¿Qué hacer ante el persistente boicot del Estado para que los ciudadanos de Cataluña puedan ejercer la democracia libremente?

Cada día que pasa, el camino se estrecha. La actitud del Estado con relación a la ley de consultas y al decreto de convocatoria 129/2014 es el real inconveniente para poder hacer la consulta que pactaron los partidos soberanistas. Se han dado los pasos que se tenían que hacer para convencer a la comunidad internacional de que el proceso catalán por el derecho a decidir tiene un sentido escrupulosamente democrático. Me parece que todo el mundo ha podido constatar hasta qué punto ha sido beneficiosa la política por etapas impuesta por el presidente Mas. Poco a poco hemos ido avanzando sin muchos baches, salvando los obstáculos y planteando con inteligencia nuevas metas ante cada una de laa dificultades.

No conozco a nadie que sea soberanista que hable mal del presidente Mas. Quizá a los militantes de algunos partidos, y a determinados opinadores, les revienta que la iniciativa del presidente sea tan bien aceptada por la gente. Y es que el presidente no ha fallado. Pero ya ha llegado el momento crítico, el que pondrá a prueba a todos, incluyendo a los soberanistas que se pasan el día criticando todo para convertirse, al fin, en aliados de los unionistas. Algunas discusiones en Twitter demuestran hasta qué punto los más radicales sólo reciben el apoyo de los unionistas más feroces, que suelen ser personas salidas -y pescadas- en el carcomido mundo pujolista. Pura escoria que quiere esparcir la idea de que en Cataluña el estado de confrontación hace irrespirable el ambiente.

Pero bueno, dejando de lado este submundo llamativo, ¿qué hacer ante el persistente boicot del Estado para que los ciudadanos de Cataluña puedan ejercer la democracia libremente? La consulta sólo se podía hacer si tenía garantías para todos. Quiero decir que era necesario que participaran tanto los partidarios del «sí-sí» cono del «sí-no» y los del «no» a secas. Catalanes somos todos, los independentistas y los unionistas, no lo olvidemos nunca. Y si el mundo ahora nos mira con simpatía es porque nuestro proceso es «revolucionario». Hace como quien dice cuatro años que luchamos por el derecho a decidir y no ha habido ni un solo episodio de violencia. Deberíamos ponerlo en valor, ¿no?, porque esa es nuestra gran fuerza. En ningún otro escenario en el que el Estado se ha negado a resolver el conflicto por vías democráticas, la respuesta de la minoría nacional ha sido tan impecablemente democrática y pacífica. El caso de Escocia sería lo ideal, ya que el Estado, incluyendo la oposición laborista, ha demostrado ser más hábil que el español. Los escoceses pudieron votar y los unionistas, mira por donde, ganaron, como ha destacado el New York Times.

Está claro que el Estado, con el apoyo incomprensible del PSOE, ha conseguido paralizar momentáneamente el objetivo de hacer una consulta legal y con garantías para iniciar después la negociación sobre el futuro de Cataluña. Ha llegado la hora, pues, de decidir posponer el 9-N tal como lo habíamos pensado. Y cuando digo posponer sé qué estoy diciendo: cambiar el orden de precedencia de las acciones a realizar para conseguir el objetivo irrenunciable, que es consultar a los ciudadanos de una manera o de otra. Por lo tanto, hay que cambiar de prioridades. Posponer no significa renunciar. Al contrario, significa preservar el objetivo con un cambio de táctica. El día 9 podremos manifestar de otras maneras [por ejemplo, con el proceso participativo propuesto por el presidente Mas] que el Estado nos oprime y se niega a escuchar al pueblo, pero no podemos malgastar lo más preciado que tenemos: la democracia. No renunciamos al derecho a decidir nuestro futuro [con plenas garantías y el consiguiente mandato democrático]. De ninguna manera. Ahora bien, sacar las urnas a la calle para votar folklòricamente [que es lo que habría pasado si se hubiera querido hacer la consulta ilegalmente] sería un error imperdonable. Sería volver a Arenys de Munt. Sería retroceder. [Lo que ha propuesto el presidente Mas es muy diferente, porque es el Gobierno el que organiza el proceso participativo y garantiza su corrección].

El paso adelante que reclaman los soberanistas sólo tiene una salida: la unidad entre los dos grandes partidos soberanistas, CDC y ERC. Hace falta un pacto global entre estos dos grupos para encarar la resolución del conflicto por la vía electoral. Y este ciclo debe comenzar con la aprobación de los presupuestos y las plebiscitarias, continuar con las municipales y acabar con las legislativas españolas. Si los partidos soberanistas no son capaces de ver que las miserias partidistas hoy están fuera de lugar, es que viven en otro planeta. Y aún digo más: es necesario que las elecciones plebiscitarias refuercen una única candidatura, encabezada por el presidente Mas, y Oriol Junqueras de segundo o como cabeza de lista de una de las otras tres circunscripciones, y con personalidades de todas las sensibilidades soberanistas: republicanos , liberales, socialistas, democristianos y ecosocialistas. Todo el mundo sabría qué vota y todo el mundo se sentiría representado. Hay que demostrar nuevamente al mundo que somos un pueblo con imaginación. Seamos creativos, que no quiere decir ser maquiavélicos, si es que queremos ser de verdad libres.

Es una versión del artículo publicado en El Punt Avui, 16/10/2014, que tuve que entregar el martes. Los añadidos los he puesto entre corchetes.

EL PUNT – AVUI