Los desobedientes

La desobediencia a las leyes o a las órdenes injustas es una obligación de cualquier demócrata que pretenda cambiar la injusticia. Hay momentos o situaciones que no dejan otra opción que no sea la desobediencia. Determinadas instrucciones de jueces de parte se deben desobedecer porque es la manera de hacer visible la injusticia o la arbitrariedad del poder. La desobediencia es una herramienta que ha sido muy útil en la lucha de los demócratas contra el autoritarismo.

La desobediencia en Badalona para poder trabajar el día que algunos españoles celebran el inicio del genocidio en América, o para consultar a los catalanes el 9-N, o en la lucha por una vivienda digna, o contra los planes del Ministerio de Educación para españolizar los niños catalanes… todas estas desobediencias son útiles porque favorecen un eco, un debate y un estado de opinión. Siempre será motivo de controversia la voluntad de determinar qué es injusto y digno de desobediencia y qué no. Pero yo sí que no haré de juez en esta cuestión.

Ahora, si miramos la cuestión de la desobediencia más como una estrategia que como una herramienta, aquí debemos hacer una parada. En dos sentidos: desde la perspectiva de la utilidad y la eficacia y desde la perspectiva de las reglas de juego.

Primero, nos podemos preguntar hasta qué punto las desobediencias esporádicas y parciales pueden llevar a la victoria. Y yo creo que hay ejemplos evidentes de que determinadas desobediencias, cuando no se hacen multitudinariamente, llevan a un colapso o una ralentización del avance. Por ejemplo, la declaración del 9 de noviembre del año pasado, cuando aún se negociaba la investidura de Artur Mas y se enseñaron todas las cartas al Estado español. Esa declaración ha permitido al gobierno español y a su brazo armado (el TC) el ir dificultando las tareas de preparación del gran salto. El primer principio del buen desobediente es que hay que actuar sin avisar demasiado.

Pero hay una segunda pregunta que nos debemos hacer. Si hemos concluido que el pueblo catalán es el sujeto de la soberanía de Cataluña, si el Parlamento de Cataluña es la institución a la que delegamos por medio de las elecciones la gestión de esta soberanía, quien debe estar en condiciones de desobedecer no es el independentismo, que tiene mayoría. Si nos creemos todo esto que decimos (y yo me lo creo), los desobedientes deben ser los diputados unionistas no demócratas que abandonen el parlamento el día que se declare la independencia. Los desobedientes deben ser los jueces que pretendan aplicar leyes extranjeras cuando ya se haya aprobado por una mayoría democrática la transitoriedad jurídica. Los desobedientes deben ser los ciudadanos o las empresas que al día siguiente de haber estrenado la hacienda propia continúen pagando sus impuestos a un Estado ajeno. Los desobedientes deben ser ellos. Si la mayoría es mayoría y sus representantes mayoritarios en el Parlamento aprueban leyes, la desobediencia no la harán los diputados que obedezcan las instrucciones de un pueblo soberano que les ha escogido. Ni tampoco los ciudadanos que acaten estas leyes (tanto si van a su favor como si no). Los desobedientes son ellos.

Por tanto, la desobediencia (para los que quieran seguir utilizando esta palabra) se hará de golpe y una sola vez. La estrategia lo aconseja para no quedar atascado en el juego del gato y el ratón o de la represión y la reacción… La desobediencia es reactiva por definición. Y si bien ayuda en determinados momentos a hacer patente una injusticia que quizás nadie quiere ver, también puede llevar a un bucle infinito. Y, como decíamos, quien obedece a su pueblo y hace leyes soberanas y las acata no es el desobediente. Soberanía, democracia, legitimidad, leyes justas y normalidad. Este es el camino. Si quieren, la desobediencia estará allí. Pero durará una milésima de segundo. Inmediatamente después, la desobediencia habrá cambiado de bando.

VILAWEB