España y Cataluña, refundándose

Nuestra trágica historia le confirió a esta Constitución un carisma dramático y sagrado pero a estas alturas apelar a su vigencia es burlarse de la realidad: la entrada en la Unión Europea y la moneda única ya rompió los límites de la soberanía nacional que marcaba la Constitución pero, además, la reforma exprés que pactaron hace un año los dos grandes partidos estatales para introducir el límite del déficit mostró que si los dos grandes partidos estatales lo acuerdan se la reforma en un momento. Esa reforma constitucional impuesta desde fuera evidenció que no tenemos soberanía económica ni política. En contraste con eso el Tribunal Constitucional negó cabida en la Constitución a aspectos decisivos del Estatut al considerarlos contrarios a la soberanía nacional española. Los políticos que recogieron firmas contra Catalunya hace sólo un par de años y los magistrados que preservaron la esencia de la nación única dejaron a la sociedad catalana en un callejón sin salida histórico.

 

La transición se basó en ocultar o borrar la memoria y siguió alimentándose de desmemoria. La prohibición de recordar es la regla de hierro de esta democracia y la que la conduce a una alienación colectiva. Sólo puede ser fruto de alienación colectiva que se amenace con utilizar las fuerzas armadas otra vez contra la población, la sociedad catalana, y que esas amenazas no tengan como consecuencia ceses o dimisiones inmediatas y denuncias judiciales por golpismo. Lo preocupante es, precisamente, que gran parte de la población española comparta la idea de nación única y xenófoba hacia los que no son “españoles como es debido”. ¿Qué pensar de un político que pide que los catalanes devuelvan a los extremeños que emigraron a Catalunya? Como si fuesen una mercancía humana; suya, además. Esa ocurrencia revela una idea de la identidad personal y la nación basada en la raza; según eso, se es ciudadano de un lugar sólo cuando se nació allí. Como si esas personas no fuesen catalanas, ciudadanas de Catalunya. Las actitudes de incomprensión hacia Catalunya son constantes por parte de presidentes de autonomía que cuarenta años nadie hubiera imaginado que existiesen. Hoy existen muchos presidentes de autonomías porque generaciones de catalanes, vascos y también gallegos lucharon por su autogobierno. Y decir lucharon es decir morir, ir preso, exiliado, ser torturado, perseguido… de eso hablamos. Esas inesperadas autonomías fueron beneficiosas, se repartieron recursos de modo más justo, pero no olvidemos que ese reparto de autonomías se hizo aviesamente con el propósito de desdibujar la existencia de las nacionalidades.

 

La desmemoria oculta que esta democracia se sustenta sobre un pacto del franquismo con la izquierda y también con Catalunya y Euskadi. La Constitución reconoció realidades e instituciones nacionales que ya existían: Cuando volvió de Francia, antes de asomarse al balcón de la Generalitat, el honorable Tarradellas aterrizó en Madrid y fue recibido por el Rey y el presidente Suárez, quienes reconocieron así al gobierno de los catalanes, la Generalitat hasta entonces en el exilio. También los vascos recibieron a su lehendakari Leizaola, exiliado en el país vasco francés. Sólo los gallegos no recuperaron su Consello da Galiza, disuelto en el lejano exilio argentino en los años cincuenta. La Constitución nació de esos pactos políticos, no de unos jurisprudentes sabios fundadores, y esos pactos hoy están rotos. Está roto el consenso sobre “un orden económico y social justo” del preámbulo constitucional, la nueva derecha, española o catalana, ya no se inspira en el paternalismo de la democracia cristiana europea y es socialmente despiadada. Por otro lado, desde el 23-F y la Loapa subsiguiente se maniobró para negar la existencia de otras naciones que no sean la española. Tanto da de derechas o de izquierdas, el nacionalismo español es el mismo, soltamos lo de “la burguesía catalana” y casi nos sentimos progresistas; lo curioso es que nadie habla de “la burguesía madrileña”, ¿alguien cree que sólo hay burguesía en Barcelona y no la hay en Madrid o en otras ciudades? Sin embargo en el escenario público español la burguesía madrileña parece invisible. Como el nacionalismo español, que siendo tan duro no necesita afirmar su existencia pues es el Estado y ya se cree la realidad misma. Pero los prejuicios sobre los catalanes son parte importante del repertorio del nacionalismo español, chistes y motes para esos personajes raros y sospechosos. El prejuicio de que son unos intrusos entre nosotros, unos ricos que le chupan la sangre a los pobres, se alimenta de algo muy humano, la envidia. Pero recuerda demasiado a como eran vistos los judíos alemanes.

