Estado Europeo v. Estado-nación

1. Nacionalismo y Europa.

En esta parte de Europa el discurso político sigue alimentándose fundamentalmente de referencias nacionales y marcos estatales. La perspectiva europea habitualmente está ausente o bien relegada a un lugar secundario. Así, el denominado plan Ibarretxe, por mencionar un ejemplo reciente, tan sólo se ocupa en un artículo y al final del texto (art.65) de la Unión Europea. Si bien en algunas disposiciones (arts.7/43/55/56) se hacen menciónes puntuales a la UE, sin embargo, no hay referencia a la ciudadanía europea cuando trata de nacionalidad y ciudadanía (art.4), como tampoco parece tenerse en cuenta para el reparto competencial de políticas públicas (arts.43-54) que muchas de éstas son también materias de competencia de las instituciones europeas. En su conjunto, del texto se desprende una perspectiva que parece ignorar que es en el marco supraestatal europeo, y no en el estatal español, donde se ejerce el autogobierno. Por su parte, en los estatutos de autonomía en vigor en la CAV y la CFN las referencias a la UE son inexistentes.

Esta ausencia de referencias europeas no es una exclusiva del debate político, sino que es trasladable -salbuespenak salbuespen- a otros ámbitos sociales. Así, en materia educativa, el denominado curriculum vasco presentado hace unos meses es una muestra sintomática de una visión nacionalista conforme a la cual la nación representa una suerte de bien supremo, una concreción insuperable -un fin de la Historia- alrededor de la cual gira la aventura humana. No hay escrúpulos o rigor académico a la hora de acomodar hechos, obras y autores para dar justificación a las historias -historietas- nacionales. Una vez más, el mimetismo y dependencia intelectual hacia Francia y España lleva a emular unos programas educativos de corte chovinista, pero con el agravante de proponerlo 200 años despues de la aparición de la «école national», en pleno desarrollo de la globalización en el planeta y de su concreción en Europa.

En mi opinión, una muestra más del retraso que padecemos. Cómo explicar si no -otro ejemplo- que a finales de los años setenta cuando en Europa occidental hasta los más obtusos defensores del marxismo y de los paraísos comunistas -Sartre et compagnie- habían terminado por desligarse de un izquierdismo fútil, aquí se impulsara un movimiento de liberación nacional que treinta años después sigue manteniendo las clásicas posiciones de la denominada «loony left» o izquierda lunática. Un izquierdismo de perspectiva caribeña que nos mantiene informados puntualmente de Nicaragua, El Salvador, Cuba, ahora Venezuela, pero que ha estado ausente de las revoluciones nacionales que se han dado en Europa central y del este tras la caída del muro. Este interés desorbitado por el mundo hispano y la total opacidad sobre lo que ocurre en Europa, ¿ se debe simplemente al desconocimiento de otros idiomas que el castellano y así, el mundo se reduce a la hispanofonía o es que el socialismo de Estado y las dictaduras comunistas eran una referencia revolucionaria no criticable, politicamente correcta ?.

El movimiento para la independencia y el socialismo ha pretendido como vanguardia en Europa occidental a una élite de activistas armados cuya perspectiva política les ha llevado a mantener su actividad incluso tras la incorporación del Estado español a la Comunidad Europea a mediados de los ochenta, o tras el 11-S, como si la integración europea o la cruzada americana contra el terrorismo no fueran a tener consecuencias estratégicas y operativas. Aún sigue siendo prácticamente un tabú en determinado espectro político discurrir sobre la nefasta influencia que ETA y el MLNV han ejercido sobre la voluntad de miles de personas. La mezcla de activismo y matonismo que han impulsado ha derivado en una degradación ética y un desprestigio de lo vasco en todo el mundo, incluída esta parte del mundo. No sólo no han obtenido logros políticos, sino que han posibilitado que quienes mantuvieron una dictadura durante cuarenta años hayan podido presentarse como víctimas políticas. Así como entiendo que la impunidad de la que han gozado quienes sostuvieron el franquismo resulta pernicioso como metodología política -treinta años después- ,también me parece un error no plantear unas responsabilidades políticas a quienes han prolongado -como poder fáctico- un envilecimiento de la convivencia. Tienen el dudoso éxito de haber puesto a mucha más gente en contra que a favor de la comunidad nacional que pretenden defender. En realidad, los planteamientos nacionalistas han resultando ser instrumentos de división entre la población, produciendo unos efectos perversos sobre las comunidades políticas que persiguen articular. Ha sido el caso del nacionalismo español y es también el del nacionalismo vasco. Ambos han demostrado ser instrumentos de cohesión para un bloque de población, pero generadores de otro bloque antagonista de proporciones semejantes, así como carentes de atractivo para otra parte de la ciudadanía forzada a padecer un menú político decimonónico.

