Queremos países diferentes (?)

Un amigo que milita en un partido de izquierdas catalán, en una conversación que manteníamos a través del móvil respecto a la independencia, me escribió esta frase: «Queremos países diferentes». Hacía referencia a que, según su visión, no sería factible la independencia de Cataluña porque nosotros, los ciudadanos, tenemos visiones diferentes, tal vez incluso antagónicas, sobre qué modelo de país queremos. Su frase me hizo pensar durante días y semanas y, por el respeto personal e intelectual que le tengo, así se lo manifesté. De hecho, pasados unos días le comenté que, si no le parecía mal, incluso haría un título y una reflexión en voz alta en esta tribuna.

Queremos países diferentes. Estoy de acuerdo. Entre la extrema izquierda anticapitalista y la derecha más conservadora hay diferencias grandes, grandiosas. Pero, dicho esto, estoy convencido de que, a pesar de las diferencias ideológicas y de modelo social y económico que podemos tener unos, otros y los de más allá, esto no es obstáculo (no debería ser obstáculo) para querer construir un nuevo país, un nuevo Estado, entre amplias mayorías. Es decir, deberíamos ser capaces de visualizar unos aspectos básicos, unas políticas públicas transversales que, más allá de las ideologías y los programas políticos, subscribiésemos una amplia parte de la ciudadanía. Dicho en palabras de Miquel Puig en un artículo reciente (¿Estructuras de estado? ¡Partidos!, diario ARA, 23 de abril, *) «Dos millones de catalanes han votado en dos ocasiones independencia; son muchos, pero ni son bastantes, ni las consultas eran lo suficientemente comprometedoras. ¿Qué es lo que hace falta para consolidar esta mayoría? Sólo una cosa: unos partidos que transmitan a la población la confianza de que, llegado el caso, serían capaces de gestionar el país ordenadamente y de convertirlo en algo mejor. no necesariamente mucho mejor, pero sí mejor».

¿Qué aspectos podría contener este acuerdo transversal de amplias mayorías para construir un nuevo país? A modo de ejemplo, y sin voluntad de ser exhaustivo, citaría los siguientes:

– Una democracia más consolidada, de mayor participación ciudadana en todos los ámbitos de debate y decisión política, con partidos con listas abiertas y una cultura política más madura, donde la rendición de cuentas de la acción de gobierno sea amplio y transparente;

– Unas administraciones públicas ágiles, eficientes, orientadas al ciudadano y a la resolución de las demandas y necesidades sociales, con equipos humanos profesionales con visión de servicio público;

– Una administración de justicia eficaz y eficiente, con recursos suficientes e independiente;

– Un país donde la educación y la cultura sean piezas centrales de su razón de ser. Invirtiendo en formación, en cultura y en investigación científica como mínimo como la media europea;

– Un país con políticas de infancia y juventud avanzadas, que genere oportunidades y capacidades entre las generaciones jóvenes;

– Un sistema sanitario y de atención a los más necesidades y desvalidos avanzado, sostenible y eficiente;

– Un país con unas infraestructuras modernas y eficientes al servicio de los ciudadanos, y que conecten Cataluña con Europa y el mundo;

– Un sistema productivo que apueste por el valor añadido y la innovación, que fomente empresas competitivas y al mismo tiempo responsables y sostenibles, con puestos de trabajo cualificados;

– Un país comprometido con una política internacional que fomente el diálogo y la paz, el respeto, la democracia, los derechos humanos y la acogida, y con plena participación en los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU.

He citado nueve ámbitos sobre los que asentar un nuevo proyecto de país, pero desde luego podríamos añadir algún otro o matizar lo que ahora he hecho quizá de forma demasiado intuitiva y torpe. Pero creo que refleja una visión que estoy convencido de que amplias mayorías del país suscribirían, más allá repito de las diferentes ideologías y proyectos que sin duda, en este nuevo escenario, pugnarían políticamente hacia otra visión.

Justamente echo de menos, entre la clase política catalana, esta explicitación de un modelo de país que creo plenamente posible. Con los recursos que genera actualmente la economía catalana los nuevos puntos anteriores pueden ser plenamente realizables. Sólo necesitamos la voluntad de quererlo. Y también es bastante evidente que con el estado autonómico y su financiación, y con el modelo político, social y económico actual en España este perfil de país no es realizable. Como he dicho en otras ocasiones, si somos capaces de explicitar este modelo de país de progreso, se logrará ampliar la base y generar las complicidades de una amplia mayoría social.

¿Queremos países diferentes? Por supuesto que sí. Pero si somos capaces de visualizar estos ámbitos generales de un país de progreso, transversales y ampliamente aceptados, el nuevo país es también plenamente posible y, de hecho, necesario.

