¿Por qué cae España?

El 11 de septiembre, cuando todavía estábamos en la calle manifestándonos, el sociólogo Jordi Muñoz hizo un tuit muy agudo, sorprendido porque el ciclo lógico de las movilizaciones políticas no se cumplía en el caso catalán. Y, más adelante, en un artículo del diario Ara titulado ‘ La extraña persistencia del movimiento soberanista ‘, explicó con una argumentación muy interesante por qué estaba sorprendido.

Básicamente, explicaba la tesis de los ciclos de protesta de Sidney Tarrow. Según esta tesis, el independentismo ya no debería movilizarse como lo hace. Porque ya ha pasado mucho tiempo y porque durante este tiempo se ha convertido en el fenómeno habitual en estos casos: en la cima del ciclo positivo se ha establecido una lucha por la hegemonía dentro del movimiento que ya se debería haber resuelto con la asimilación de unos, con la radicalización de los otros -castigada con represión- y con el colapso y el desinfle del movimiento en general. Pero todo esto, como se vio claramente el 11 de septiembre, no pasa. Y la pregunta es ¿por qué?

Jordi Muñoz dice con mucho acierto que el independentismo desafía la teoría. Tiene razón. Pero, puestos a identificar la causa de este desafío, yo diría que hay que ir a buscar más en Madrid que en Barcelona. En el extraño comportamiento de la política española.

Tenemos una prueba en la declaración de Francesc Homs, el ataque contra Xavier Vinyals y las amenazas contra Amadeu Altafaj, concentrados en muy pocas horas. Ya hace tiempo que España ha entrado en una espiral enloquecida en que la antipolítica se ha convertido en la única política. Y es eso lo que respecta, estoy convencido, que el soberanismo desafía las tesis convencionales.

Tarrow tiene razón cuando dice que en el momento culminante de cualquier movimiento hay una tendencia al estallido. Que suele implicar la asimilación institucional de algunos y la radicalización de otros. Esto ha pasado aquí. Carme Forcadell activista que hace cuatro años reclamaba la secesión desde la calle, hoy es presidenta del Parlamento de Cataluña. La ANC ha quedado descabezada no únicamente en el liderazgo, sino en los cuadros. Y las peleas por quedarse con los independientes este partido o aquel otro hacen avergonzar. Y sin embargo…

Y sin embargo la política española es tan obtusa que reprime a los asimilados como si en realidad fuesen ellos los radicalizados. Y eso sí que desafía no sólo los textos de Tarrow, sino la historia de la política mundial. Diría que incluso de la inteligencia. Con una audacia sin parangón, España es capaz de tratar como si fueran unos terribles radicales a personas moderadísimas que en otras circunstancias de seguro que se afanan por buscar acuerdos o construir puentes de entendimiento, porque es su talante y su forma de hacer.

Y el ciclo de Tarrow, en estas circunstancias, no puede cumplirse. Para que una presidenta del parlamento perseguida por haber autorizado un debate no puede sentirse nunca asimilada mientras un presidente, liberal, centrista, ‘business-friendly’ y varios consejeros suyos, con toda la razón del mundo, se sienten represaliados sólo por haber puesto unas urnas. Son represaliados.

Quien rompe la lógica del ciclo, pues, es España. Quien se equivoca gravemente con la actitud es, evidentemente, España. Y como parece que no hay nadie capaz de hacerles cambiar ni de hacerles entender cómo funciona el mundo, ni siquiera haciéndolos leer a  Tarrow, ellos solos van corrigiendo nuestros notables errores, con una furia tan incomprensible como ignorante, que a la postre es la causa de su caída. Imparable.

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