Allí donde está la alta política

El sábado se inauguró en Terrassa la 20ª edición del festival BarnaSants de canción de autor, con un concierto de homenaje a Ovidi Montllor, ahora que también hace 20 años que murió. Toti Soler, Joan Massotkleiner y Gemma Humet bordaron una velada de una fuerza musical, poética y política poco habitual en los tiempos que corren. Y, además de a Ovidi, pudimos escuchar a Salvat-Papasseit, Andrés Estellés, Sagarra, Bonet, Martí i Pol y Pere Quart.

Que el lector no sufra, que no haré de crítico musical. Si menciono el concierto es para sostener una de esas intuiciones que te rondan por la cabeza, imprecisas, hasta que un hecho -en este caso, el concierto- las precipita y toman la solidez necesaria para poder contarlas. La idea: al discurso político, a los debates políticos, a la estrategia política, a los programas políticos, les falta sustrato cultural. Quiero decir que les falta poesía, música, canción, danza, literatura, teatralidad y puesta en escena, profundidad plástica y estética. A la voz de la política, definitivamente, le haría falta una habla de más calidad y rigor.

En general, la política se expresa de manera autoreferenciada. Habla con rudeza del poder y de sus luchas. Promete y descalifica con una pobreza argumental que hace llorar. Anuncia pactos y rupturas con una aspereza formal que te hace desconfiar. Nada de humor, y ninguna ironía si no es para zaherir al adversario. La apelación a la emoción, limitada a los grandes mítines, es incapaz de conmover a nadie que no sea ya un seguidor convencido. Cuando la política recurre a las metáforas, en medio del páramo de su discurso, suenan raras. Y cuando sus actos añaden un numerito cultural, es un añadido postizo, a menudo extravagante. Como aquella música de restaurante que nadie escucha y que estorba.

Sí se habla de políticas culturales. De leyes y de presupuestos. Pero no me refiero a eso. Lo que quiero resaltar es que hay gente, no sé si mucha o poca, que hemos llegado a la política no desde el partido o la ideología, sino desde la poesía, la música, el cine, el teatro, el arte. Nos han empujado escritores, músicos, artistas y actores. Y creo que si muchos ciudadanos son indiferentes a la política o la miran con desconfianza es porque les ha faltado la mediación de una cultura crítica. Para entendernos: hubo más programa político en el concierto del sábado que en ninguno de los discursos políticos que haya oído en los últimos años. Allí residió la alta política. Las provocaciones hechas desde la fealdad, desde el grito y la bronca fomentan la desconfianza. En cambio, las canciones de Ovidi, la guitarra de Toti Soler, las voces de Gemma Humet y Joan Massotkleiner, con la enorme potencia del arte, hacen creer en la política, removiendo con eficacia nuestras conciencias más de treinta veces en hora y media.

No hablo sólo de la política de los partidos. También me refiero a la que hacemos la sociedad civil. Me inquieta que el impresionante despliegue del movimiento soberanista de estos últimos años haya tenido tan poca traducción en un crecimiento de lectores de periódicos, de libros, de demanda de conciertos, de público de teatro o de visitas a museos, aunque la crisis pueda ser una razón relevante. Pero la reclamación de soberanía nacional, de más justicia social y de libertad política tendría poco sentido si no fuera acompañada de la aspiración de más soberanía personal, de mayor compromiso individual y de más libertad de espíritu. Es lo del ‘Perquè vull!’ (‘¡Porque quiero!’) y del ‘Va com va’ (‘Va como va’) de Ovidi: el paso de la resignación al ejercicio de la voluntad individual y colectiva, y que debería ser el fundamento de toda política:

«Si yo ya me he cansado de ir viviendo diciendo

va como va,

piensa que sólo diré hasta que no pueda más:

va como quiero. Como queremos»

ARA