El pecado imaginario de la avaricia catalana

Los catalanes son avaros, los catalanes son agarrados, los catalanes son tacaños, los catalanes cuentan incluso cuando bailan, los catalanes rumian cada mañana «la pela es la pela» antes de pensar en los buenos días. Recuerdo muy bien mi sorpresa cuando, adolescente, escuché por primera vez este tópico. Y debo decir que enseguida pensé que se trataba de un puro invento. Pensar eso no era ningún mérito particular, sólo una evidencia para un catalán del norte de la frontera a quien estos desagradables epítetos no se habían aplicado nunca. Si un pueblo existe a ambos lados de una línea fronteriza y un tópico se aplica sólo a una de las mitades de este pueblo, es razonable pensar que este tópico es falso. Aún hoy decir a un catalán de la Cataluña Norte que los catalanes son avaros garantiza una mirada de sorpresa, que oscila entre escepticismo e inquietud: ¿que quizás quiere decir que durante todos estos siglos nosotros también hemos sido tacaños sin que nadie se haya dado cuenta?

 

A escala mundial, dos pueblos son famosos por una pretendida y falsa avaricia, los judíos y los escoceses. Se sabe que la reputación de los judíos, que ha dado paso a tantos crímenes, viene del hecho de que durante siglos manejaron dinero cuando los cristianos no tenían el derecho de hacerlo. En cuanto a los escoceses, vendría de la pobreza de su país que les obligó a desarrollar un sentido del ahorro que los ingleses despreciaban y del que se mofaban. Y existen chistes en muchas lenguas sobre concursos de avaricia protagonizados por estos dos pueblos. La supuesta avaricia de los catalanes, en cambio, es de contexto estrictamente español. Que guste o disguste, fuera de las fronteras estatales casi nadie ha oído hablar nunca de los catalanes como pueblo tacaño. Esto indica claramente que esta reputación nació en España, donde es una manera como otra de practicar una forma de discriminación, como un racismo de baja intensidad pero constante. Y el hecho de que esta reputación no exista en la Cataluña Norte puede hacer pensar que nació después del Tratado de los Pirineos, después del 1659. Diría que debe haber nacido a partir de 1714, cuando Cataluña y los catalanes lo perdieron todo, excepto la capacidad de trabajar. Cuando un pueblo ya no tiene ningún otro derecho que el de abrir la tienda o el taller, es probable que vierta su energía, su inteligencia y su creatividad en abrir la tienda o el taller. Y así haga converger todo el genio colectivo frustrado por la pérdida de las libertad políticas, jurídicas, lingüísticas y culturales en la actividad económica. De esta manera un país vencido se pone a fabricar riqueza como sustituta de la independencia aplastada. Y el vencedor, orgulloso pero perezoso, prefiere burlarse del vencido cuando el vencido le supera en virtud y en abnegación, acusándolo de practicar uno de los siete pecados capitales.

 

Así pues, me parece bastante evidente que la fama de avaricia de los catalanes es un invento español para menospreciarlos incluso cuando los catalanes asumen (voluntariamente o muy a su pesar) la flotabilidad de España. Encuentro más inquietante que tantos catalanes hayan hecho suya esta reputación y se otorguen a sí mismos una característica tan injuriosa como imaginaria, aunque sea a menudo con apariencia folclórica, de divertida autocrítica. Se trata de hecho de una colonización mental exitosa, de un odio convertido en autoodio y, como tal, detestable y peligroso. Los tópicos negativos asumidos como ciertos por aquellos que son víctimas se convierten en cadenas. Sí, de esas que ahora conviene segar.

 

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