La falta de perspectiva europea se expresa también mediante el apoyo que en el nacionalismo vasco es habitual encontrar a favor de la Europa de los pueblos, quienes según estos planteamientos, debieran sustituir a los Estados. Estos planteamientos etnicistas ignoran la evidente voluntad, mayoritaria en Europa, de evitar el recurso -incluso semántico- al término «pueblo» como categoría política, dada la terrible memoria que se guarda de las ideologías políticas desarrolladas durante el siglo XX en nombre de diferentes pueblos: dem deutschen Volken; il popolo italiano; el pueblo español… Presentarse en Europa agitando abiertamente banderas e ideologías nacionalistas sustentadas en categorías pre-políticas no tiene buena acogida. Los planteamientos de una Europa articulada en torno a centenares de unidades étnicas son quiméricos. De hecho, es una constante que en las elecciones al Parlamento Europeo las fuerzas políticas que dicen representar a naciones sin Estado (propio) no alcancen más allá del 1% de los escaños.

2. Europa y Estado-nación.

Evidentemente, esto no significa que el nacionalismo no continúe estando muy presente en Europa y mucho menos que sea exclusivo de grupos minoritarios. Los nacionalismos gran-nacionales: francés, español, británico… que han desarrollado estrategias imperialistas de corte militarista son responsables de millónes de víctimas, y entiendo que los motivos para sentirse orgulloso de unas nacionalidades empapadas de sangre resultan enormemente dudosos. Sin embargo, el nacionalismo continúa siendo la ideología dominante de los Estados en Europa. Todos los Estados miembros, arropados en su envoltorio estatal, comparten una perspectiva nacionalista que es precisamente el freno más importante para avanzar hacia la integración continental de una ciudadanía europea. Así, el texto del tratado constitucional sujeto a ratificación sigue manteniendo a los Estados-nacionales -y en mucha menor medida a los ciudadanos- como los sujetos políticos dominantes. Hay muchos Estados en Europa, la mayoría ya en la UE, pero todavía no hay Estados europeos. La denominada constitución europea configura una suerte de Federación Europea de Estados-nación todavía lejos de constituir una Comunidad de ciudadanos europeos. Además, la ciudadanía europea se mantiene basada en las nacionalidades de los Estados.

Como desde una perspectiva nacional la manera dominante de estar en Europa es contar con un Estado que represente a la nación, quienes aspiran a dar representación a la nación proponen configurarse como Estado-nación. Se trata de una aspiración que en Europa encontró en la «doctrina Wilson» un instrumento para el desmontaje de los imperios austro-húngaro y otomano. Resultaba ser el reverso de aquel principio según el cual a cada Estado le correspondía una nación; así, a cada nación le debía corresponder un Estado. Esta vía ha sido impulsada en Europa tras la caída del muro y ha dado lugar a la aparición y reaparición de varios Estados, ahora ya miembros de la UE: Estonia, Letonia, Lituania en el Báltico; Chekia y Eslovaquia tras la división de Checoeslovaquia y Eslovenia tras el desmontaje de Yugoeslavia. Además, han surgido otros como Croacia, Macedonia, Serbia, Montenegro en el espacio balcánico; Moldavia, Ukraina, y Bielorusia en el este de Europa, anteriormente parte de la Unión Soviética. Así pues, el recurso a la estatalidad no resulta anacrónico sino que tiene actualidad y no es exclusivo de Europa sino que ha sido un fenómeno generalizado en la segunda mitad del siglo XX. Desde su fundación en 1945 la ONU ha pasado de contar con cincuenta miembros a tener alrededor de 200.

