No nos vamos a sacar un ojo, ¿verdad?

Ayer este diario planteó a un montón de articulistas la siguiente pregunta: «¿Tienen que dar un paso adelante las entidades soberanistas e impulsar una lista unitaria para el Parlamento?» Mi respuesta fue: «¿Por qué no?» Como el espacio del que disponía era corto, mi argumento fue conciso y contundente. Aprovecho que hoy me toca publicar mi colaboración regular para explicarme mejor.

Lo que planteé ayer es que si en octubre de 2014 Carme Forcadell y Muriel Casals condicionaron su apoyo al 9-N alternativo del presidente a que convocara unas elecciones plebiscitarias, por qué el presidente no les puede pedir ahora que intenten construir la unidad política que Forcadell exigió ante miles de personas concentradas en la plaza de Cataluña. Ese día Forcadell aún añadió más cosas: que los líderes políticos pusieran el país por delante de los partidos. A su vez, Casals defendió que las entidades no estaban «dispuestas a hacer ningún paso atrás», dado que «queremos un único plano nítido y compartido basado en la unidad, las urnas y la independencia si una mayoría lo expresa». Son citas literales que no me invento ni me fío de mi memoria para transcribirlas tal como las escuché. Estas palabras están registradas y se pueden recuperar fácilmente.

Después de aquella manifestación en la que los miles de concentrados interrumpieron a menudo a los parlamentos con gritos de independencia y de unidad, se celebró el 9-N y fue un éxito brillante a pesar de que el consenso entre los partidos se había agrietado. Más de dos millones de personas se atrevieron a votar a pesar de todos los impedimentos y la certeza de que ese acto no tendría efectos jurídicos. La gente fue a votar unida, empapada de la camaradería propia de quienes tienen el mismo anhelo. Entre los voluntarios, la unidad no era una filosofada, era un necesidad para que la jornada tuviera el valor cívico y político que se le quería dar. Hacía muchos años que no veía una acción colectiva como aquella. Fue una revolución democrática en toda regla.

El 9-N pasó y se fijó la fecha de las elecciones, aunque más tarde de lo que exigían la ANC y Òmnium, que querían que se celebraran en el mes de marzo. Cuando las entidades soberanistas reclamaban elecciones, ¿qué tipo de elecciones querían? ¿Las convencionales de siempre, las que están pensadas para dirimir quién debe gobernar la autonomía, o bien estaban reclamando unas elecciones excepcionales? Creo que está claro lo que pedían, que es lo mismo que el presidente Mas expuso a Mònica Terribas el pasado lunes cuando aclaró que la convocatoria de estas elecciones sólo tenía sentido si era para «hacer lo que no conseguimos el 9-N».

Cuando Carme Forcadell presentó en la Eurocámara la campaña ‘Ara es l’hora’ (Ahora es la hora) en defensa de la consulta, declaró que las entidades soberanistas se sentían decepcionadas porque los partidos políticos no habían sabido mantener la unidad como había hecho la sociedad civil. «La ANC continuará trabajando al máximo -dijo entonces- para recuperar la unidad de los partidos porque es vital y prioritario para mantener vivo el proceso». Hoy por hoy esta unidad política es inexistente. En el mismo acto en Bruselas, el presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI), Josep Maria Vila d’Abadal, admitió su preocupación ante las discrepancias que separaban a los partidos soberanistas: «Reclamamos desde aquí -dijo- que recuperen la unidad y que vuelvan a trabajar conjuntamente para el proceso, que es un proceso que dirige el pueblo de Cataluña».

Esta es la clave. Es el pueblo el que ha marcado el ritmo. Lo reconoció el propio presidente en la entrevista de TV3: «En 2012 me pidieron que emprendiera un proceso por el derecho a decidir y lo hice. En 2013 me pidieron que hubiera una fecha y una pregunta para la consulta, y lo conseguimos. En 2014 me dijeron que pusiera las urnas y que esto no fuera algo de mera propaganda. Y las urnas estuvieron en su lugar». Trabajo hecho. Ahora cree que dada la imposibilidad de llegar a un acuerdo entre los partidos, él se ha ganado el derecho a pedir a las entidades soberanistas un gesto como el que reclamó en Molins de Rei para lograr la independencia, que es el objetivo compartido, y que los partidos soberanistas obvian.

Ayer escribí, y hoy me reafirmo, que si la sociedad civil ha sido capaz de reunir y movilizar un montón de gente año tras año, ¿por qué tenemos que desconfiar de su capacidad para orquestar la unidad política que los partidos escamotean al pueblo? Al menos que lo intenten y si fracasan todos podrán sopesar las razones y cuando se hagan las elecciones verificar los daños.

EL PUNT – AVUI