Autodeterminación-Federalismo-Identidad

En los últimos días, varias personas provenientes de la izquierda se han llevado las manos a la cabeza debido a las intenciones de Joan Saura (consejero de la Generalitat por IC-V) de querer incluir el derecho de autodeterminación en el nuevo estatuto catalán. Parece ser que todavía no se ha digerido correctamente el llamado Estado plurinacional español y mencionar el principio de autodeterminación sigue siendo algo tabú en determinados entornos.

Personalmente creo que en este periodo de la globalización se está generando un nuevo concepto de la autodeterminación que es necesario desarrollar y que muchas veces ha sido minusvalorado y desatendido por parte de la izquierda no nacionalista. Pero igualmente que este principio no se puede plantear con esquemas y criterios del pasado o en relación mimética a la situación de los países del Tercer Mundo, tampoco conviene huir de él excusándose por la peliaguda forma de estructurar práctica o jurídicamente esa voluntad soberana.

Hoy por hoy, lo que interesa es la legitimación o no del principio de autodeterminación en el momento actual y para el caso de las naciones insertas en los actuales Estados nacionales europeos: Las justificaciones históricas, lingüísticas o étnicas no me parecen que constituyan un adecuado soporte, más importante es el aspecto que consiste simple y llanamente en que una nación o región que en su momento resultó integrada a un determinado Estado decide en un momento concreto replantear su situación vigente en el marco de ese Estado nacional. Es aquí donde debe incidir el derecho de autodeterminación como derecho democrático.

Pero replantear su situación vigente no incluye necesariamente la creación de un Estado propio mediante la secesión. La autodeterminación constituye un proceso vivo, constante y dinámico. Se manifiesta en las decisiones cotidianas si estas emanan auténticamente de la voluntad popular, «la nación es un plebiscito cotidiano», dijo el escritor Ernest Renan. Además hay otras muchas formulas que no pasan por la independencia, tales como la autonomía, el condominio o… el federalismo.

Es ahora, donde el federalismo aparece como un reconocimiento de la diversidad y el consecuente otorgamiento del autogobierno para que las naciones sin Estado, regiones, (y euro-regiones), comunidades y otras colectividades puedan disponer de un ámbito de poder propio suficiente. Y, al mismo tiempo, constituye la mejor vacuna para aliviar (y curar) los terribles efectos causados por nacionalismos excluyentes, tanto en el seno de las naciones minoritarias como en los propios Estados nacionales. Este sistema responde a la voluntad de mantener el equilibrio entre auto-gobierno y el co-gobierno, pero lo que esta claro es que el federalismo y el Estado-Nación son radicalmente incompatibles.

Por todo esto es curioso observar cómo partidos nacionalistas (de derecha a izquierda) se muestran encantados de ceder auto-gobierno respecto a Europa pero, al mismo tiempo, este sistema de co-gobierno no lo creen válido para su presente Estado. En la aldea global ninguna decisión es impalpable; los imperativos económicos, la concentración de recursos o la adopción de medidas de integración a todos los niveles siempre están condicionados por otros espacios. El compromiso entre todas las partes es elemental para un correcto funcionamiento.

Asimismo, en este compromiso llamado federalismo (cuya raíz es Foedues: pacto) entra en juego la identidad. Nunca hay que confundir la razón con la pasión pero la pasión es intrínseca al ser humano. Por eso, la primera condición para acomodar diversas minorías nacionales en el seno de un mismo Estado es asegurar la pluralidad identitaria, pero este objetivo sólo es alcanzable si se parte de cierto poso cultural común en torno a valores compartidos de un modelo de Estado. Tampoco la identidad colectiva puede ser definida en términos de exclusión del otro. De igual manera no puede ser entendida como algo inmutable sino como un contenido vivo que se renueva constantemente, aceptando y enriqueciéndose con el entorno. Aferrarse por tanto a la originalidad de una realidad cultural, supone conducirla a una vía muerta.

Quiero terminar con unas palabras de Bernardo Atxaga que nos pueden hacer reflexionar: «…Yo sueño con la ciudad vasca, Euskal Herria es «pueblo vasco» y Euskal Hiria, «ciudad vasca». Creo que la palabra ciudad en cualquier diccionario tiene mejor eco. La ciudad, en principio, no es de nadie y es de todos, no hay un origen, nadie puede decir esta ciudad es mía porque yo llegué el primero, es de todos los que han llegado, de todos los que la han construido y la van a construir. Mi idea sería que pasáramos de un espacio en donde puede haber una identidad primera original, a un espacio con muchas identidades».

Diario de Noticias