De las ficciones a las acciones

Walter Lippmann (Public opinion, 1922) señalaba como un grave problema de la democracia que nunca se hubiera planteado seriamente la falta de correspondencia entre la realidad y las imágenes mentales que los individuos nos hacemos. Por eso estudió, con un resultado discutible, la función de los medios de comunicación como fundamento del sistema democrático. Todavía hoy, casi un siglo después, en el ámbito académico resuena el debate entre Lippmann y el filósofo John Dewey sobre el papel mediador del periodismo entre las minorías dirigentes y el público. A pesar de la inspiración elitista y paternalista de las posiciones de Lippmann, sus aportaciones más agudas quedaron incorporadas, y en buena medida superadas, por la progresiva adopción de las teorías de la «construcción social de la realidad». Sin embargo, la preocupación de Lippmann por establecer una clara distinción entre los entornos reales de nuestras actuaciones y los «pseudoentornos» generados por nuestras ficciones, contienen propuestas de reflexión interesantes.

El 9 de noviembre el catalanismo consecuente irá a votar. Con más o menos entusiasmo y convicción, pero participará. Después de una serie de movilizaciones multitudinarias ejemplares y exitosas, sus protagonistas no permitirán que una decisión particular, precipitada y no consensuada distorsione ese patrimonio. El catalanismo no se puede permitir un fiasco, y el 9-N no lo será. El objetivo de obtener un mandato democrático popular -entorno real inicial de referencia- ha quedado abandonado por la amenaza de una legalidad impuesta que el Gobierno y el presidente no han querido desobedecer. Para ocupar el vacío resultante, han recurrido a la construcción de un pseudoentorno de una alta carga simbólica que se ofrece como sucedáneo «posible» y «viable» -no acaba de desobedecer; no genera mandato democrático- del referéndum y de la consulta que no podrán ser. En la propuesta participativa de 9-N que ha puesto en marcha el presidente Mas coinciden, por un lado, el gesto de denuncia de las graves limitaciones de la democracia española ante la opinión pública internacional, y por otro, el ocaso de unas ficciones sobre la soberanía catalana que ya sólo pueden ser aceptadas como la última gran representación dramática antes de abandonar, definitivamente, las ficciones y cambiarlas por acciones que tengan consecuencias inmediatas.

El 9-N no será lo que estaba previsto en los pactos previos de unidad, pero será. El 9-N original era la plataforma para una unidad de acción, mientras se mantuvieran los acuerdos y compromisos. Hubiera sido necesario demostrar que, legalidad impuesta aparte, se había hecho todo lo que había que hacer por parte de todos, y que todo estaba a punto. No ha sido así. El nuevo 9-N será, pues, una nueva movilización; la última antes de la proclamación. El nuevo 9-N será una nueva y última prueba de paciencia y disciplina ciudadanas. Será, tal vez, un homenaje a personas y formaciones que, en tiempos muy difíciles, supieron y han sabido construir el nuevo entorno y hacer posible el cambio. Pero, en cualquier caso, será el cierre de un ciclo. Su acto final. Ya no debe haber más simulacros. Ya no valdrá hacer ver que somos, pero aceptar no ser; o comportarnos como si fuéramos algo diferente de la que somos. Etapa cerrada. Y, para despedirla bien, debemos saber qué, cuándo y cómo será el comienzo de la etapa nueva. La de los hechos y las acciones decididas. La de medir inmediatamente el apoyo social y la correlación de fuerzas. La de la obediencia estricta a la voluntad mayoritaria que se haya configurado. Y, en su caso, la de la ruptura institucional con el Estado que sistemáticamente nos ha maltratado y restringido las libertades. La de la proclamación, en su caso de la independencia. La del proceso constituyente. La de la construcción del Estado. La de las medidas de regeneración democrática y de transformación social. La etapa del sujeto político con todos los atributos.

La ciudadanía garantizará el éxito del 9-N, pero ya tenemos que sabernos convocados a la acción auténtica. Para que el 9-N sea la fiesta cívica de clausura de la dependencia autonómica, presidente, debemos saber cuándo serán las elecciones. La fecha de las elecciones que deben dar respuesta efectiva a las preguntas decisivas que nunca nos hemos podido formular. El día que podremos medir fuerzas y conciencias. El del punto de inflexión. El salto democrático.

Y, con el estímulo de saber cuándo podremos empezar una trayectoria histórica soberana sobre unas bases y principios nuevos, que cada uno vaya explicando cuál es su proyecto, cuáles son sus prioridades; qué clase de objetivos quiere compartir; qué tipo de compromisos y contratos de participación nos ofrece. Se hace largo esperar.

ARA