No tengo tiempo

Vivir con prisa, correr para llegar a todo y ver que no has llegado casi a nada. Ante este estilo de vida, el sociólogo y periodista Salvador Cardús (Terrassa, 1954) hizo la conferencia El tiempo y el poder, en el marco del ciclo Nuestro tiempo del CCCB. Leemos 14 fragmentos de la charla, que ha sido publicada en la colección Breves.

1. [Refiriéndose al programa sobre el ciclo del CCCB] Allí se afirma que «la experiencia del tiempo en nuestra sociedad urbana e hiperacelerada está marcada por la impresión de que el reloj, efectivamente, va más rápido que nunca» y que «los días parecen demasiado cortos». Y a partir de esta constatación se pregunta: «¿Cómo es posible que [el tiempo] se haya vuelto un bien escaso? Podemos aún recuperar la soberanía sobre nuestro tiempo?» Como se ve, el programa da como seguro un paso veloz del tiempo -«más que nunca»- que hace que los días se vuelvan licuables y nos escapen de las manos. Tres puntos de partida, pues, que hay que tener presentes: la actual aceleración del tiempo, la escasez del tiempo y la actual pérdida del control sobre el tiempo personal.

 

2. Veamos cinco frases de cinco autores diferentes, entre los muchísimos que se podrían citar:

 

1. De tan veloz, este mundo no conmueve. [Miquel Martí i Pol, Libro de soledades , 1929-2003]
2. La gente nacen y se casan, viven y mueren en medio de un bullicio tan frenético que hace pensar que enloquecía. [William D. Howells, 1873-1920)
3. La mayoría de los hombres buscan el placer con tanta prisa… que les pasa por el lado (sin que se den cuenta). [Friederich Nietzsche, 1844-1900]
4. Crece la cultura de la prisa, del apresuramiento indecente y trasudado, que lo quiere tener todo hecho en el acto. [Soren Kierkegaard, 1813-1855]
5. Toda la infelicidad de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber estar en reposo en casa. [Blaise Pascal, 1623-1662]

 

3. La velocidad también tiene sus defensores, y tiene pensadores tan cualificados como los primeros:

 

[…] 4. Una persona capaz de derrochar una sola hora es que no ha descubierto el sentido de su vida. [Charles Darwin, 1809-1882]
5. Recuerda que el tiempo es dinero. El que con su trabajo puede ganar diez chelines diarios, y se pasa la mitad del día vagabundeando o haciendo el vago en su cuarto, aunque sólo se gaste seis peniques para divertirse no puede contar más que con ello, sino que en realidad habrá gastado, o mejor dicho, desperdiciado, cinco chelines más. [Benjamin Franklin, 1706-1790, Consejos a un joven comerciante ]

 

4. El escritor Milan Kundera dice, con un notable pesimismo, que «nuestra época está obsesionada por el deseo de olvidar y para ello se entrega al diablo de la velocidad» […] En cambio, por otro, el filósofo canadiense Mark Kingwell escribe: «La velocidad es una manera de expresar el deseo de trascendencia. Distraemos la conciencia. Es una estrategia de distracción de la conciencia de la moralidad» […] Y, por encima de todo esto, recordemos el viejo proverbio irlandés que Heinrich Böll recoge en ‘Irlanda, que haces de tus hijos?’: «Cuando Dios hizo el tiempo, hizo de sobra».

 

 

5. En el caso de la experiencia temporal, podemos distinguir tres planos diferentes, aunque interrelacionados. En primer lugar, el del tiempo personal o biográfico. […] En segundo lugar tenemos el tiempo social, que queda bien expresado en un calendario que distingue entre tiempo sagrados y profanos, que establece ciclos festivos y laborales, y que determina las grandes conmemoraciones colectivas. […] en tercer lugar, podemos distinguir un tiempo histórico que ordena y atribuye significaciones diferentes, según el tipo de sociedad, en el pasado, el presente, el futuro.

 

 

6. Es fácil imaginar qué representó el paso de un tiempo concebido como el ritmo externo de las cosas, ante el que uno sólo se podía acomodar, propio de una sociedad agraria y dependiente del paso de las estaciones, a una noción del tiempo entendido como mercancía, con una visión productivista, en la que está en manos de cada uno aprovecharlo o perderlo, invertirlo o dañarlo. Para el primer modelo podemos recordar aquel poema del Eclesiástico que tan bien expresa la idea de fondo: «Hay un tiempo para cada cosa, y cada cosa tiene su tiempo». Y sigue: «Un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar», etc. Todavía recuerdo una vecina de casa, una mujer mayor, analfabeta, la mayor parte de su vida vivida en el campo, que hablando de todo y de nada en medio de la calle, me dijo: «No es el tiempo el que pasa, sino que somos nosotros los que pasamos».

