Independencia sin independentistas

¿Qué pasaría si preguntáramos a los españoles si son independentistas? Probablemente, lo mismo que si lo preguntábamos a un francés o a un norteamericano. Es decir, quedarían desconcertados porque probablemente nunca nadie se lo ha preguntado, ni nunca se lo han planteado. En la medida en que su país ya es un estado soberano e independiente, parece absurdo ser independentista. No es una condición que se vea amenazada ni, por tanto, que haya que defender. Ahora bien, si lo que les preguntamos es si quieren preservar su independencia, entonces no tengo ninguna duda de que habría una extraordinaria mayoría rotundamente favorable a hacer lo que fuera necesario para conservarla. Baste recordar, para el caso español, como reaccionaron por la invasión del islote de Perejil en 2002; o qué están dispuestos a pagar para conservar las dos ciudades colonia africanas de Melilla y Ceuta, o cómo se excita periódicamente la política española con Gibraltar.

Naturalmente, lo mismo pasaría si a estos ciudadanos los preguntáramos si son nacionalistas: dirían que de ninguna manera. Lo acaba de recordar el primer ministro francés nacido en Cataluña, Manuel Valls, con el recurso del viejo esquema de tradición francesa, también muy utilizado en España. Dijo que, en todo caso, él es un patriota. Ya se sabe, por quien ya tiene la nación reconocida y con todos los atributos el nacionalismo es visto como el odio hacia el otro, mientras que el patriotismo es el amor hacia el propio. Y es que el independentismo, como el nacionalismo, son términos que sólo toman sentido en situaciones de falta de independencia o de reconocimiento nacional. Y como la liberación nacional siempre pone en cuestión algún tipo de dependencia y de falta de reconocimiento, lógicamente, los demandados sólo ven la parte que atenta contra sus intereses y que les complica la vida con la defensa de lo que consideran pulsiones tribales, vuelos culturales gallináceos o expresiones de odio hacia quienes piensan, precisamente los protegen de su miserable pequeñez.

Hago estas consideraciones previas para poder explicar mejor la tesis de este artículo: la fuerza principal del actual proceso soberanista catalán radica en el hecho de que una mayoría muy significada de catalanes quieren la independencia de Cataluña, pero sin haber oído nunca la necesidad de considerarse independentistas. Quiero decir que, de hecho, ya han asumido la condición de personas libres de la sujeción española, y ahora defienden la independencia de Cataluña tal como lo haría el francés, el estadounidense o el español de quien hablaba. Es decir, que si bien quieren una Cataluña independiente, la pregunta sobre si son independentistas probablemente también los incomodaría. Su aspiración a la libertad y dignidad nacionales no ha pasado por una adhesión ideológica a un sistema doctrinal, no han ido a cursos de formación ni, en su mayoría, ha leído propaganda independentista -dicho sea con todo el respeto- de los libros que tanta gente, como yo mismo, hemos publicado.

Pero la cuestión relevante, como he dicho antes, no es sólo que se quiera la independencia sin tener que comulgar con ninguna doctrina independentista, sino que este hecho no sólo no resta fuerza al proceso, sino que es lo que le da tanta. Para que nadie me pueda acusar de oportunismo argumental, puedo alegar que el otoño de 1988 -por tanto, hace veintiseis años-, en una entrevista en Debate Nacionalista, ya afirmaba que la única nacionalización consistente de los catalanes llegaría cuando esta pertenencia se pudiera expresar sin ser resultado de una toma de conciencia explícita ni de ningún adoctrinamiento. Mi idea era que las actitudes de resistencia -si no hay un contexto político represivo verdaderamente excepcional- minorizan a quien las adopta. En cambio, defendía un «nacionalismo implícito», que es el que se da por supuesto, el propio de cualquier país normal y el único que tiene fuerza. La dificultad, claro, era cómo llegar hasta allí.

En definitiva, lo que sostengo es que el milagro que con tiempo habrá que explicar cómo se ha producido y a qué intercesión se lo debemos es que muchos catalanes hayan pasado a considerarse, no independentistas, sino con el derecho de vivir en un país independiente, como cualquier otro ciudadano libre. Y que esta aspiración se haya vivido no como una conversión, sino como si hubiera permanecido latente y ahora, finalmente, se despertara de una larga hibernación. De ahí, esa sensación de alegría contagiosa con que se vive este proyecto de liberación nacional.

ARA
Salvador Cardús