Nafarroa bizirik


Ahora que se acerca, a menos de cuatro años vista, el 500 aniversario de la invasión de Navarra por las tropas del duque de Alba, un grupo de pensadores, escritores y particulares ha publicado un Manifiesto –1512-2012. La conquista de Navarra– que pretende restablecer la memoria histórica.

Puede parecer baladí semejante empeño cuando los hechos están claros, y los mismos ocupantes los relatan con crudeza. «Luis Correa pone en boca del coronel Villalva la barbarie usada por el ejército invasor: ‘hubo pueblos incendiados, huida de cientos de navarros, doncellas forzadas, confiscación de bienes, destierros, ejecuciones…’ Se destruyeron los castillos, se nombraron a españoles para cargos que correspondían sólo a los navarros. Los soldados se excedían en la codicia y los pueblos pagaban los gastos del ejército de ocupación como ‘gastos de guerra’. La ocupación militar duró cien años, y de hecho persistió hasta la actualidad».

Pero el grado de aculturación que acumula nuestra colectividad en torno a episodios como éste, que cambiaron el curso de nuestra existencia y nos condenaros a una suerte de conflicto permanente, sin solución de arreglo, obliga a repetir casi a diario que este destino no lo elegimos nosotros, que la realidad pudo ser de otro modo, que quienes nos gobiernan con la fuerza de la ley pocas veces -en estos 500 años- han tenido la razón de su lado.

Esta aculturación que nos alcanza a todos, pues todos vivimos en un universo legal e imaginario ajeno, impuesto, de prestado, se percibe en especial cuando se rescatan del olvido ocasiones como la de la conquista, porque ofrecen una perspectiva que nos desmiente el orden cotidiano en que funcionamos, que nos descolocan. Porque nos hemos adaptado -¡qué remedio!- a este orden oficial, desnaturalizado, y encajamos nuestra suerte privada, nuestros oficios y beneficios, en un engranaje que cruje y se desbarata a poco que lo observemos.

Y digo que no es baladí revisar estos hechos, incluso aunque nos remontemos hacia atrás medio milenio (o lo que haga falta. Otros se remontan al homo antecesor para comprender al ser humano, y a los dinosaurios para la evolución de las especies) porque toda sociedad se sostiene sobre un fondo común de conocimientos (sean verdades, creencias o mitos). Porque los pueblos basan su convivencia en una lectura compartida de su ser, de su identidad y sus claves, de sus orígenes y su pasado, de la legitimidad de las instituciones sobre las que se organizan. Y el fondo de la versión oficial que se nos impone, en que se nos educa, sobre el que nos interpretamos, es falso.

También es necesario entender y refrescar la memoria de lo que ocurrió en nuestra tierra hace 500 años (y 800, y menos de 200), porque tenemos lecciones que recuperar, y que nos deben servir para este tercer milenio. Por ejemplo, en esa lectura crítica del pasado se descubre que el pueblo vasco ha sido un sujeto histórico activo, presente en el concierto europeo durante muchos siglos (por lo menos hasta que nos borraron del mapa). Que fuimos un estado independiente, con el orgullo y la conciencia de la propia entidad y existencia que de ello se infiere. Que este pueblo ha sido capaz de funcionar en el mundo con un alto grado de organización, con ingenio, cultura, con técnica y desarrollo, con instituciones propias, legítimas, igual o mejor que cualquier otro grupo humano. Que si el euskara, nuestro idioma, que nos da carácter y nos permite actuar en todos los planos, sobrevive, ha sido gracias a esa independencia navarra, a esa organización estatal de siglos. La propia existencia del pueblo vasco, cuando muchos otros han desaparecido, es producto de ello.

También es importante recordar, hecho muy vinculado a esa fecha de 1512, que si esa realidad colectiva se truncó fue por la guerra, por la violencia más cruel, por la fuerza de un poder ajeno, y que ningún derecho o legitimidad asiste a los españoles -por poner un caso del presente- para negarnos la capacidad de decidir nuestros proyectos y nuestro futuro.

Para algunos, emplazados en esa aculturación que trabaja minuciosamente el poder español desde hace siglos, en ese menosprecio por la cultura vasca, por la historia navarra, por nuestra existencia como pueblo, la enseñanza de la historia se contempla como un museo de cera, un retablo de figuras rancias, polvorientas, atrapadas fuera del tiempo.

Pero la construcción cotidiana de una comunidad es una tarea de diario, y se sostiene sobre sus fundamentos. Si éstos se pierden de vista, lo que se construye es otro mundo, es de quienes nos niegan, nos menosprecian, el de quienes nos prohíben el derecho a ser lo que libremente queramos.

El Manifiesto de Antoñana liga pasado y futuro, la independencia que fuimos como la voluntad de ser un país libre en la Europa del siglo XXI.

Publicado por Nabarralde-k argitaratua