El voto mestizo

Falta un mes para que los ciudadanos de Cataluña vayamos a las urnas para decidir qué haremos al día siguiente de estas trascendentales elecciones. Pese a que los antisoberanistas repitan a diestro y siniestro que estas elecciones no serán plebiscitarias, la realidad es que el debate preelectoral gira en torno a la cuestión de la independencia de Cataluña. Iceta, Rabell, García Albiol y Arrimadas se pasan el día advirtiéndonos de los riesgos de la secesión con argumentos apocalípticos que, a pesar de la distancia ideológica que se supone que les separa, se parecen mucho. Y es que cuando lo que se debate es la organización política de una comunidad, cuando el debate es nacional, la distancia que separa la derecha de la izquierda se acorta. Y esto también vale para describir la unidad de los soberanistas.

Los días por venir serán de una intolerancia extrema, ya lo constataremos, porque el Estado y sus aliados harán cualquier cosa para desarbolar el soberanismo. Que Rafael Mayoral, el secretario de relaciones con la sociedad civil de Podemos, asegure que «Jordi Pujol es la sombra alargada que decide en la lista unitaria soberanista», demuestra hasta qué punto los unionistas lo utilizarán todo. Las personas que tienen dos dedos de frente saben que lo que ha dicho este señor no es cierto, pero Podemos es el nuevo partido nacionalista español, disfrazado de izquierdistas, dispuesto a hacer el trabajo sucio para defender el Estado con el jacobinismo propio de los poscomunistas como Joan Coscubiela. Todo el mundo sabe que lo que está en juego el 27-S no es sólo quién gobernará y quién será el presidente de la Generalitat. Es mucho más. Decidiremos si en un futuro no muy lejano Cataluña podrá convertirse en un Estado independiente. Por eso las elecciones serán plebiscitarias. Es el primer estadio que hay que superar. Si el independentismo no logra la mayoría absoluta, «game over».

En estas elecciones se enfrentarán, por tanto, dos concepciones muy diferentes de cómo hay que salir de la crisis política e institucional que comenzó a raíz del fracaso del Estatuto del 2006, que no fue tan sólo por culpa del PP y de sus impugnaciones, sino también de la falta de coraje del PSOE, que no ha sido nunca de verdad el partido federal que dice ser. Si a este hecho le sumamos el rechazo explícito del gobierno -otra vez con el acuerdo tácito del PSOE- del pacto fiscal y posteriormente del derecho de decidir, estaba claro que la vía del entendimiento sería difícil de alcanzar y que habría que buscar una salida política para desbloquear la situación. Y el presidente Mas propuso una el 25-N, en una conferencia multitudinaria que la mayoría de los presentes alabó, menos el principal destinatario: convocar unas elecciones que sirvieran para dar una salida legal a lo que el 9-N se votó simbólicamente. Resalto legal, porque ese fue el espíritu de la propuesta. Al presidente le ha costado varios meses conseguir que los ahora aliados se avinieran, pero al fin transigieron. Y estamos donde estamos por la tenacidad del presidente, no nos engañemos.

El acuerdo electoral entre CDC y ERC, custodiado por las entidades cívicas, ha conseguido lo que la gran mayoría de los soberanistas quería: la unidad electoral de los independentistas. Es cierto que esta unidad no es total, ya que la CUP se presenta por separado, pero es que el prurito ideológico de algunos sectores políticos es, junto con la corrupción, la plaga de la política catalana. Son los «estupendísimos y estupendísimas», resumido con la feliz definición de Francesc Abad. En este país cuando más purista eres, más gustas, aunque lo que propongas para el futuro sea una tontería de grandes proporciones. Un diputado con una sandalia en la mano se hace famoso porque la exhibe contra un político corrupto que, además, está protegido, ni más ni menos, que por el Ministro del Interior. El éxito está asegurado, sin prestar atención a lo que propone como remedio. La corrupción ha dado alas a un idealismo que es, a menudo, antipolítico. Y aunque se estremezcan cuando lo lean, está bastante demostrado que la antipolítica es la desastrosa herencia que nos regaló el franquismo. Aquel «niño, no te metas en política», rebrota como solución cada vez que los políticos se equivocan. Lo sufrieron durante la configuración de la candidatura unitaria.

