El estancamiento

En los aparentes éxitos del soberanismo de los últimos años ya estaba la semilla de la parálisis que estos meses estamos viviendo. Cientos de miles de personas han salido por la Diada, han formado cadenas humanas y la ‘V’ en el corazón de Barcelona, pero en estas explosiones de alegría colectiva se revelaba también la incapacidad de la mayoría para ofrecer los sacrificios superiores que una independencia exige. El proceso participativo convertido en el 9-N representó un gran momento de afirmación nacional y, sin embargo, se puede interpretar como la oportunidad desperdiciada para organizar un referéndum de soberanía oficial, un gesto al que nadie osará apelar durante muchos años porque este cartucho ya ha sido quemado. La ilusión por un país libre más justo y más igualitario que convoca el asentimiento de amplias capas de la población desdibuja los actos de coacción necesarios para construir un Estado, voluntad de poder que el estamento político se abstiene de promover y que la gente no reclama porque no está dispuesta a convivir durante algún tiempo con un conflicto de alta intensidad aunque después hayamos de convertirnos en la Holanda o la Dinamarca del sur de Europa. Si bien algunos entienden que «nunca se había llegado tan lejos», cabe decir que, en términos de eficacia, los indicios de ruptura con la dinámica autonomista han sido muy escasos y con ejemplos que pertenecen más al reino de la liturgia y del simbolismo que al de la política y al de la creación de nuevos marcos normativos que sean obedecidos. Como he defendido varias veces, el único resquicio de expresión soberana procedente de la clase política se condensa en la desobediencia del presidente de la Generalitat a la providencia del Tribunal Constitucional español a la hora de encabezar el proceso participativo. Pero esta circunstancia difícilmente tendrá repercusiones más allá de alargar el crédito político de Mas, como es lo que le ha permitido retrasar la convocatoria electoral hasta septiembre, si la desobediencia no se generaliza en un plazo breve en gran parte del espacio público en los diversos ámbitos que se requieren (tributación, defensa, diplomacia) para impulsar la ruptura unilateral.

En otro sentido, el germen del desencanto que ahora estamos experimentando procede de la constatación de que una de las grandes virtudes que se predicaban del proceso, la autonomía de la sociedad civil con relación a los actores políticos, era hasta cierto punto irreal. La bendición del pacto Mas-Junqueras por parte de la ANC cuando en su hoja de ruta constaba que la declaración de independencia debía proclamarse por Sant Jordi de 2015 o cuando su presidenta pedía del modo más encendido elecciones inmediatas poco después del 9-N permiten captar que, en los momentos críticos, prevalece la voluntad del aparato político y no se va más allá de lo que se proponen sus líderes. El pueblo no es capaz, por utilizar una expresión en boga antes de la actual fase de estancamiento, «de pasarles por encima». En resumidas cuentas, el desierto que está atravesando el movimiento soberanista se revela como el paisaje que queda cuando el espejismo se desvanece, cuando la retórica ya no da más de sí, cuando nos damos cuenta de que los partidos siempre han sido prisioneros de las mismas inercias y no van más allá porque la ciudadanía tampoco contaba con el hecho de que la independencia le exigiera un precio más alto que salir a la calle una vez al año o votar. La cuestión será qué sucederá cuando esta intuición que se cierne en la opinión pública que participa del ideal de la libertad nacional se transforme en convicción, cómo se aceptará que los meses vayan pasando y no se avance con unas estructuras de Estado y que el 27-S se diluya sin muchas diferencias con unas elecciones autonómicas normales. ¿La mayoría se desmovilizará? ¿Votarán otras promesas de emancipación nacional que no comporten romper con España? ¿O se radicalizará en una expresión política que aún está por construir? En cualquier caso, más que intentar ampliar el perímetro de los convencidos por la causa tal vez es necesario que los que ya lo están estén dispuestos a llegar hasta el final.

EL PUNT – AVUI