Terrorismo: ¿por dónde empezar?

Los esfuerzos actuales contra el terrorismo se han demostrado ineficaces. Empezamos por entender equivocadamente lo que es el terrorismo. No se trata de una cosa, un lugar o un grupo. Hablar de librar una guerra contra él resulta huero y estéril. Se trata simplemente de una táctica empleada a la desesperada por quienes comprueban que su poder es infinitamente inferior al de quienes consideran sus enemigos. Es el arma de los débiles.

Diversas razones pueden dar cuenta de nuestro fracaso a la hora de articular una estrategia susceptible de contrarrestar el terrorismo. La principal razón estriba en que gran cantidad de personas se halla convencida de que es su único recurso. La mayoría de ellas considera que vive bajo un régimen de ocupación del que trata desesperadamente de liberarse. En el caso de Iraq, adopta la forma de una lucha contra la ocupación del país. En lo que queda de Palestina, de un combate contra el ocupante israelí. En Chechenia, contra los rusos. Esta forma de combate nacionalista es vieja como la humanidad. Nuestros antepasados se valieron del terrorismo en la guerra de guerrillas que ahora llamamos la revolución americana; los armenios la emplearon contra el imperio otomano, los irlandeses contra los británicos y varios movimientos de resistencia contra los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Más recientemente la hemos observado, por ejemplo, en Kenia, Congo, Argelia, Tíbet… Cuando hemos dado por buenas estas causas, hemos considerado que sus protagonistas eran combatientes por la libertad.En caso contrario, los hemos llamado terroristas.

Cabe hablar de un segundo orden de motivos cuando algunos grupos consideran que sus gobiernos son corruptos, antinacionales y/ o antirreligiosos. Lo vemos plasmado en el caso de los diversos grupos reunidos en torno a la denominación de Al Qaeda que creemos controlados por Ossama Bin Laden. Somos su objetivo por considerar que sostenemos regímenes tiránicos. Perdida la fe en un nacionalismo laico, han abrazado el fundamentalismo religioso, que posee la ventaja de reunir – según su mentalidad- las nociones de tradición y progreso.Haciendo una trasposición cabría pensar al respecto en el puritanismo europeo y estadounidense, que, de forma semejante, creía ser el representante divino en la tierra para purificar el mundo. Sus creencias son sorprendentemente similares, con nombres, lugares y fechas distintos.

Es innegable que la naturaleza de los grupos incluidos en tal forma de teología y/ o política violenta reviste cierta complejidad. En mi estudio sobre los movimientos guerrilleros (y afines) desde la Segunda Guerra Mundial llegué a la conclusión de que es posible identificar cinco grupos o movimientos principales. El primero se hallaba formado por combatientes o – como les llamaban los franceses en la Francia ocupada y en la Argelia colonial- resistentes, necesariamente escasos en número. En la guerra de Argelia eran unos 13.000, cifra similar en Francia antes de la derrota alemana, como asimismo en el Iraq actual. Son los que Mao, gran experto en la materia, llamó los peces sostenidos y nutridos por el mar donde viven… A la par que realizan sus funciones normales en el seno de la sociedad, este segundo grupo apoya, oculta e informa a los combatientes; constituye asimismo la masa cuyos elementos pueden reemplazar a los muertos en combate: su número puede estimarse en veinte veces superior al de los combatientes directamente implicados.

El tercer grupo entra en acción en un escenario caracterizado por la quiebra del orden público; puede simultanear sus acciones con las de los anteriores. Los terroristas armenios, por ejemplo, a veces asaltaban bancos en Estambul, lo que también hizo el IRA. En el Iraq actual, bandas criminales secuestran personas por las que luego piden un rescate; función similar desempeñan (valiéndose asimismo del tráfico de drogas) en Afganistán, Chechenia o Colombia. El cuarto grupo es esa gran masa anónima de gente manipulable a expensas del poder imperante, el nacionalismo o la religión de forma que se radicaliza y, en el fondo, se convierte en víctima pasiva. El quinto grupo integra las filas de quienes apoyan al régimen en el poder. En la revolución americana, los lealistas;en la revolución argelina fueron la base de los harkis apoyados por los franceses. Si cae el régimen dominante se ven forzados al exilio…