Recuerdo estas cosas no porque tenga ganas de generar polémica, sino porque considero que la posición de la CUP es ambigua sobre qué debe pasar al día siguiente del 27-S, dado que la ideología les ciega tanto o más que a los de CSQP, que como bloque no será nunca aliado de los soberanistas precisamente por lo que proclama Pablo Iglesias, el líder al que ellos escuchan y siguen: «No quiero que Cataluña se vaya de España». En resumen. CDC y ERC, en cambio, han hecho renuncias, aunque haya quien se crea con el derecho de pasar su mano por la cara del presidente por necesidad de justificarse ante sus antiguos aliados. Haría falta que gente como Toni Comín, Ernest Maragall o el propio Raül Romeva fueran más inclusivos. Los moderados también tragan muchos sapos y no hacen declaraciones altisonantes. Pero no voy a entrar en esta batalla. Sólo lo menciono porque creo que Juntos por Sí sólo tendrá el éxito esperado si democristianos, liberales, socialdemócratas, ecologistas, socialistas y eurocomunistas -por recuperar una vieja etiquetada- votan esta candidatura unitaria. Sin preservar a los antiguos votantes de CiU, el invento no funcionará.

El soberanismo catalanista de la CUP es irreprochable, pero soy de la opinión que convendría que la candidatura de Juntos por el Sí ganara por goleada y no dependiera demasiado del resultado de los «estupendísimos y estupendísimas». Lo que quiero decir es que la CUP no ha querido hacer ninguna renuncia previa por ideologismo. Por intransigencia. Me he peleado a menudo con gente del entorno de la CUP porque su agresividad es «bolchevique». El que no me crea que lea las declaraciones de Manuel Delgado, militante de EUiA que se presenta en las listas de la CUP, y entenderá lo que quiero decir. A Delgado le podemos agradecer que se haya dado cuenta de que el soberanismo es el motor de la ruptura en España -es por eso por lo que se apunta, porque desconfía de los suyos y de Podemos-, pero lo que defiende desde un comunismo primitivo da tanto miedo como el que propone la CUP en cuanto a la organización social del país. Un programa, por cierto, que no sabe aplicar en ninguno de los ayuntamientos donde en estos momentos gobierna o ayuda a gobernar.

Estas elecciones serán plebiscitarias -aunque formalmente no lo sean- porque CDC y ERC finalmente se pusieron de acuerdo, tras meses y meses de tensión, para pergeñar una candidatura supraideológica. Los movimientos de emancipación nacional han respondido al mismo patrón en todo el mundo. Hace años que lo escribí: sin una confluencia entre los independentistas de toda la vida y los nacionalistas moderados, el proceso independentista era imposible que saliera adelante. Esta unidad ha sido posible porque los partidos han escuchado la voz de la buena gente que participa en la gran «Revolución democrática», en nuestra particular «revolución de los paraguas», que es el movimiento soberanista que el Estado no sabe cómo detener, más allá de tener la tentación de reprimirla. Que Podemos, que el 27-S se presentará bajo el nombre de Cataluña Sí se Puede, y UDC quieran truncar este movimiento con la vaga promesa de un derecho a decidir que en España ya no defiende ni el PSOE (y en consecuencia tampoco el PSC), es un mero entretenimiento. Peligroso, eso sí.

¿Verdad que no queremos treinta años más de «pájaro en mano»? Pues más vale preparar una campaña para recaudar voto nuevo y el de los indecisos que cada día son bombardeados por la derecha y la izquierda sobre los males de la independencia. Si Juntos por Sí quiere ganar de calle hace falta que propicie un voto mestizo y que los candidatos se dejen de preocupar por satisfacer la opinión de las candidaturas de izquierda -unionistas o soberanistas-, que no se sabe qué harán al día siguiente del 27-S, y que no se asusten cuando escuchen argumentar en lengua castellana lengua: «¡Por tus hijos y tus nietos, coño!».

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