3. Europa y Estado Europeo.

Pero se trata en su mayoría de Estados-nacionales, nacionalistas y monolingües, y a mi juicio, la cuestión nacional en el siglo XXI, en Europa occidental y en el marco de una Unión supraestatal plantea no un único, sino diversos escenarios. Salvo catástrofe generalizada que nos conduciría a escenarios desoladores del estilo de «Mad Max» , fuera de la Unión Europea, por expresarlo de manera contundente, está Albania. Sólo es privilegio de los más ricos -Noruega, Suiza- poderse mantener al margen. Para la mayoría de la población europea la Unión Europea es el ámbito político al que desean acceder. Con todas sus imperfecciones -mesocracia, burocraticismo- la UE se ha demostrado como un instrumento especialmente eficaz para preservar la paz entre sus miembros -ningún conflicto armado se ha dado en los últimos 50 años entre los Estados miembros- y para procurar prosperidad a una mayoría de la población – se ha generalizado una clase media con acceso a unos recursos desconocidos anteriormente en Europa para la mayoría-. Hoy día Europa es una referencia mundial por la generalización del bienestar entre sus ciudadanos, aunque hay problemas de acceso a bienes y servicios en capas de la población. Pero las diferencias entre la Europa de la primera y segunda mitad del siglo XX son abrumadoras.

Esto no significa que no exista contestación al modelo de desarrollo que representa la UE. La oposición tradicionalmente se plantea desde dos posiciones: desde una ideología nacionalista que ve en el proceso de integración una amenaza al bien supremo que identifica con la nación, y desde planteamientos socialistas que perciben en la UE una herramienta del capitalismo para hacer desaparecer los derechos sociales. No hay ninguna duda de que el capitalismo está reformulando el espacio a nivel mundial y esto provoca efectos sociales en los espacios nacionales. Sin embargo, en esta tesitura global los planteamientos nacionales pueden resultar particularmente anacrónicos, más propios de un mundo sin ordenadores o pantallas de televisión, es decir, de un mundo estrictamente fisico pre-existente a un mundo mediático que ha modificado nuestra concepción del espacio y por consecuencia también del tiempo. En este nuevo contexto tecnológico, la Unión Europea se configura como una agrupación de Estados que han decidido ejercer su soberanía a través de instituciones comúnes. Los Estados han dejado de ser espacios autosuficientes capaces de procurar una mayoría de recursos a la población – salvo Corea del Norte o Birmania -. La UE procura a los Estados un ámbito donde procurarse buena parte de los recursos y recabar así la legitimidad de su ciudadanía. Para la mayoría de los Estados europeos la UE es vital; son conscientes de que la población reclama un bienestar que no es procuráble fuera de la Unión -salvo para algunos privilegiados: Noruega, Suiza y los microestados: Mónaco, Lichtenstein, Andorra…-.

Hay un término en euskera -eskualdea- que se ha popularizado para expresar región, comarca, zona y que viene a indicar el espacio que se tiene a mano. Pues bien, durante siglos, prácticamente hasta el XX, en digamos dos horas de tiempo, ese espacio estaba para la mayoría de la población limitado a unos pocos kilómetros, tanto si se recorría a pie como si se hacía mediante tracción animal o en bicicleta. Hoy en día en coche dos horas son suficientes para conectar Bilbao e Irunea, Gasteiz y Baiona. Pero también bastan dos horas para ir en avión a Londres o a Berlín o Milán. La conexión visual y oral con Singapur o Sidney o San Francisco puede ser simultánea. Avanzamos hacia la unicidad del planeta, aunque nos costará generaciones poder gestionarlo. Atemperar las brutales diferencias entre quienes lo recorren digamos que en un trayecto París-Dakar y quienes lo hacen en dirección inversa: (Dakar-París), es una tarea de justicia y humanidad. En mi opinión, la cuestión de la identidad personal y colectiva deberá formularse desde parámetros distintos a los de la nacionalidad, que debería pasar a ser una cuestión de la esfera privada, como lo es hoy la religión entre los europeos. Esto no significa que las cuestiones vinculadas por ejemplo, a las lenguas y a las comunidades linguísticas pierdan importancia, pero sí en cuanto conexión entre lengua (monolingua) y política. No se trata ya de reivindicar lenguas nacionales y espacios monolíngues. Tampoco es ya tiempo, en mi opinión, de naciones y Estados-nacionales, aunque todavía buena parte de la población siga atrapada en ese tipo de muga fisica y mental.

