Un documento clarificador

Ignoro si, tal como están las cosas, la Generalitat piensa otorgar este año el Premio Blanquerna, el galardón que, desde 1993, ha distinguido a personas o entidades -generalmente, españolas- destacadas por su actitud de apoyo, comprensión o empatía respecto de Cataluña. Ciertamente, hay motivos para pensarlo. Pero, si la decisión fuera afirmativa, me permito desde ahora sugerir que el receptor del premio sea el manifiesto publicado el día 15 en Madrid bajo el título de ‘Libres e iguales’; el manifiesto y, por supuesto, sus firmantes.

No, no lo digo con sarcasmo, sino desde la más fría racionalidad. Es evidente que el texto mencionado no expresa ningún tipo de simpatía hacia las demandas políticas ahora mayoritarias en Cataluña, todo lo contrario. Pero, a cambio, clarifica extraordinariamente el actual debate catalano-español, borra las medias tintas, desmonta ilusorias terceras vías y disipa las espesas nieblas de la conllevancia. Y bien, ¿no encuentran que este esfuerzo de transparencia se merece un gesto de agradecimiento?

Examinémoslo con algún detalle. El manifiesto en cuestión llama sin rodeos a la deslegitimación intelectual, política y moral del «secesionismo catalán», descrito como antidemocrático, egoísta y «gravemente reaccionarío». A partir de ahí, exige al Estado una aplicación implacable de la ley, denuncia que «proliferan maniobras opacas para ofrecer nuevos privilegios [sic] al nacionalismo», rechaza cualquier negociación y convoca a los partidos españoles a «un compromiso transversal de unidad de acción frente al secesionismo».

Si el texto ‘Libres e Iguales’ no dejara suficientemente claro su carácter transideológico, de llamada a la ‘union sacrée’ de todos los buenos españoles para preservar la amenazada unidad de su patria, la lista de los primeros firmantes resulta, a estos efectos, definitiva. Porque, veamos, ¿qué tienen en común Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, XII marquesa de Casa Fuerte, directiva de la FAES y diputada en el Congreso por el PP, y Nicolás Redondo Terreros, hijo y nieto de sindicalistas de Vizcaya, exsecretario general del Partido Socialista de Euskadi-PSOE?

¿Qué comparte Carlos Falcó y Fernández de Córdova, V marqués de Griñón, terrateniente y viticultor, con Joaquín Leguina, expresidente socialista de la Comunidad de Madrid? ¿Qué puede cohesionar a Carmen Iglesias, condesa de Gisbert, historiadora áulica y preceptora del actual rey Felipe VI, con Jon Juaristi, antiguo militante de ETA? ¿Qué liga a José María Fidalgo, que cuando en 1977 empezó a militar en CCOO mucho antes de liderarlas debía ser también afiliado o simpatizante del Partido Comunista de España, con el ultraliberal Mario Vargas Llosa, primer marqués de Vargas Llosa y cruzado del anticomunismo? En fin, ¿qué fuerza puede haber alineado juntos a aquel enfermo de egolatría y histrión de la catalanofobia que se llama Albert Boadella, y al respetable y dignísimo sacerdote José María Martín Patino, que en 2000 recibió justamente el Premio Blanquerna?

Sólo hay un elemento que pueda aglutinar aristócratas y payasos, columnistas de El Mundo y el ABC, y también de El País y La Vanguardia, colaboradores de la Cadena SER y de la Cope, impulsores y dirigentes de dos partidos directamente competidores como son UPyD y Ciudadanos, el músico Ramón Arcusa -la mitad del Dúo Dinámico- y el pobre Adolfo Suárez Illana haciendo de espectro de su padre. Y este denominador común intergeneracional e interclasista entre personajes tan heterogéneos se llama nacionalismo español, por muchos kilos de maquillaje que pongan encima.

Un nacionalismo español que es perfectamente legítimo y bienvenido al debate… a condición de que se reconozca como tal, y que abandone sus ínfulas de superioridad intelectual y moral sobre el nacionalismo catalán. En este sentido, sería oportuno preguntar a algún opinador local -el escritor Javier Pérez Andújar, en concreto-, que semanas atrás se escandalizaba de la colusión de UGT y CCOO de Cataluña con la campaña de Òmnium en favor del derecho a decidir, preguntarle ahora qué piensa de la coincidencia entre el exlíder de Comisiones Obreras, y socialistas históricos, y condes, marqueses y empresarios, y periodistas de extrema derecha, en contra de aquel derecho. ¿Este no es un acuerdo contra natura? ¿En España no hay oligarquía?

En todo caso, y para terminar de clarificar las cosas, algunos de los adheridos a ‘Libres e iguales’ han hecho manifestaciones a la prensa que confirman su coincidencia en el españolismo a ultranza y en la negación al otro de cualquier tipo de razón. Jorge Martínez Reverte ha escrito -sin ningún vestigio de prueba- que «el movimiento secesionista catalán es profundamente antidemocrático, es xenófoba y puede afectar gravemente al sistema de convivencia». Por su parte, el exsindicalista José María Fidalgo declaró que «al nacionalismo catalán hay que ponerlo en su sitio», sin acabar de precisar si el sitio es el patíbulo, la cárcel, el exilio o la clandestinidad.

¡Qué gran cosa es la igualdad! Ya lo decía Franco, que cuando en 1938 abolió el Estatuto explicó que devolvía a las provincias catalanas «el honor de ser gobernadas en pie de igualdad con sus hermanas del resto de España».

ARA
Joan B. Culla