Lo que arde y lo que no arde

Meses sin esa lluvia tan denostada en esta época en que hemos interiorizado que la economía y la vida misma es estar en una tumbona al sol, y además un viento cálido y seco, favorecen el momento en que estalló una ola de incendios que desbordó a una administración desidiosa. Pero eso no explica por qué ocurren en ese lugar y no en otro.

Si vemos el mapa de la península observaremos que el frente incendiado dibuja un mapa, lo que deberíamos llamar “triángulo eucalipteiro” pues Portugal, Galicia y Asturias, extendiéndose ya por Santander, es el territorio colonizado por la explotación exhaustiva del suelo como plantación de eucalipto (curiosamente, desde un punto de vista histórico es el territorio de la antigua Gallaecia o del reino suevo). Portugal, tras los incendios del verano pasado, ya ha tomado la decisión de cambiar su política forestal para corregir ese monocultivo. Para explicar ese monocultivo del eucalipto, una planta pirófita que no sólo sobrevive al fuego sino que se beneficia del él para extender su dominio, habría que hablar de ENCE, la planta de celulosa en el interior de la ría de Pontevedra. Una instalación que afecta al presente y al futuro de la ciudad y de la ría pero que, además, está determinando toda la política forestal de la Xunta cada vez que gobierna el PP, es decir casi siempre. ENCE es cierto que da trabajo a la plantilla pero deja la carga de contaminación en Galicia y está domiciliada en la Castellana en Madrid, pero es una de las empresas amigas del PP y sirve para lucrar a cargos de ese partido como Isabel Tocino o Carlos del Álamo.

Los costes económicos y sociales de las temporadas de incendios podrían ser ignorados por una política casi siempre irresponsable y antisocial pero como crea situaciones tan dramáticas inevitablemente se transforma en instrumento de lucha política y quien menos escrúpulos tiene lógicamente le saca más partido. Hace diez años, gobernando la Xunta una alianza PSOE y BNG presidida por el socialista Pérez Touriño, Núñez Feijóo no tuvo empacho en fotografiarse con una manguera de jardín haciendo como que apagaba fuego y declaró: “con nosotros no moría gente en los incendios y, con ellos, cuatro personas”. Diez años después y ya gobernando exige que la oposición no haga críticas aunque han muerto otras cuatro personas y los daños son tan enormes.

Realmente esos incendios desnudan a un político que lleva años paseándose por desayunos y televisiones madrileñas vendiéndose como buen gestor, la catástrofe demostró que al frente de la Xunta no había nadie. Tardó cuatro horas en contestar a la demanda de ayuda. La radio y televisión públicas gallegas cuando ya habían muerto dos personas y ardía buena parte del país rodeando la mayor ciudad de Galicia, Vigo, emitían una deportes y la otra una serie de policías y ladrones. Ni siquiera el día después el Gobierno autonómico había sido capaz de coordinar los recursos locales existentes. Un vacío político absoluto, una ineptitud que cuando la radio y televisión gallegas reaccionaron llenaron con sucesivas comparecencias de Feijóo y sus conselleiros sin decir más que tonterías y acusaciones al mal tiempo, a Portugal y a unos terroristas que se sacaron de la manga.

Sin hablar de la privatización que hizo Fraga en Galicia de los servicios contra incendios, ni de como Feijóo quince días antes licenció a 436 brigadistas contratados para ello, a pesar de las advertencias desde la oposición.

Pero esos incendios también desnudaron la realidad de la política española, mientras el Gobierno de Rajoy transformó un conflicto político que debería ser resuelto por métodos democráticos en una especie de tragedia histórica la realidad es que las administraciones central y autonómica controladas por el mismo partido son incapaces de proteger al país y a los ciudadanos. Y esa ineptitud acompaña a la utilización de los recursos del Estado, miles de policías y guardia civiles que en vez de para prestar un servicio público se utilizan para mantener amenazada a la población desarmada en Barcelona. Inútiles y patéticos.

Pero no tendrán solución los incendios de cada año si no hay una verdadera política no sólo forestal, sino de país. Galicia, el país de los mil ríos, es un territorio enormemente variado y complejo tanto orográficamente como en su población dispersa. Aunque en los últimos ochenta años ha habido un cataclismo demográfico, un desplazamiento de población del campo a la ciudad y un proceso de urbanización radical, sigue siendo un territorio que no es uniforme y con muchos intereses contrarios, un sistema complejo que si no se organiza es un caos. Como es el caso. En Galicia, para que sea una sociedad viable, falta un proyecto global y colectivo de país y una dirección política, eso tendría como uno de sus principales objetivos hacer un plan de organización del territorio, que nunca se hizo. Y algo que es evidente, el abandono de la agricultura por parte del poder político. La agricultura y ganadería como formas de vida, como recurso y como forma de ocupación del territorio fue olvidada, despreciada y condenada a sobrevivir sin apoyo ni protección gracias al puro esfuerzo de las familias que tuvieron y tienen que competir en mercados abiertos.

Y volvemos a lo mismo que vemos cada día y sobre todo en días de crisis como estos, Galicia tiene ocupas en la administración pero no son verdaderos gobernantes, sirven a intereses ajenos a los de su población y crean un gran vacío político. Un vacío que sirve para que continúe la desidia y el expolio. Los incendios sólo son una erupción momentánea del nihilismo que respira el país.

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