Tzadik im peltz

Los ‘hassidim’ (los judíos piadosos de la Europa del Este) dicen que hay dos maneras de actuar en una noche fría. Una, ponerse un abrigo de piel, y dos, encender un fuego. Calentarte a ti o calentar a todos. Noé (el del arca) fue un ‘tzadik im peltz’, un justo en un abrigo de piel. Construyó un barco gigantesco para salvarse él y su familia. No compartió la fortuna con nadie más. Desistió de advertir al resto de la humanidad de una muerte inminente. Se puso (metafóricamente) un abrigo de piel y dejó que el resto de seres humanos se ahogaran cruelmente en las aguas divinas. Después, se defendió con una excusa que, más o menos, nos sonará a todos: sabía (pensaba) que la sociedad de su época ignoraría sus palabras. Que no le escucharían.

Actualmente, muchos nos comportamos como él. Muchos de nosotros nos negamos a defender cualquier causa porque pensamos honestamente que no servirá de nada. Que no cambiará nada. Que nadie escucha, ni cambia, ni se mueve. Hemos abandonado, en lugar de insistir en el mensaje. Hemos comprado la idea de que la gente no vale la pena. Una gran propaganda de esta sociedad de consumo que muestra a la humanidad como una especie de robots que miran Gran Hermano, comen en McDonalds y son incapaces de leer nada que no sean los incontables vales de descuento que te dan en La Sirena (la letra pequeña no).

Es posible que seamos así, pero nuestro deber es darnos una oportunidad a nosotros mismos. Porque escuchamos y cambiamos. Porque somos sujetos activos y conscientes de lo que pasa. ¿Cuántos padres y abuelos han pasado del unionismo apático de sus juventudes al independentismo activo de hoy en día? ¿Cuántos habéis dado dinero a una causa concreta gracias a un documental que os ha conmovido especialmente? Parece que el poder se ha esforzado mucho en vendernos abrigos de piel y apagar los pequeños fuegos que algunos locos solidarios se han molestado en encender. Los raperos, por ejemplo, han pasado de ser un mazo social contra las injusticias a cantar sobre la ambición por el dinero, por las mansiones y por las mujeres (o, más concretamente, para ciertas partes de la anatomía femenina). Hemos dado un salto mortal de los fuegos encendidos de ‘Public Enemy’ o ‘2Pac’ a los abrigos de piel de ‘Jay-Z’ o ’50 Cent’ (talento musical al margen).

Seguramente la herramienta más eficaz para acallar a los disidentes es convertirlos en parias. En marginados. En locos. Homer Simpson advertía a su hijo: «Antes de hablar, asegúrate que dices lo mismo que piensa todo el mundo». Este es el éxito en la sociedad de consumo: seguir la cuerda. No molestar. No ser un loco por tener ideas propias o referentes sospechosos. Yo mismo me he convertido en una especie de monstruo amorfo por comenzar el artículo con un comentario de la Biblia. Al menos durante un rato.

Vale la pena seguir apostando por la gente y por los cerebros. Trabajando en la tele, nunca me he rendido a la idea de que el público es idiota. E intento hacer lo mismo en todos los demás ámbitos de la vida. Merecemos una oportunidad. Un poco de confianza. Merecemos que la gente que tiene cosas que decir, nos las diga. Que los sabios no se conformen con abrigos y enciendan fuegos, a toda costa. Merecemos más Abrahams que compartan el mensaje y menos Noés que callan mientras nos miran con desprecio. (Perdonad, también, la segunda cita bíblica).

EL MÓN