Cine y memoria

Sólo pasados unos veinte minutos de secuencias de ‘Las inocentes’ de Anne Fontaine es posible captar las claves humanas, históricas y geopolíticas que el filme ofrece al espectador: Polonia diciembre de 1945, seis meses después de terminada la guerra; un convento de monjas católicas, siete de ellas preñadas tras el asalto de los soldados del ejército soviético; una joven médica francesa -de familia comunista, de Tours- miembro de la Cruz Roja Internacional decide cuidar y asistir a las religiosas; un médico también francés, y judío -con los padres asesinados en Bergen Belsen- ayuda las monjas a pesar del resentimiento por la ambigüedad cómplice de muchos polacos con el Holocausto.

 

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Sí, antes de media hora el film expone las características básicas de una página de historia de Polonia y de un fragmento de la memoria europea que tanto nos cuesta rescatar y reconstruir. ¿Y cómo es que las películas estrenadas en España al cumplirse los 80 años del estallido de la guerra civil han pasado sin pena ni gloria? Creo que no poca miopía ha impregnado y dañado a filmes como ‘Ebro, de la cuna a la batalla’, ‘Gernika’ y ‘El Elegido’. Tengo la sensación de que los guiones se han elaborado más para el público de los concursos de Tele 5 que con el objetivo de informar con rigor. Introducir forzadamente una historieta de amor o enredos mundanos y seducir al público parece más prioritario a la fidelidad a los hechos históricos. Por ello el resultado ha sido un fracaso de taquilla y frustración para quienes pensamos que hay un cine de recuperación de la memoria. Y se habría podido hacer como lo demuestra Anne Fontaine, y como antes lo habían demostrado Ken Loach, Costa Gavras y hasta Steven Spielberg.

Reconozco que el primer cuarto de hora de ‘Ebro, de la cuna a la batalla’, de Roman Parrado abduce por cuán cuidada es la ambientación de los espacios y cuán creíbles son los jóvenes soldados abocados a la batalla definitiva de la Guerra Civil. Pero, una vez disfrutados estos momentos de excelente clímax, el espectador bien informado de la historia se da cuenta de que el que no lo está tan informado, puede empezar a perderse. Se echan de menos secuencias que expliquen la situación del frente, las posiciones, los movimientos estratégicos que se prevén, y cómo estos movimientos estratégicos impactan en las relaciones dentro mismo del Gobierno republicano: el presidente del Gobierno, Juan Negrín, partidario de la ofensiva como le señalan los asesores soviéticos, se las tiene de lo lindo con el presidente de la República, Manuel Azaña, que ve que aquello será un desastre y acaricia un pacto con Franco. Pero en las escenas del filme sobre la polémica no se sabe quién es Negrín ni quién Azaña porque se les introduce sin identificar. Dos tíos, dos políticos de aquellos tiempos, se las tienen: ¿y quiénes son?, se puede preguntar al espectador. En el caso de ‘El Elegido’ de Antonio Chavarrias se pierde la oportunidad de narrar a fondo cómo el catalán Ramón Mercader fue captado por la del NKVD de Stalin para asesinar a Trotsky. Queda claro, sí, que quien lo empuja es su madre Caritat Mercader, una mujer con bastante carga fanática y dramática para llenar todo el film y no quedar, como queda, relegada a la imagen de una señora que hace su trabajo con el estilo de veterana dependienta de El Corte Inglés. Y finalmente, ‘Gernika’, de Koldo Serra. Si no fuera por lo bien que escenifica el bombardeo, el despegue de los aviones de la Legión Cóndor con misión hiperdestructiva, el filme podría irritar a los que conocen el papel de los asesores soviéticos durante la guerra. Porque resulta que, mira por donde, mientras los nazis lanzan toneladas de bombas, los buenos de la película descubren que en Gernika hay una prisión estaliniana secreta donde están encerrados los contrarios a la intervención de la URSS en la guerra. Y aprovechando que nazis y franquistas destruyen, los héroes abren las celdas a los anticomunistas. El filme sobredimensiona a los asesores estalinistas en Euskadi -prácticamente no los había-, a una responsable de prensa republicana, y a un descreído y depresivo corresponsal norteamericano que se enamora de ella. ¿El nacionalismo vasco? ¿El gobierno de Aguirre? ¿Los gudaris? ‘Connais pas’. Ni se los menciona.

EL TEMPS