No es un estado de excepción, es España

La escalada de represión que te ha sorprendido e indignado desde la convocatoria del referéndum aumentará exponencialmente con más presencia de policías requisando claveles, con una aplicación persistente pero soterrada como un topo del 155, llegando también muy pronto —no lo dudes— al terreno de las cuentas inventadas en Suiza y de la corrupción política. Eso no es un estado de excepción, como pregonan mis compañeros de militancia: eso es España, amigos míos, y celebro por fin que os deis cuenta de cómo funciona el invento. Porque eso de la libertad de prensa ya hace tiempo que cojea, y no porque los dueños de los medios censuren (que también), sino porque ya hace demasiado tiempo que aquí la gente escribe con un cuchillo en la garganta; porque eso de tener las finanzas intervenidas se activa a partir del momento en que tú no puedes disponer de tus recursos; porque eso de la justicia, en definitiva, si no eres un ser soberano que puede decidir su futuro, sólo es una maldita burocracia.

Todo eso ya existía, pero el referéndum todavía nonato ha hecho posible que te des cuenta de que todo eso que ahora pasa de una manera radical ya ha sucedido durante lustros, y no sólo por la ética castellana imperante (¡por mis cojones!) sino por la complacencia de una clase política catalana que ya se sentía cómoda. Yo no sé qué hay que hacer ahora ni cómo acabará todo eso, pero intuyo que el único valor que se impone es la resistencia, porque las amenazas de un Estado que se ve colapsado en su autoritarismo son y serán papel mojado. Lo recordaba hace pocos días admirablemente mi amigo escritor Adrià Pujol a Twitter: «A mí me cayeron dos años, cuatro meses y un día por insumiso, y más de quince años de inhabilitación por trabajar de funcionario. Ooooh, qué miedo, qué mieeeeedo. Los insumisos no éramos la mayoría, y anda Manela lo que conseguimos!». Pues eso: sólo con una minoría de gente que no tiene miedo y se sacrifica, las cosas acaban cayendo por su propio peso.

Está la represión, evidentemente, pero también la trampa de la tibiez y de todos aquellos que mantienen aún su repulsiva equidistancia ante la barbarie. Mirad a los chicos de Podemos, que con aquella desmesura propia de la pedantería académica proponían ayer una cumbre intercontinental y extraplanetaria de cargos electos para tratar el tema catalán. Estos críos, pobrecitos, todavía hablan de eso nuestro como si fuera una carne de tesis doctoral, como si te pudieras sentar a hablar de la metafísica del mosquito tan tranquilamente mientras la policía confisca papeles y asedia a los medios de comunicación, como si pactar un referéndum con quien antes se dejaría vejar a la hija que otorgarte el voto se resolviera en un simposio. Admirad a Xavier Domènech, pobrecito mío, pidiendo un posicionamiento democrático del PPSOE como si fuera el hermano gemelo de Nelson Mandela. Qué papelote.

Yo no sé exactamente qué hacer, ni exactamente qué pasará, insisto. Pero ya hace tiempo que tengo muy pocas cosas que perder y que no me pesa resistir. Y la resistencia es básicamente eso, tener pocas cosas que perder.

ElNacional.cat