El «monotema» es todos los temas

Las formaciones y los dirigentes de adscripción españolista se encuentran manifiestamente incómodos en un debate político catalán centrado en el proceso soberanista. A pesar del tiempo que hace que dura esta etapa excepcional, y las pruebas reiteradas del interés y la movilización de energías que la cuestión suscita, estas formaciones no encuentran una posición confortable. En vez de analizar con más profundidad qué está pasando en la sociedad catalana, han considerado que sólo se trata de un espejismo. Una especie de alucinación colectiva. Creen que, en el fondo, la realidad no ha cambiado. Que apenas hay un poco de niebla que todo lo empaña y que se ha instalado transitoriamente sobre el país y la gente. Por ello, a pesar de la raíz cívica y progresista del actual estallido catalanista, su diagnóstico no la reconoce: habría sido el catalanismo conservador que, para encubrir su inoperancia ante la crisis, habría aprovechado el malestar de la ciudadanía y la habría canalizado contra el Estado, en una magistral maniobra de distracción.

El españolismo no encontró ninguna línea argumental positiva ni ninguna propuesta movilizadora capaz de oponerse a la apuesta independentista. Tampoco en relación con sus propias hipótesis sobre las causas de todo ello. Hay, eso sí, una asunción clara de que todos los escenarios que centran el debate en la cuestión de la soberanía catalana les son desfavorables. Ellos abanderan la soberanía española y el Estado existente, y eso les subordina inevitablemente a la lógica de la política madrileña. No es de extrañar, pues, que nieguen sistemáticamente la importancia del debate sobre la independencia y lo presenten como un asunto sectorial, circunscrito al «problema» histórico del encaje de Cataluña en España.

La mayoría de estas formaciones y líderes no tienen, sobre el proceso soberanista, ninguna idea nueva relevante ni ningún discurso consistente que no sea oponerse en nombre del viejo orden, o apuntar hacia una hipotética reforma constitucional de intención federalizante. No es extraño, pues, que se refieran al debate soberanista como si se tratara de un artificio de la agenda política catalana que actuaría como cortina de humo, ocultando los otros temas, los pretendidamente importantes y merecedores de su atención prioritaria. Por eso buscan denominaciones que caricaturizan la presencia constante del tema de la independencia. Una de las que ha hecho más fortuna es la del «monotema». La alusión al «tema único» les permite destacar la ausencia relativa de los otros temas presentando como un abuso injustificado la centralidad asignada al proceso y difuminando la estrecha relación existente entre los marcos de soberanía y de poder y la capacidad efectiva de encarar todos los demás temas.

Pero el «monotema» no es un tema sectorial. La independencia de Cataluña no es una simple cuestión más, en medio de una larga lista. No es una cuestión como hay tantas y que, en cualquier momento, pueden ser consideradas más o menos prioritarias. El «monotema» ocupa el centro del debate público catalán porque representa la primacía de la política y determina la forma como pueden ser abordados todos los demás temas. Porque incluye y sintetiza todos los demás temas. Porque determina con qué instrumentos, con qué capacidad, con qué poder efectivo y con qué recursos podrán ser abordados todos los demás temas. El «monotema» ocupa todo el espacio e impregna todos los debates porque el impulso colectivo lo ha convertido en el núcleo político que concentra todas las tensiones y todas las esperanzas. El «monotema» se ha vuelto central en Cataluña porque constituye la única matriz verosímil susceptible de desencadenar todas las transformaciones sociales queridas. La independencia se ha convertido en la clave de bóveda de la política catalana porque la mayoría la considera la única plataforma posible de empoderamiento de la sociedad ante el viejo Estado. La independencia es el gran vector de la política catalana porque es el único que ofrece un horizonte de homologación con las oportunidades, los derechos y las libertades de los otros pueblos. Y es lo que puede permitir sellar una nueva hegemonía social y fundar un proyecto político desde la iniciativa ciudadana.

El debate sobre la independencia lo impregna y lo abarca todo porque prefigura un objetivo inmediato -la independencia- que es, al mismo tiempo, el punto de partida de un proceso fundacional. Y permite concebir la construcción del nuevo Estado como la vía y el método más adecuados para abordar todos los demás temas (crisis, modelo económico, regeneración democrática, empleo, bienestar, acceso a la cultura…) desde la lógica de los intereses y las aspiraciones de la mayoría.

ARA