 

En la estructura del Estado tiene un papel decisivo Madrid, una ciudad muy particular. Las capitales de los imperios marítimos solían estar a la orilla del mar o de un río navegable, como Londres o Lisboa, cuesta comprender que el Emperador situase su corte en ese lugar y no en alguna ciudad o puerto de la fachada atlántica peninsular, Cádiz, la Sevilla del Guadalquivir, un puerto cantábrico, una ría gallega o la propia Lisboa cuando Felipe II reinó sobre Portugal. Dicen que fue la abundancia de caza, lo que explica que un monarca que reinaba sobre un imperio oceánico cuando las comunicaciones eran por mar situase su corte ahí. Las características de la corte y luego capital creadas en ese lugar determinaron la forma del Estado y las relaciones internas entre los distintos territorios peninsulares que lo componen hoy, para comprender Madrid se necesita la historia pero también la geografía. Hay ciudades que nacen de un puerto, de la industria, del comercio… Madrid nació directamente del Estado y se alimenta de él, sin embargo es difícil que algo tan evidente se reconozca, como si fuese invisible o tabú. Hablamos del conglomerado de poder político-mediático-económico que padecen los vecinos de la ciudad antes que nadie y que es el sujeto político que hoy conduce y arrastra al Estado entero. A esa conducción sólo se le ofrecen las resistencias de Euskadi y de Catalunya mientras que la ciudadanía del resto de los territorios vive dentro de la burbuja del nacionalismo español, un discurso hilado desde el siglo XIX por los historiadores, Modesto Lafuente y Menéndez Pidal y epígonos, y que remachan cada día los medios de comunicación que se presentan como “nacionales”. Desde esos medios se critica el adoctrinamiento de “los nacionalistas”, la realidad es la contraria. En una población vasca o catalana los ciudadanos pueden escoger alternativamente medios de comunicación que ofrecen visiones contrapuestas, mientras que en los demás territorios sólo reciben la visión que interesa a los poderes de Madrid. Hace años un corresponsal extranjero en Barcelona me comentaba que no conseguía ser comprendido por sus compañeros destinados en Madrid, sus puntos de vista eran contrarios. Es lo natural.

 

Pero ese vivir dentro de una burbuja de españolismo ignorando la realidad, la diversidad nacional, es lo que explica la sorpresa de políticos y observadores ante la decisión que muestran los catalanes. Pero erre que erre, la visión que siguen transmitiendo de los catalanes es de cierta mezquindad, reducen su demanda de soberanía a un chalaneo presupuestario o a una miserable maniobra de un grupo de políticos o de un señor, Artur Mas. Se permiten seguir ignorando lo que sienten y piensan la mayoría de los catalanes, teniéndolos por gente sin criterio, mero bulto en una manifestación exaltada y pasajera. Hay lamentos sinceros por la pérdida de una relación fructífera entre catalanes y españoles pero creo que los intelectuales españoles debieran reconocer que en los últimos tiempos se acumularon ofensas y se acorraló a los catalanes y entonces no había muchos lamentos.

 

Ignorar la realidad es lo que hace España con las otras lenguas. Los españoles son educados escrupulosamente en la ideología de “gran lengua”, una pieza fundamental del españolismo; por esa ideología un ciudadano español que escribe en catalán, por ejemplo, no es considerado un escritor español y sí lo es otro con distinta nacionalidad y que resida en otro país. A veces importa el lugar de nacimiento y otras veces interesa la lengua. Con toda naturalidad, el galardón literario insignia de este estado, el Cervantes, excluye a los escritores en esas otras lenguas; aunque contribuyen con sus impuestos a dotarlo. Con mayor o menor énfasis, toda la prensa de Madrid reproducen el sufrimiento de cada padre o madre que reclama y no recibe educación en castellano, ¿son los niños de castellano hablantes más delicados que los de catalán hablantes, por caso? Si estos se establecen en otra comunidad y no pueden ofrecerles a sus hijos educación en su propia lengua, ¿no sufren también? Pero es que en las últimas décadas se planificaron vías de comunicación que aislasen a Catalunya y se utilizó el Gobierno para impedir la normal evolución de las empresas catalanas, una empresa energética catalana no pudo absorber a otra radicada en Madrid porque eso supondría salir del “territorio nacional”. Como “nacionales” son los equipos de fútbol madrileños cuando se enfrentan a los barceloneses. Para rematar, los catalanes vivieron como una serie de humillaciones la tramitación de un estatuto “cepillado”, “afeitado” y recurrido ante el Constitucional, que le dio la puntilla. Lo extraordinario es que ahora se sorprendan de que los “polacos” se sientan rechazados por España, lo extraordinario es que se sorprendan de que las ofensas hayan ofendido.

 

Desgraciadamente las cosas han llegado así hasta aquí, también por parte de representantes de Catalunya que han mostrado con frecuencia displicencia y aún desdén hacia muchos españoles. Pero Catalunya es una sociedad compleja y democrática, en su momento, desde el paternalismo, Jordi Pujol comprendió que los inmigrantes de origen español habían llegado para quedarse y tendrían que formar parte de la comunidad nacional y desde hace unos años caló la conciencia de ser parte de la nación catalana entre los hijos y nietos de aquellos inmigrantes; a Artur Mas le corresponde ahora reconocer esa diversidad interna e integrarla en un proyecto común, tendrá que evitar que los distintos orígenes de los catalanes de hoy supongan diferencia y fractura de clase.

 

Los catalanes mantienen un debate interno cívico, si lo conservan de modo que todos se sientan parte y vean reconocidas sus razones, concluyan lo que concluyan cualquier demócrata debe respetarlo. España y Catalunya están en crisis, tendrán que refundarse y refundar sus relaciones. Lo que es triste es ver al puro franquismo envolverse en la bandera constitucional.

 

 

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