ha visto y explicado la realidad de un país cívicamente movilizado contra un Estado irracionalmente desbocado. Quizás seguiremos decepcionados por los silencios cómplices de los mandatarios europeos. Pero la España autoritaria ahora va desnuda, lo que la convierte en un socio poco deseable que será objeto de duras presiones discretas y de amonestaciones cada vez más visibles.

 

CASTIGOS.

El Estado no da por terminada la represión con la agresión a ciudadanos indefensos. Para lavarse las manos buscará «culpables» individuales y les querrá castigar con ejemplaridad. E irá detrás de los máximos responsables de la política catalana y sus instituciones. Del presidente de la Generalitat al mayor de los Mossos. ¡Dios quiera que me equivoque!

 

HUMILLACIÓN.

El gobierno del PP quería salvar la piel y, habiendo fracasado en la vía judicial y las amenazas, actuó a la desesperada. Pero parece que todavía no ha entendido que la humillación de los catalanes en lo que más nos enorgullece, la capacidad de movilización cívica y democrática, es el espolón que explica el cambio de cultura política de los últimos diez años. Es lo que nos ha sacado del victimismo y nos ha llevado a la aspiración a la emancipación política del viejo yugo colonial, por cierto, tan descaradamente visible estas últimas semanas.

 

MENTIRAS.

La negación de la realidad, como están haciendo el Gobierno y sus medios de comunicación, no sólo los obliga a mentir a la sociedad española sino también a mentirse a sí mismos. La psicología explica las razones del mecanismo y sus consecuencias. Pero, en este caso, indigna y rebela a quienes han sufrido la verdad negada. Y si las porras hicieron daño a más de ochocientas personas, la mentira hiere a millones.

 

EL DÍA SIGUIENTE.

Soy especialmente sensible al estudio de las consecuencias no queridas de la acción social. Quizás per eso me parece tan claro que la represión salvaje del 1-O habrá conseguido todo lo contrario de lo que se proponía. Obliga a tomar partido a los que, tanto con buena intención como con voluntad turbia, querían evitar la ruptura. Desenmascara definitivamente los disfraces de la famosa “conllevancia” orteguiana. Y, sobretodo, da un empuje decisivo a los partidarios de la secesión.

 

RESOLUCIÓN.

A la mayoría política democrática catalana sólo le queda un horizonte y, en contra de las voces sabias y prudentes, si no se quiere ver encarcelada -también literalmente- deberá actuar con rapidez y aprovechar la brecha de oportunidad que el domingo le abrió la policía española a golpe de porra, reventando las cerraduras de tantas puertas.

ARA