Catalunya no es todavía un Estado, ¿o sí?

España es un Estado soberano con todos sus atributos. Catalunya es una minoría nacional dentro de este Estado, con una autonomía precaria que está subordinada a los poderes estatales y limitada por la potencia demográfica, cultural, mediática y económica de la mayoría que ejerce el gobierno a nivel estatal. El Estado es el que domina y Catalunya es la que está sometida. Eso es una obviedad que parece mentira que constantemente se ignore en el debate público. Cuatro ejemplos:

1. Antoni Bayona ha publicado recientemente un artículo académico en el cual analiza el papel del Parlament en los últimos pasos del proceso independentista. El letrado mayor de la Cámara se hace preguntas acertadas y plantea dudas razonables. De hecho, llega a sugerir que la Constitución se está convirtiendo en una «camisa de fuerza que minimiza el valor del principio democrático». Por eso sorprende que no extraiga de este escenario la conclusión lógica, que es la de dar por agotados los pasos preceptivos de negociación y pacto. En efecto, la legitimidad de la vía unilateral es ahora directamente proporcional a la intransigencia del Estado español. No hay ningún paso encaminado a la ruptura que haya hecho el Parlament que no obedezca a una puerta cerrada arbitrariamente por el Estado. Ignorar esta bilateralidad es hacer juicios de valor como si Catalunya ya fuera independiente.

2. Cualquier crítica a los déficits democráticos del Estado o denuncia sobre el trato que reciben los catalanes independentistas por parte de las instituciones estatales tiende a ser contestada con analogías con lo que hace o deja de hacer la Generalitat con los catalanes unionistas. Como si fueran cosas comparables. Dejando de lado que la Generalitat no consta que tenga una policía política ni una fiscalía a la cual ordenar perseguir o dejar de perseguir determinadas personas, lo cierto es que en Catalunya los unionistas son cualquier cosa menos una minoría indefensa. El unionismo está claramente amparado por las instituciones del Estado, que son mucho más poderosas que las catalanas. Sólo lo serían, nuevamente, si ya se hubiera alcanzado la independencia. Mientras tanto, la Generalitat es una institución subestatal subordinada al Estado, que ni que quisiera podría hacer lo que le atribuyen.

3. Las garantías, ahora que se habla tanto de ellas. Muchos ya han sentenciado que el referéndum que prepara la Generalitat no tendrá garantías democráticas suficientes. Evidentemente, los que dicen eso no se avienen a especificar qué garantías concretas le faltan al referéndum. Pero es cierto que quizás carecerá de una muy importante: las instituciones y medios de comunicación estatales no respetarán su deber de neutralidad. Es decir, será el Estado quien impedirá que las votaciones se hagan en condiciones de plena libertad e igualdad de oportunidades entre las diferentes opciones. ¿Por qué no se dice que cualquier falta de garantías será imputable al boicot del Estado y las fuerzas unionistas? La Generalitat puede ofrecer todas las garantías y lo hará. El problema es que, como todavía no es el gobierno de un Estado soberano, hay otro que tiene la capacidad y determinación para impedir que estén. Y si eso pasa, perjudicará sobre todo a la campaña de los independentistas, naturalmente.

4. El adoctrinamiento. Es casi un lugar común que el problema catalán lo ha creado el adoctrinamiento al que las instituciones y medios de comunicación catalanes someten la población. Dejando de lado que todos los datos demuestran que los medios catalanes son razonablemente plurales y que la sociedad catalana tiene un buen nivel de apertura y diversidad interna, lo cierto es que los catalanes están igualmente expuestos a los relatos que provienen de las instituciones y medios de comunicación estatales, que sin duda tienen más potencia (y audiencia). Esta pluralidad de relatos es obvio que hace inviable un supuesto adoctrinamiento, que sólo podría tener éxito en una sociedad cerrada y, como decíamos, independiente.

No, este no es un artículo de «y tú más». Mucho menos quiere ser un planteamiento de buenos y malos. Como mucho puede ser una historia de poderosos e impotentes. Porque en todos los estados, especialmente en los más diversos políticamente, hay dinámicas de mayorías y minorías. La mayoría política es la que expresa su voluntad a través del poder soberano, la minoría es la que está sometida a las decisiones soberanas de la mayoría. Los catalanes son la minoría y el Estado es quien tiene el poder real. La Generalitat está a día de hoy dentro de esta camisa de fuerza antes mencionada. No tiene el poder para hacer, ni que el gobierno lo quisiera, las cosas que hace el Estado. Por lo tanto, el debate lógico es si Catalunya quiere salir de la camisa de fuerza y, en su caso, cómo lo tiene que hacer. Cuando sea un Estado, se le podrán exigir los estándares de comportamiento propios de los estados.

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