Penúltimo escenario

«Estado de alarma en las emprendidas por el desafío secesionista», titulaba el diario El País en la portada del domingo, con unas negritas impresionantes. ¡Estado de alarma! El artículo lo firmaba Thiago Ferrer Morini, un periodista brasileño residente en Madrid que, por tanto, conoce de primera mano, a la perfección, la realidad catalana. El penúltimo escenario de la partida tiene ese puntito grotesco, al menos en el seno de una cierta prensa, que también denuncia que un gobierno que ganó las elecciones proclamándose soberanista nombre consejeros que se proclaman soberanistas: toda una muestra de «autoritarismo». Es como si el gobierno del PP hubiera nombrado ministros del PP. ¿Se lo imaginan? ¡Qué escándalo! Todo ello hace reír, pero las cosas no empezaron así.

Retrocedemos hasta la primera pantalla del juego, más o menos entre 2010 y 2012. Por entonces se pasó de la incredulidad inicial a la perplejidad: con la inequívoca intención de no parecer una fuerza colonial, el llamado «órdago independentista» se personificó en la figura de Artur Mas. El resto de la gente sólo éramos zombis movidos por los maléficos poderes paranormales del entonces presidente de la Generalitat. La segunda pantalla la protagoniza Margallo, y tiene su punto álgido hacia finales de 2013 y comienzos de 2014. El mismo exministro se refirió a los grandes «favores» que tuvo que llevar a cabo para comprar voluntades en los cuerpos diplomáticos de todo el mundo. ¿Eran sólo favores simbólicos, buenas palabras entre cónsules y embajadores? ¿O eran favores de otro tipo, de los que van a beneficio de inventario? Esto aún no lo sabemos, pero, como todo en este valle de lágrimas digitales, se acabará filtrando un día cualquiera.

La tercera pantalla no ha sido una pantalla, sino un túnel oscuro y pestilente por donde han desfilado personajes que parecen sacados de una película ‘S’ de la década de los setenta: mujeres de edad provecta con ropa dos tallas más pequeña, comisarios corruptos que parecen haber inspirado el personaje de ‘Torrente’, el pequeño Nicolás, funcionarios como los que salían en las historias de Berlanga… la bufarada de ‘carajillo’, el palillo mascado, la uña larga del dedo meñique para gestionar mejor la cera. Pajares, Esteso, ‘Los bingueros’… Todo esto comienza en 2010, pero a diferencia de los editoriales delirantes de ciertos periódicos o los argumentarios apocalípticos de Margallo, es algo subterráneo. No se empieza a percibir con claridad hasta al cabo de un tiempo. El nítido, impecable documental de Jaume Roures es tan bueno que produce nauseas. Por cierto: los funcionarios policiales y judiciales que aparecen merecen todo mi respeto. Son un ejemplo de decencia.

La penúltima pantalla, por donde transitamos en estos momentos, marca un punto de no retorno. Al cerrar la carpeta de la llamada operación Cataluña y, en consecuencia, hacer abstracción de casos con indicios claros de malversación de caudales públicos, prevaricación, amenazas, etc., las reglas básicas del juego quedan descabezadas. Si a esto le añadimos ‘performances’ mediáticas como las de la Guardia Civil entrando en el Parlamento, etc., el espectáculo está servido. Es importante recordar que esto comienza en 2010: no es una respuesta a ninguna ilegalidad.

¿Y la última pantalla? Quién sabe cómo será. Por supuesto, no se producirá el día en que se celebre el referéndum, ni las semanas posteriores. El último escenario tiene dos opciones obvias, y ninguna de ellas lleva a unas plácidas elecciones autonómicas. No. Si el proceso soberanista termina en fiasco, el resultado se puede resumir con una simple frase: «Ahora sus vais a enterar». Si el servicio de Cercanías no funciona por falta de inversiones, ya verán entonces… El espectáculo está asegurado, y puede ser grandioso.

¿Y si gana el sí? Permitan que les cuente una bonita historia. En abril de 1898, cuando el ejército estadounidense ya estaba preparado para intervenir en Cuba, el capitán general de la isla, Ramón Blanco, se pone en contacto con el líder independentista cubano Máximo Gómez y, como si no hubiera pasado nada, le dice: “ Olvidemos nuestras pasadas diferencias y, unidos cubanos y españoles para nuestra propia defensa, rechacemos al invasor”. Pues bien, sustituyan la remota Guerra de Cuba por los llamados criterios económicos de convergencia o de Maastricht, y los marines estadounidenses por los hombres de negro de la Unión Europea. Con una ruptura no pactada, España no cumple ni los más básicos a nivel económico. La repetición de aquella propuesta patética, vergonzosa, será entonces inevitable. Les recomiendo, en todo caso, que no se olviden del otro escenario alternativo: el de un país -una región, perdón- con trenes oxidados.

ARA