 

 

7. En lugar de aquel pasado que era la guía para el presente, hoy tenemos un presente que se orienta hacia el futuro, donde se sitúan todas las aspiraciones. Y el mismo análisis temporal merecería eso que se ha llamado la «posmodernidad», que si no ha llegado nunca a tomar un nombre propio es, probablemente, porque no ha pasado de ser un paréntesis de confort moral ilusorio, instalado en el presente, en un ‘carpe diem’ que ha despreciado el pasado y el futuro.

 

 

8. El reloj pasó de los monasterios a las ciudades hacia el 1300, y entre los primeros está el de Norwich, en Inglaterra, construido entre el 1321 y el 1324; el de Milán, del 1335, y también muy pronto, en tierras catalanas, el del campanario del castillo de Perpiñán, del 1356, encargado por Pere el ‘Ceremonioso’. Más tarde, de los campanarios civiles el reloj pasó a los hogares privados, a los hogares burgueses, hacia finales de los siglos XIV-XV. En Cataluña se fabricaban relojes domésticos desde el siglo XVII y se van generalizando en el siglo XVIII, con doce talleres de relojes documentados, una industria que llegó a su final los primeros años del siglo XIX, con el fin de la Guerra del Francés y la llegada de relojes franceses y alemanes. […] Lewis Mumford llega a afirmar que «el reloj, y no la máquina de vapor, es la clave de la moderna era industrial».

 

 

9. Es una obviedad hacer notar que los días siempre han tenido veinticuatro horas y las horas sesenta minutos. Hablar de escasez de tiempo es un giro absurdo que, en el mejor de los casos, indicaría que lo que hay es un exceso de proyectos o de deseos. Es decir, unas aspiraciones que en ningún caso se pueden satisfacer de manera racional en el marco temporal objetivo de nuestras vidas. Y además añadiría que, en la mayor parte de los casos, no es por exceso de ambición, sino por desórdenes en su realización.

 

 

10. La situación más general, pues, es la de un desorden temporal, de una desorganización horaria, que hace perder el tiempo: que nos encalla en largas colas diarias para ir al lugar de trabajo; que dificulta la convivencia; que dificulta la concentración y alarga las tareas encomendadas; que no facilita el descanso ni permite un uso saludable del tiempo.

 

 

11. Siguiendo el pronóstico de Max Weber, hay «el autobombo crispado» de los amantes de la velocidad. Primero de todo, en las mismas máquinas que nos calman porque son veloces, o que nos «ponen a cien» porque van lentas. Y después, todos los deportes de velocidad, todas las aventuras que buscan «la emoción-choque» -en palabras de Michel Lacroix en ‘El culto de la emoción’-, la comida rápida, el servicio inmediato a domicilio de libros, alimentación o lavandería. Y, para más contradicción, la búsqueda rápida de la lentitud, si lo puedo decir así. Quiero decir, la mezcla ambivalente de los dos deseos, contrarios a la vez que compatibles.

 

 

12. En definitiva, y en cualquier caso, recuperar el control del tiempo no es sólo una cuestión de buena organización, sino de construcción de sentido y de capacidad para construir un marco de relaciones personales. Con respecto al primer desafío, ya hace años, en unas jornadas sobre la educación en el llamado «tiempo libre», sostuve que el problema de fondo no era «qué hacer», sino «qué sentido tenía hacer lo que fuera».

 

 

13. No quisiera terminar sin decir nada de las posibilidades de resistencia individual. Es decir, sobre las posibilidades de una domesticación personal del uso del tiempo, aunque sea en medio de una selva poco propicia a hacer fáciles las cosas. Así que lo más pertinente es acabar haciendo un elogio del distraerse, que es este uso aparentemente inútil del tiempo. Según Joan Coromines, la primera referencia que tenemos en catalán es el ‘Blanquerna’ de Ramon Llull. ‘Badar’ (‘distraerse’ aproximadamente) significa «mirar con una atención absorta», una «atención desatenta’. Ensimismarse es suspender el ánimo en la contemplación de algo. Y sí: hay que aprender a contemplar, como primer paso para saber contemplar nuestro tiempo cotidiano.

 

 

14. El reloj puede ser el símbolo de una esclavitud, pero también puede convertirse -como hemos visto que ha sido históricamente- en un arma a favor del progreso, en un instrumento puesto al servicio de una resistencia activa de base ética. Y quien dice reloj, dice su nuevo modelo, sea un ‘smartphone’, sea un ‘SmartWatch’. La cuestión, en definitiva, es saber si cuando tenemos el móvil en la mano o el reloj en la muñeca, tenemos el mundo en las manos… o dejamos que sea el mundo quien nos las tiene cogidas.

 

http://www.catorze.cat/noticia/8556/no/tinc/temps