España por el ojo de la aguja

En el episodio tercero de la primera temporada de ‘The West Wing’, el presidente de Estados Unidos, interpretado por Martin Sheen, está a punto de perder los estribos por culpa de un atentado y recrimina a su estado mayor que le recomiende aplicar una respuesta ‘proporcionada’ a este ataque. ‘¿Por qué narices dice, más o menos, debería querer una respuesta proporcionada? ¿Por qué no puedo ser desproporcionada para que el mundo entienda de una vez por todas que no se puede agredir a los Estados Unidos ni tocar un pelo de ningún ciudadano estadounidense?’ Entonces su jefe de estado mayor y su secretaria de estado le hacen un microcurso de diplomacia aplicada a las crisis graves y le explican que la proporcionalidad es indispensable para seguir inspirando respeto y lealtad a los aliados y a la opinión pública. Añaden que el terror como método de política extranjera para garantizar la propia seguridad no funciona.

Así pues, la serenidad aparente de los responsables políticos españoles en este comienzo de verano es ciertamente interesante, y podría indicar que han terminando aceptando el principio de proporcionalidad como estrategia para responder al independentismo catalán. En primer lugar, creo que esto significa que han integrado un dato fundamental, que aún niegan públicamente: el proceso catalán ya no es solamente un asunto ‘interno español’. El tablero de juego es, como mínimo, europeo. Por eso ya no vale golpear el pecho públicamente, ni vociferar, ni amenazar con represalias. Europa observa y eso, ahora, es más importante que contentar al tertulianismo supremacista español de las radios y televisiones afines. Se han resignado a aceptar que el independentismo ha ganado la partida de la internacionalización, aunque esta internacionalización sea, hoy por hoy, discreta en cuanto a efectos públicos. Siendo la esencia de la diplomacia el obrar en primer lugar con discreción, se puede suponer que la aceptación de la existencia de un tablero de juego europeo implica que los movimientos de las cancillerías son concretos y reales, aún permaneciendo invisibles para el común de los mortales.

Claro, esta calma puede querer significar también que el gobierno español, con pleno acuerdo con la oposición socialista, tiene diseñada la estrategia para impedir el referéndum. Habrán decidido el calendario y la forma de su acción, evidentemente disfrazada de acción judicial independiente del gobierno. Bien habrán aprendido algo de la derrota política y moral que significó, para ellos, el 9-N. De modo que durante los tres próximos meses veremos cuándo y cómo se activa la máquina represiva española contra Cataluña y qué efecto tiene. Pero esta máquina tiene un margen de maniobra muy estrecho. En realidad, el Estado, en la cuestión catalana, se ha convertido en un funámbulo. Si se inclina demasiado de un lado porque espera que Cataluña se fracture sola, Cataluña se independiza. Si cae demasiado del otro lado porque actúa con exceso de autoritarismo, la cuestión catalana se transforma en cuestión española. En problema español. Y la situación económica de España, como se sabe, no le permite farolear mucho ni hacer ver que descuida las reacciones internacionales. España, a estas alturas, es un funámbulo bajo sospecha.

La posición de España me hace pensar en aquella metáfora bíblica, incluida en tres de los cuatro Evangelios: ‘Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios.’ Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que España impida la independencia de Cataluña sin provocar una crisis internacional. Dicho esto, es evidente que en los dos últimos milenios, una enorme cantidad de cristianos han tratado de hacerse ricos, o de enriquecerse aún más, esperando también ganarse un lugar en el Reino de Dios. O sea que, tratándose de los estamentos españoles, todas las malas sorpresas son posibles. Máxime que la experiencia demuestra también, hablando de la comunidad internacional y sobre todo de los gobiernos que la representan, que el peor ciego es aquel que no quiere ver, el peor sordo es aquel que no quiere oír y el peor cómplice de una maldad es aquel que tiene pereza en actuar para detenerla. Y este verano que acaba de empezar no es una estación para los perezosos.

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