Imaginémos que un grupo de europeos decidiera arrinconar sus símbolos regionales -nacionales dirían otros- y asumir como propios los de la Unión Europea. En lugar de reivindicar sus banderas les basta con el círculo de doce estrellas amarillas sobre fondo azul. En lugar de presentarse como suecos, helenos, corsos, albaneses, vascos o navarros… reivindican su condición de europeos. Relegan la cuestión de la nacionalidad a su esfera privada. Impulsan un espacio europeo multilingüe. Desarrollan un sistema educativo europeo en lugar de otra escuela nacional chovinista. Forman ciudadanos europeos con vocación universal en lugar de: franceses, españoles, alemanes… No resultaría del todo extraño que un movimiento de estas características resultara de interés para otros europeos y que desde la Unión Europea se apoyaran estas iniciativas. Difícilmente podría plantearse desde algunos Estados miembros una oposición al desarrollo de la europeidad en una zona de Europa, y quienes quisieran oponerse dejarían en evidencia su nacionalismo anti-europeo.

Banago ezen euskaldunok, inoiz ohi ez bezela, besteek egindakoa antzesten berandu ibili beharrean, oraingoan aukera dugula aitzindari izateko. Euskaldunak ez du -hainbat europearrek duten tamainako- zailtasuna beren Estatu-nazionalei uko egiteko, ezen izan zuena -Nafarroa- aspaldi galdu baitzuen. Dena dela, egun XXI.mendearen hasieran, ene iritziz, Europak ez du beste Estatu-natione txiki baten beharrik, bai ordea, Estatu europearrarena. Nik ez dut ez gaitasunik ezta gogo nahikorik ere ikusten Europako alde honetan beste Estatu-nazionalik sortzeko. Ez dakusat horren interesik ere, batik bat, abertzaletasunak antzesten duen manera nazionalista hartan. Pesebrismo eta indarkeria errore eta horrore dira.

Nafarroako Estatuaren historia ez da Bonaparteren Zazpiak-Bat kartarekin bat egiten. Hartan non dago bada Pau, Irunearen ondoren Resumako hiriburua ?. Non Errioxa, romantzearen sorburua ?. Ene aburuz, Nafarroaren historiak bide ematen digu, ordea, -Europako alde honetan- espazio europearra lantzeko, hiritarren artean status europearra sortzeko. Statusa diot, ezen egoteko manera europearra aurkitu behar da, gero manera hura -statusa- izateko eitera eramateko. Hortarako, espazio transeuropearra dugu alorrik preziatuena. Bordeletik Santanderrera, Beloradotik Paberaino. Muinean Euskal Herria eta euskaldunak, baina ez espazio nazionala bultzatzeko asmoz. Jada ez da garaia Europan espazioa nazionalizatzeko. Espazioa europeartzeko dema honetan euskaldunak eta Euskal Herriak beren lekua behar dute, oraino espainiar eta frantziar Estatuetan aurkitu ez dutena eta, demografiaz minoria oso txikia izanik, aurkituko ez duketena. Beraz, bestelako espazioa behar da: transeuropearra eta ez nazionala; eleanizduna, eta ez elebakarrekoa; universaltasunari so eta ez gure txikitasunari begira; europearra eta ez abertzalea.

Europan -Europear Batasuna beraxe adibide- komunitate politiko berriak bermatu beharko dira -«commonwealth» inguruan- elkarren arteko ongizatean- ; hiritarrari ahalik eta baliabide material eta inmaterial egokienak eskaintzeko, nazionalkeriaren mugen haraindiago. Legitimitatea efikaziarekin uztartuz; eta ez zatikatzaile diren etnia, herria edo nazioa bezalako diskurtsoen osagaiak proposatuz. Globalizazioak dakarren populazioaren mugikortasunerako, gurean ere, beharko da hezkuntz sistema biziki sendoa macdonaldizazioaren olatu erraldoiak txikitu ez gaitzan. Eutsiko diogu planetan zehar mugitzen diren uhinetan giza-surfingean trebatuz gero: munduan zer dabilenari so egonez, informazioa bildu eta prozesatzeko hizkuntzak ikasiz, ezagupenari garrantzia emanez. Europa eta Mundua gure zain.

17.01.2005

Publicado por Nabarralde-k argitaratua