NACIÓ DIGITAL

 

 

(*) ARA

¿Estructuras de estado? ¡Partidos!

MIQUEL PUIG

Cada vez es más evidente que la noche del 27-S el independentismo entró en una fase diferente. La anterior había estado caracterizada por la movilización y por la fantasía unilateral. La movilización popular, impresionante, culminó con la consigna «Presidente, ponga las urnas» y, consecuentemente, con la consulta del 9-N (2014) y con las elecciones «plebiscitarias» del 27-S (2015). En cuanto a la fantasía unilateral, había sido definida en el documento número 10 del Consejo Asesor para la Transición Nacional (julio de 2014), el cual había establecido que, si el Estado se negaba a «cooperar», «la alternativa que quedaría a la Generalitata […] sería la de proclamar unilateralmente la independencia, [la que] sólo se puede producir, para ser eficaz, si se puede ejercer de manera efectiva el gobierno del territorio, que supone su control [ …]. Sin esta condición no podría nacer de manera efectiva el nuevo Estado».

El escenario exigía, pues, crear unas «estructuras de Estado» que permitieran, llegado el momento, «ejercer de manera efectiva el gobierno del territorio». La lista de estructuras pendientes comenzaba, indefectiblemente, con una agencia tributaria capaz de hacerse cargo de la recaudación de todos los impuestos de un día para otro. Que ERC instara al gobierno de la Generalitat a acelerar su construcción se convirtió en una constante de la política de aquel periodo.

Pero llegó el 27-S. Aunque la noche electoral se quisieron leer los resultados como el «mandato democrático» que legitimaba esa independencia unilateral, el realismo se ha ido abriendo paso inexorablemente, y, por ejemplo, Junqueras ya declara que la independencia de Cataluña «no será fruto sólo de una decisión unilateral de las instituciones catalanas, ni siquiera será fruto de un supuesto acuerdo bilateral […], sino que será un proceso inevitablemente multilateral» (21-3-16). En definitiva, que la independización se ve cada vez más de la única manera que se puede ver: como un proceso ordenado. A la escocesa.

Ahora bien, si incluso Junqueras ha dejado de creer en una independización unilateral, ¿por qué seguimos considerando necesario crear «estructuras de Estado»? Los independentistas escoceses, precisamente porque nunca consideraron una independización unilateral, no se preocuparon ni se ocuparon en crear ninguna. De lo que se ocuparon fue de convencer a tantos escoceses como fuera posible de las virtudes de la independencia.

Todos los observadores sensatos saben que, como dijo hace muy poco Pablo Iglesias, un referéndum dentro de la legalidad española es inevitable, y que, como ha dicho Iceta más de una vez, Cataluña será independiente si la mayoría de catalanes lo quiere durante bastante tiempo.

Ahora bien, ¿existe, esa mayoría? Dos millones de catalanes han votado en dos ocasiones independencia; son muchos, pero ni son bastantes, ni las consultas eran lo suficientemente comprometedoras. ¿Qué es lo que hace falta para consolidar esta mayoría? Sólo una cosa: unos partidos que transmitan a la población la confianza de que, llegado el caso, serían capaces de gestionar el país ordenadamente y de convertirlo en algo mejor. No necesariamente mucho mejor, pero sí mejor.

¿Existen estos partidos? No. Hay tres candidatos (ERC, CDC, Demócratas), pero ninguno de ellos -por inseguridad o por incapacidad- ha definido un proyecto consistente de país.

Desde el punto de vista del economista, que es el mío, este proyecto debería incluir al menos cuatro elementos: el modelo productivo (qué produciremos y cómo lo haremos, cómo gestionaremos el enorme crecimiento del turismo y cómo afrontaremos la revolución de la robótica); el modelo educativo, científico y técnico, que exige un modelo productivo próspero; el modelo de relaciones laborales (cómo equilibraremos la flexibilidad que cada vez necesitan más las empresas y la protección al trabajador); y, finalmente, el modelo de equidad (qué nivel de desigualdad no estamos dispuestos a tolerar y cómo lo haremos, en la escuela, en el mercado de trabajo y vía redistribución de la renta, para subsanarlo).

Entre los independentistas se ha instalado la idea de que lo más urgente es crear las estructuras de Estado que permitan largarse a la francesa, que el segundo es consolidar las mayorías que deseen hacerlo y que sólo después de haberse marchado será el momento de hablar del país que se quiere construir. La secuencia correcta es exactamente la contraria: lo primero es proponer el modelo de país; lo segundo es, desde esa propuesta, ganar la batalla de las ideas y conseguir así las mayorías; y sólo entonces ocuparse de otras cuestiones.

En conclusión, las únicas estructuras de Estado urgentes son partidos capaces, por ideas y por cuadros, de gestionar un país independiente.