Quizás nos lo tengamos que mirar

Si se entrevista a una escritora de gran éxito y trayectoria a la que acaban de dar un relevante premio de literatura infantil del que se siente muy satisfecha, ¿cómo titularemos la información? Que la literatura infantil tiene menos reconocimiento que la de adultos. Y si se ha celebrado un importantísimo congreso médico sobre el Alzheimer que trae a Barcelona 160 científicos de todo el mundo, ¿qué mensaje destacará la prensa sobre el encuentro? Pues sí: que se invierte demasiado poco en investigación sobre la enfermedad, sobre todo en comparación con el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.

 

¿Y cómo trataremos los poco discutibles resultados del estudio de la AQU -hecho con una muestra del 55% de jóvenes graduados en 2010-, que nos da la extraordinaria buena noticia que, tres años después de terminar los estudios, el 85% tienen trabajo? ¿O qué decir sobre el hecho de que la retribución media ya es de 1.900 €? Y, aún, a pesar del alarmismo que hemos estado haciendo, ¿cómo valoraremos que los que han tenido que ir al extranjero -o tal vez que han querido- no pasan del 3,5%, o que el 19% han tenido alguna experiencia de movilidad durante los estudios (el objetivo propuesto por la Comisión Europea es llegar al 20% en 2020)? Muy fácil: escribiremos que los mileuristas aumentan hasta el 22 por ciento de los graduados.

 

Los casos que presento quieren ilustrar una manera de informar muy generalizada. Todos son tomados de un día concreto y escogido al azar, el 10 de julio, y el tratamiento que muestro resume un estilo informativo muy común -con alguna excepción, también hay que decirlo- de la prensa de Barcelona. Es un estilo que busca en cualquier noticia la cara más negativa posible para convertirla en el titular. Y esto va mucho más allá del viejo debate sobre la botella medio vacía o medio llena. Exagerando: en este caso, si el vino de la botella fuese excelente pero hubiera una falta de ortografía en la etiqueta, se titularía con «Los vinateros no saben escribir».

 

Explicar el fundamento de este estilo informativo no es fácil. De entrada habría que consultar a viejos periodistas experimentados para saber si siempre se ha hecho así. También sería oportuno saber si todas las culturas periodísticas nacionales hacen lo mismo. Pero el argumento de que la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro aquí no sirve: este criterio universal no está relacionado con el carácter positivo o negativo del hecho, sino con la excepcionalidad. Y en casos como el estudio Universidad y trabajo en ‘Catalunya 2014’, si algún dato parece excepcional es que el 85% de graduados del 2010 tengan trabajo, y justamente la más previsible -que el perro muerda al hombre- es que haya un 22% de mileuristas.

 

Una primera explicación podría ser que sólo las peores caras de la noticia encajan con el relato apocalíptico que se ha convertido en hegemónico a raíz de la crisis que vivimos. El proceso mental de selección de lo que es relevante, si esta tesis fuera la adecuada, diría que el periodista prioriza el marco mental desde el que observa la realidad por encima de la evidencia de los mismos hechos. Estaría haciendo más caso del color del cristal de las gafas que lleva puestas que de la realidad que le obligaría a comprar unas gafas nuevas. Si fuera así, de la misma manera que se hizo tarde a la hora de reconocer los síntomas de la crisis que nos iba a caer encima, una lectura optimista de la situación pronostica que los medios de comunicación también van retrasados a la hora de reconocer su salida.

 

El otro tipo de explicación ligaría este estilo, digamos negativista, a una determinada concepción de lo que es el papel crítico esperable de los medios de comunicación. Ahora bien: desde mi punto de vista, saber destacar lo que es objetivamente positivo -de una gestión política, de unos resultados empresariales, de unos cambios sociales- también es una demostración de independencia de criterio, y más cuando te obliga a romper los propios marcos de percepción de la realidad o a reconocer los méritos del adversario ideológico. Por experiencia personal puedo afirmar, sin excepciones, que los costos más grandes que he pagado en relación a la credibilidad de mi independencia han venido por el hecho de hablar bien de un político. Hablar mal siempre es más agradecido porque hace que te vean -falsamente- más atrevido.

 

No digo que tengamos que convertir el optimismo de los medios en una estructura de Estado, pero visto lo que vendrá en los próximos meses, puede que nos tengamos que mirar esta dificultad a la hora de saber contar una buena noticia.

 

ARA

SALVADOR CARDÚS