Ebro, frontera y bisagra

Si hay hoy, en los Países Catalanes, una región perfectamente identificable por sus habitantes y por los forasteros, esta es las Tierras del Ebro, un territorio que ha construido su identidad desde la reivindicación contra el trasvase, en defensa de sus intereses materiales, naturales y culturales. Estas comarcas han comenzado a existir como un grupo humano y un espacio físico diferenciados a partir del momento en que la consigna «El agua es vida, NO al trasvase» ha dejado de ser una camiseta, una pintada en la pared o una pancarta en el balcón, para convertirse en una convicción de presente y de futuro, arraigada en el corazón, en la cabeza y en el bolsillo de la gente. Si bien la denominación Tierras del Ebro aparecía en 1932 como título de una novela de Sebastián Juan Arbó, su significación más cívica no se produce hasta principios de este siglo con las grandes movilizaciones, en el país y fuera, con los nudos azules como emblema. Fue a principios de los setenta, pero, cuando la palabra ‘ebrenc’, de la mano de Bladé y Desumvila, comenzó a circular, coincidiendo en el tiempo con los corónimos ‘Ponent’, con Josep Vallverdú, y ‘Cataluña Norte’, con Llorenç Planes. Era, en cierto modo, el inicio de la visualización de territorios hasta entonces invisibles: las periferias del Principado. Unos territorios que, como mucho, no pasaban de ser, para muchos, un simple punto en el mapa, generalmente sólo lugar de paso, pero no destino final. ¿Cuántos catalanes no han estado nunca en Tortosa, Amposta, Fraga, Gandesa, Lleida o Perpiñán y sí, en cambio, en Bangkok, Marrakech, Madrid, Moscú, Londres o Praga?

Ahora disponemos, finalmente, de un libro magnífico, documentado y serio, ‘Tierras del Ebro, frontera y bisagra’, del filósofo Xavier Vega, de Flix, este lugar que la Renfe y tantos catalanes siguen llamando ‘Flics’, como expresión clamorosa de desconocimiento del territorio. De hecho, fue en 2014 que la presencia masiva de participantes procedentes de otras comarcas en la cadena humana, en el Ebro, se convirtió en el inicio del descubrimiento de una parte del país hasta entonces olvidado y lejano. La tirada tradicional hacia el norte, las deficiencias enormes en infraestructuras de transporte y la presencia casi irrelevante en los centros de poder de personalidades ‘ebrencas’ (sólo Rafael Vidiella, en el siglo XX, y Marta Cid, en el XXI, en el gobierno de la Generalitat), explican muchas cosas. «Todos los ríos unen y separan», asegura el autor, mientras Montse Castellà afirma que la gente del Ebro «son todos parientes por parte de río», y la miopía nacional continúa refiriéndose a «más allá de la Ebro «cuando piensa en España, expulsando así del imaginario nacional a medio Tortosa, medio ‘Baix Ebre’ y un buen trozo de la Ribera de Ebro, con poblaciones como Amposta, Gandesa, Mora de Ebro, Sant Carles de la Rápita y Alcanar, aparte de todo el País Valenciano, lugares que españolizamos, inconscientemente, con tanta ignorancia geográfica, cuando disponemos de un «más allá del Cinca», muy esclarecedor y preciso.

Vega analiza las Tierras del Ebro como unidad de análisis, reconociendo al mismo tiempo la diversidad interna, los matices, las singularidades. Y reivindica la región no sólo como parte del país, sino como parte central, como cruce de los Países Catalanes y expresión nacional de otra catalanidad, no coincidente en todos los términos con la catalanidad hegemónica a la que el Ebro enriquece porque la diversifica. Estas tierras cogen con una mano el Pais Valenciano y con la otra el resto de Cataluña y miran también hacia la Franja, porque es sólo así como recobran todo su sentido. Por eso la Mesa de Sénia ha sido capaz de integrar a cerca de una treintena de municipios del sur del Principado y de la Franja, así como del norte valenciano. Y si la noción de frontera se ha impuesto en el ámbito administrativo, la idea de bisagra es hegemónica en la vida cotidiana, de modo natural.

Este libro persigue dos objetivos muy claros. Por un lado, sirve como obra de autoestima colectiva ‘ebrenca’, pero lejos de los magníficos libros de fotos con colores con imágenes espectaculares del río y el Delta, porque es un libro con memoria, reflexiones y argumentos, ahora que se ha recuperado un cierto orgullo de pertenencia, con una valoración positiva de sus rasgos culturales identitarios. Por otro, aspira a que el resto de connacionales asuman también las Tierras del Ebro como integrantes de su universo nacional y, por tanto, valoren nombres como Cristòfol Despuig, Francesc Vicenç García -el rector de Vallfogona-, Marcel·lí Domingo , Felip Pedrell, Joan Baptista Manyà, Sebastià Joan Arbó, Bladé i Desumvila, Jesús Moncada y Gerard Vergés, junto a tantas otras biografías que honran cualquier cultura y cualquier país. Finalmente, al Ebro catalán le ha llegado el libro que necesitaba.

EL PUNT-AVUI