Eso sí que da miedo

Dos trayectos de tren diarios de cuarenta y cinco minutos pueden hacer mucho provecho. Como la gente habla sin reparos de sus cosas en voz alta y, en algunos casos, bramando, te acabas enterando de muchas cosas sin quererlo. Soy de los que se ponen música para poder concentrarse en la lectura cuando hay alguien que brama. Pero ese día no pude evitar el tragar una conversación entre dos señoras que tenían los cincuenta años en el zurrón.

La una explicaba a la otra que las diez plagas de Egipto caerían sin piedad sobre los catalanes si se aventuraban a probar la libertad. Que si nos quedaríamos sin el euro -¿’y tú has visto alguna vez un país sin monedas?, le decía-, que si nadie cobraría pensiones nunca más -¡la única solución será ir a vivir a territorio español’-, que si mucha gente se quedaría sin trabajo porque nadie querría invertir en Cataluña, que si no podríamos salir al extranjero para que se cerrarían las fronteras por falta de acuerdos con otros estados… Llegó a decir muchas y todas de memoria. Les puedo asegurar que aquella señora tan simpática no leía ningún papel.

A saber de dónde lo había sacado, todo aquello. Acabé pensando que debía de ser militante de algún partido de esos que se preocupan tanto por lo que realmente interesa a la gente. Evidentemente, no me metí. No habría osado contradecirla, si ella lo veía tan claro. Pero me preocupó el comprobar el grado de penetración que pueden tener las mentiras, los rumores y las intoxicaciones. No dejaré nunca de consultar el extraordinario libro de Marc Argemí, ‘Rumores en guerra’ (Acontravent, 2013).

Hace poco alguien me contaba que la delegación local del PSC de su pueblo hacía visitas constantes a los asilos, residencias de ancianos y centros de atención a discapacitados para explicar algunas de estas diez plagas que llegarán si no nos portamos bien. ¡Las pensiones! Atacar el eslabón más débil de la sociedad. ¡Qué asco! Asustar a los más vulnerables.

La estrategia del miedo puede tener eficacia. No la podemos menospreciar. Con todo, leí hace poco que casi la mitad de la población de España viviría en riesgo de pobreza cuando se hubiera salido de la crisis. Y que actualmente la mitad de los trabajadores del Estado cobran menos de mil euros mensuales; y que uno de cada tres hogares tienen muchas dificultades para llegar a fin de mes; y que cuarenta mil familias fueron desalojadas de su casa por impago de la hipoteca o del alquiler; y que en más de setecientas mil hogares no entra ni un solo ingreso. Y que son más de seis millones los ciudadanos que ya viven en situación de pobreza extrema.

Y que el número de desempleados en España es el 22,2%, mientras que en Francia es el 10,4% y en Italia es el 12%, en Alemania el 4,8% y en Dinamarca el 6,2%. O que en Rumanía es del 6,8% y en Noruega el 4,5%. Y si nos fijamos en los jóvenes, el desempleo es del 49,6% en España. ¡Nada! Algo más que en Alemania (7,2%), Austria y Dinamarca (10,1%). O a una cierta distancia de la media de la Unión Europea (20,7%).

¡Caramba! Qué miedo da esto de partir de un Estado con estas perspectivas de futuro, ¿verdad? ¿Quien caramba querría marchar de un lugar tan acogedor? Pero si es un Estado que respeta y promueve la diversidad cultural y lingüística, que preserva la más estricta separación de poderes, que es el centinela de la democracia y de la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones. Un Estado que persigue la corrupción hasta las últimas consecuencias y lleno de políticos responsables y bien preparados. Un Estado que no tiene un excesivo gasto militar, todavía menos cuando hay urgencia social por una crisis económica devastadora.

Si se trata de evaluar qué nos da más miedo, pronto acabaremos, amigos unionistas. Prefiero mil veces más la incertidumbre de la aventura que una muerte segura por asfixia. Y déjenme corregir aquello que algunos repiten tan a menudo. No hemos perdido el miedo. Sabemos dónde está la oscuridad. Y hemos descubierto la salida de la cueva.

VILAWEB