Todos los indicios dan a entender que la Administración norteamericana actual no posee una comprensión plena y pertinente de las motivaciones de todos estos grupos ni de sus interrelación. El principal objetivo de la acción bélica norteamericana en Iraq se ha centrado en los efectivos enemigos visibles sobre el terreno, táctica que nunca ha funcionado. En efecto, a medida que los combatientes van quedando fuera de combate, detenidos o muertos, son sustituidos por otros. Por lo tanto, el terrorismo o la guerra de guerrillas pueden prolongarse durante siglos. La táctica de Estados Unidos y otras potencias ha sido equivocada al respecto; de cualquier forma, aun cuando el grado de represión sea brutal y contundente (caso de los británicos en Kenia, los franceses en Argelia, los rusos en Chechenia y los israelíes en Palestina), se genera más odio y el grupo de combatientes o resistentes de primera línea se va engrosando mediante la aportación de efectivos antes pertenecientes a la masa. La historia muestra que la única forma de detener la lucha estriba en drenar la marisma… Es decir, cuando se alcanza un punto en que una fracción suficiente de la sociedad considera que ha conseguido un grado o resultado satisfactorio de victoria, deja de apoyar a los combatientes. El quid de la cuestión no radica en una especie de acción cívica o proyecto similar (planes de ayuda a la población, etcétera), sino en el abandono de la partida por parte de la potencia o poder extraño, colérico o despechado. La secuencia es como sigue: debe anteponerse la soberanía a la seguridad y no – como tratamos de hacer en Iraq- perseguir la garantía de seguridad antes de impulsar la ansiada soberanía. Es lo que sucedió en Irlanda en 1921, en Israel en 1948, en Argelia en 1962. Irlanda del Norte, Chechenia, la Palestina ocupada e Iraq son ejemplos de lo que sucede cuando la potencia dominante trata de invertir el orden: la guerra continúa.

En una palabra: es evidente que el terrorismo o la guerra de guerrillas brota de motivaciones políticas y, en consecuencia, debe afrontarse en tales términos. A menos que la potencia dominante quiera involucrarse en un genocidio, como los romanos contra los bretones, no puede ser derrotada por la vía militar. Cuanto más represora es, una mayor fracción o parte del mar se convierte en peces… lo que podemos comprobar en Iraq. El Gobierno estadounidense, olvidando a nuestros propios luchadores por la libertad, proclama que el terrorismo es una realidad irreparablemente aciaga. Ahora bien, también es evidente que no siempre y en todas partes lucha contra el terrorismo… Tanto nosotros como los británicos apoyamos acciones de grupos terroristas contra la ocupación nazi y estuvimos mezclados en operaciones terroristas en Centroamérica durante la Administración Reagan, por no hablar de otras operaciones contra la guerrilla en Colombia, las de la Contra en Nicaragua y otras acciones en Guatemala.

Estados Unidos ha de ajustar su política a los principios de la declaración del presidente Woodrow Wilson sobre la autodeterminación de los pueblos. Vivimos en un mundo de estados, pero muchas naciones no han alcanzado tal condición. Buena parte de los conflictos actuales deriva por cierto de esta anomalía; grupos privados políticamente de sus derechos tratan de conseguir la autodeterminación. La historia de los kurdos, palestinos, chechenos… es sólo una de las más conocidas actualmente en el sinnúmero de experiencias fallidas de numerosos países. Hubo un tiempo en que Estados Unidos fue un faro de esperanza para ellos. Deberíamos aspirar a serlo de nuevo. Y, sobre todo, debemos evitar acciones que otros interpreten como un ataque contra su sentido de nación y de país.

En este punto es donde hemos de iniciar la guerra contra el terrorismo.

WILLIAM R. POLK, responsable del Consejo de Planificación Política del departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy

Traducción: José María Puig de la Bellacasa

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