El cactus de Vermeer

Se ha muerto el cactus. Estaba preparando un artículo sobre Vermeer, sobre esta pureza atmosférica que tienen sus cuadros y cuando he pasado por el comedor he visto que se había muerto el cactus.

Vermeer me gusta porque su arte siempre tiene más fuerza que los temas que trata. El pintor no se expresa directamente a través de los personajes o de los objetos. Es la atmósfera que crea la composición del cuadro aquello que revela el mundo en el cual se inserta la vida concreta y lo que hace que el interés de las escenas no se agote nunca, por tiempo que pase, por rato que las mires.

Los franceses, que son materialistas y jerárquicos, decían que la pintura de Vermeer no tenía nobleza porque representaba escenas cotidianas. Durante dos cientos años el pobre Vermeer pasó por un pintor menor y la recuperación de su obra costó casi otro siglo. Dalí entendió pronto el valor del artista de Delft y pintó una obra titulada a El fantasma de Vermeer se puede usar como una mesa.

En la pintura del artista holandés es fácil de ver que hay una relación entre la riqueza de la vida espiritual de una civilización y la calidad material de su mundo físico. Aunque vivió en un país rico y comerciante, que estaba descubriendo los valores capitalistas, Vermeer no confundía la abundancia con la lujuria, ni la compasión con la debilidad, ni la ambición con la hipocresía. Tampoco creo que pintara mujeres porque fuera feminista.

En el mundo de Vermeer las actividades menores de las personas iluminan un mundo y un orden moral que las trasciende. En cada figura que pinta hay una tragedia personal superada por la humildad, la ternura y la dedicación. La intimidad que rezuman los cuadros iluminan la unidad que debe haber entre la vida pública y la vida privada para que prevalezca la belleza, y la absurdidad de separarlas a través de la retórica y el cinismo como se hacía a la corte de Luis XIV.

Vermeer, que pintó en un siglo que se ha llamado de hierro por la cantidad de guerras y desastres que hubo, no era un idealista, pero creía en la fuerza de los amores concretos ante las maldades del mundo. Pintaba mujeres porque su fragilidad física le permitía destacar la robustez espiritual de la sociedad que él amaba. En el cuadro de la lechera, o de la chica de la perla, o de la prostituta que se deja sobar los pechos, se puede ver el rey que todo el mundo lleva dentro pero que solo emerge en los momentos de gracia.

Todo eso ahora es difícil de entender porque las dos guerras mundiales nos han dejado traumatizados y el miedo físico todavía ciega nuestro corazón y ensucia de banalidad aquello que hacemos. Ante el hedonismo y el sentimentalismo desbocado, la contención de Vermeer, su realismo metafísico, me recuerda que a las cosas importantes se accede por iluminación, y que sin capacidad de proteger los amores concretos no hay discursos ni riquezas que puedan sostener a ninguna sociedad.

El cactus se me ha muerto -era majestuoso como un monolito de estos que las culturas alzan a la memoria y se ha colapsado por la base, justamente. Se ha muerto el cactus y el mundo que deja, aunque tú y yo ahora nos divirtamos hasta morir, no sé si será mejor. A veces pienso que con el tiempo parecerá imposible que un «nosotros» hubiera existido. Y no sé que puedo hacer para evitarlo.

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