Lista única… o paciencia

Si no es el 27-S será más adelante. Pero la única posibilidad de que el proceso avance de verdad es una lista única, un gran gesto unitario suprapartidista, con un fuerte componente de sociedad civil. No hay otra vía. De hecho, siempre ha sido así. Por varios motivos.

Primero: España está unida en relación al reto soberanista catalán. Todos los partidos, los tradicionales y los nuevos, los de derecha y los de izquierda, y los que no se sabe de qué son, tienen claro que Cataluña no se puede ir. Con pocos matices. Ante este muro de unidad, sólo se puede responder con unidad.

Segundo: Cataluña, que hasta hace poco estaba unida a favor del derecho a decidir, ahora está dividida. Aunque era previsible, no es deseable. El salto al independentismo no ha salido bien: paradójicamente ha partido en trocitos el soberanismo, ha desactivado la ola y ha reforzado el unionismo. Ya no se sabe quién lleva la iniciativa. Sólo si el soberanismo se vuelve a unir tiene alguna posibilidad de ganar.

Tercero: La pluralidad es enriquecedora, pero no puede servir sólo de excusa para frenar la unidad de acción. La pluralidad del movimiento soberanista es su fuerza si sirve para sumar, no para restar. Ahora mismo, con cada uno yendo por su lado, resta: frustra a la propia gente y hace imposible el efecto bola de nieve para incorporar indecisos. Por separado, el 27-S difícilmente habrá ilusión soberanista. Quizá tampoco habrá un resultado desastroso, pero seguro que no será un gran resultado. No servirá para avanzar. Y a estas alturas, después de tantos esfuerzos, de tanta movilización, de tanta pedagogía, no avanzar es retroceder. Entre otras cosas porque el unionismo ha espabilado, básicamente se ha hecho más plural.

Cuarto: La crisis de la política es sobre todo la crisis de la política de partido. La gente reclama política en mayúsculas, por encima de intereses espurios y endogámicos, por encima de tacticismos y sectarismos. La gente reclama volver a creer en algo. El empuje soberanista ha funcionado mientras implicaba la superación del marco de la política convencional. ¡Atención!: es la misma razón por la que está funcionando Podemos.

Quinto: La desconfianza mutua entre los líderes políticos del proceso se palpa en el ambiente y es un lastre pesadísimo. Todo el mundo lo ve. No es hora de buscar culpables, sino de encontrar soluciones. Si no son capaces de recomponer relaciones, tienen que saber que su liderazgo no sirve. Ninguno de ellos tiene suficiente fuerza, ni previsiblemente la tendrá después del 27-S, para salir adelante en solitario con los suyos. Deben ponerse a la altura del momento. O pasará su día.

Sexto: Durante la Transición se supo construir una unidad, primero con la Asamblea de Cataluña y después con la redacción del Estatuto de Sau. No fue fácil. Pero en aquel momento fundacional el catalanismo sumó por encima de los partidos, con un efecto multiplicador. Ahora los partidos frenan el soberanismo. El verbo que ahora conjugamos no es multiplicar, sino dividir.

Séptimo: El activista soberanista está estresado: no desde el punto de vista físico, sino psicológico. Estaba preparado para cansarse en una carrera de larga duración, pero no para frustrarse en una carrera contra los suyos, con trabas de poca monta, sin ‘fair play’. No se apuntó a la movida para hacer política pequeña, sino para hacer un país grande. Y ahora se ve obligado a volver a elegir partidos empequeñecidos. Y no quiere. Ahora no.

Octavo: La opción soberanista tiene una ventaja: desde España difícilmente se ofrecerá alguna alternativa real, en una línea confederal. Por lo tanto, por muchos errores y divisiones que le afecten, el soberanismo tendrá oportunidades de recomponer su unidad. El tiempo, en realidad, le va a favor. Otra cosa es que a la gente se le acabe la paciencia.

ARA