«Democracias: viajes inacabados»

Sabemos que las relaciones entre democracia y capitalismo son relaciones entre dos sistemas caracterizados por lógicas diversas. Sus valores y objetivos son diferentes y entran a menudo en conflicto. La crisis actual es evidente. La práctica empírica ha mostrado tensiones permanentes, pero también la compatibilidad, e incluso la superioridad política en términos comparados, de combinar cierto tipo de democracia, las de raíz liberal, con cierto tipo de capitalismo, el que combina el mercado con derechos sociales y una regulación pública en materias económicas y sociales. Pero a inicios de este siglo hay mucho que reformar en las democracias, tanto en el ámbito de las ideas e instituciones, como en el de las prácticas constitucionales.

La irrupción de la globalización económica y tecnológica, y los movimientos de pluralismo nacional y cultural, hace que la pregunta clásica «¿Qué es la Ilustración?» requiera hoy respuestas mucho más complejas que las que dan las teorías clásicas de la democracia y del constitucionalismo. Podemos constatar al menos tres ámbitos en la revisión de las democracias actuales.

En primer lugar, los límites de cualquier «teoría de la justicia». Kant sabía bastante de todo esto. Algunas aportan conocimientos y conclusiones relevantes, pero sólo sobre determinados aspectos de las democracias, no sobre su conjunto. Se trata de un campo -con gran variedad de propuestas alternativas-, que suele enfocar bien cuestiones como la pobreza, las desigualdades o la distribución de renta. Sin embargo, son teorías que no tienen casi nada que decir cuando se trata de analizar fenómenos, como la multiculturalidad, el pluralismo nacional o el multilingüismo. Más que con teorías globales, hoy contamos con teorías parciales sobre aspectos particulares de las democracias. Cada pregunta remite a un conjunto concreto y diferente de teorías y de experiencias prácticas. Y no hay que equivocarse sobre donde buscar las soluciones.

En segundo lugar, las teorías clásicas hablaban de una «nación de ciudadanos», entendida en términos culturales y lingüísticos homogéneos. Pero buena parte de las democracias empíricas son internamente plurales. Sin embargo, el trato práctico que algunas democracias dan a poblaciones indígenas, a naciones minoritarias o a las poblaciones inmigradas, es muy deficiente en términos liberales y democráticos. Hablar simplemente de «igualdad de ciudadanía», por ejemplo, se convierte a menudo en una coartada, para la mera defensa de las características nacionales y culturales de las mayorías hegemónicas de los estados. Estos han sido temas hasta hace poco tiempo, nada, poco y mal tratados en las democracias. El objetivo: hacerlas más congruentes con su pluralismo interno. El constitucionalismo actual va bastante retrasado en esta revisión.

Por último, la calidad de una democracia no depende sólo de la calidad de sus gobernantes. También depende de la calidad de la sociedad a la que gobiernan. Y desde hace siglos se observa un escepticismo recíproco entre las actitudes de los gobernantes y los gobernados. Desde el lado del gobierno lo expresa, por ejemplo, el personaje César en la obra de T. Wilder, ‘Los idus de marzo’: «El apoyo de un pueblo no se gana simplemente gobernando según sus intereses. Nosotros, los gobernantes, debemos dedicar una gran parte del tiempo a seducir su imaginación». Y desde la perspectiva de los gobernantes, Plutarco (siglos I-II) en sus ‘Consejos Políticos’, concluye: «En todo pueblo hay una mala disposición y un recelo contra los que ejercen la política, y la sospecha de que muchas de las medidas benéficas se han realizado como fruto de una confabulación».

Se trata de tres ámbitos en permanente revisión, que marcan caminos para el refinamiento moral e institucional de unas democracias que se muestran siempre remisas a acomodar el pluralismo interno de las sociedades. Las democracias son siempre un viaje inacabado. Un viaje en el que Cataluña tiene mucho que decir sobre su bienestar futuro. Sobre todo si lo construye sin las rémoras del Estado donde ha sido coactivamente integrada. ¡Cataluña despierta!

 

 

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