Ya puede ir impugnando

El gobierno español ha decidido solemnemente el impugnar el 9-N, otra vez. Caramba. Tanto que se burlaron y ahora resulta que tienen que correr y inventarse a saber qué. Algunas de las portadas exultantes de la prensa madrileña al día siguiente de la suspensión del ‘viejo’ 9-N deben hacer mucho daño, ahora, en Madrid. Resulta que el nuevo 9-N es más peligroso que el viejo y todo. Tomo nota. Ya lo dicen: quien ríe el último es el que mejor se ríe.

Con todo, debo decir que la originalidad de la respuesta al nuevo 9-N es muy decepcionante. Ciclostil y fotocopia y repetir las tonterías de hace tres semanas. Pero en un contexto mucho peor. Porque hoy el regate del presidente Mas se ve mucho más claro que entonces: les ha dejado fuera de juego. Y no saben bien ni qué impugnar. De modo que, precio por precio, zapatos grandes: parece que están dispuestos a impugnarlo todo. Literalmente. Todo.

Y, sinceramente, la cosa no creo que les resulte. Ya entiendo, que si pudieran impugnarían el país de punta a punta. Impugnarían nuestra existencia -entera-: de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó. Pero la posibilidad de conseguirlo es francamente remota. Y aquí, en su impotencia, está la gracia enorme de la situación creada con el nuevo 9-N.

Deberán impugnar las papeletas y las urnas y los locales. Pero no les bastará con eso. Cambiaremos las papeletas, si es necesario, moveremos las urnas y nos cambiaremos de local. Y votaremos igualmente. Entonces intentarán impugnar a los voluntarios. ¿Cuarenta mil ciudadanos? ¿Y cómo se hace eso? ¿Y acusándoles de qué? Ya sabemos que la lógica es poco apreciada en España, pero alguien debería pensar con la cabeza fría. Porque al cabo de un minuto tendrán cuarenta mil voluntarios más. Y cuarenta mil más cuando impugnen esos otros cuarenta mil…

Y, al final, ¿a dónde lleva todo esto? ¿Sabe qué, señor Rajoy? Si nos quieren detener deberán impugnar la esencia del país. Deberán impugnar las calles y las plazas, las carreteras, los caminos y los árboles que los bordean. Y las músicas que escuchamos y los libros que leemos. Deberán impugnar, señor Rajoy, las manos que alzamos y las consignas que proclamamos. Deberán impugnar las barras de las banderas y los balcones de las casas de donde cuelgan. Pero también deberán impugnar internet y los móviles. Deberán impugnar, de hecho, cada palabra que pronunciamos y cada pintada que hacemos. Cada mirada que cruzamos. Deberán impugnar los nombres de la gente que nos ha traído hasta aquí, sus tumbas. Y sobre todo deberán impugnar también nuestro futuro. Por lo tanto, deberán impugnar todas las libertades públicas, todos los derechos colectivos y personales. Puestos a impugnar, deberán impugnar su constitución y todo, lo que ya es grande. Y todavía después deberán impugnar la historia y la geografía. Y cuando hayan hecho todo esto y no les haya servido de nada, entonces tendrán mucho más trabajo del que puedan imaginar porque habrán de impugnarnos uno a uno a los millones de ciudadanos que el 9 de noviembre iremos a votar.

Supongo, sin embargo, que todo esto no lo debe saber el presidente del gobierno español. Simplemente porque si lo supiera entonces sería consciente de que ha perdido. Que se ha acabado. Que quedan nueve días y nada más para el mayor acto de libertad y soberanía, de rebelión cívica y política que hayamos protagonizado nunca nosotros. Por lo tanto más que nunca hoy quiero recordar que nosotros podemos perder aún si nos equivocamos y no hacemos lo que toca. Pero sobre todo hoy quiero recordar, recordaros, la gran noticia: España ya no nos puede ganar.

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