Una gran brecha en la muralla de Pamplona

 

Tras el fracaso del asalto a las murallas de Pamplona, ocurrido el 5 de noviembre en el tramo de Tejería, se decidió trasladar la artillería hasta el sector de la Taconera, frente al lugar donde hoy se abren las calles Nueva y San Antón, por considerarlo un punto vulnerable. Desde allí, el día 24 comenzó un furioso bombardeo de la muralla, que terminó por derrumbarse hoy justamente hace 500 años, el 25 de noviembre de 1512. Se mantuvo el fuego para que los españoles no pudieran reparar la brecha, y se decidió que el asalto definitivo se diera el sábado día 27.

Esa mañana, el ejército franconavarro amaneció en perfecta formación de combate. El rey Juan III de Navarra quiso que el asalto fuera encabezado por sus propios caballeros, que en número de trescientos se pusieron al frente. Allí estaba el mariscal Pedro de Navarra, los señores de Eza, Zolina, Ezpeleta y Olloqui, Johan Remíriz de Baquedano, los hermanos Johan y Jaime Belaz de Medrano, Gonzalo de Mirafuentes, jefe de la milicia tudelana, o Petri Sanz de Bereterra, capitán de los roncaleses. Tras ellos estaría el resto de la infantería, los bearneses y los mercenarios alemanes. El relato del español Luis de Correa, testigo presencial del asalto, no puede ser más dramático. Según el cronista, los navarros se situaron tras una bandera roja «con ciertas bandas de color de oro» (sic), a la que juraron no abandonar. Al toque de carga, los navarros avanzaron contra los muros dando vivas a Navarra, mientras que los que les seguían daban también vítores a Francia y Alemania, según su procedencia. En seguida pudo vérseles atravesando el foso y ascendiendo hacia la brecha, con la bandera de Navarra aún al frente. No obstante, cuando los defensores, bien pertrechados tras la muralla, abrieron fuego contra ellos, la carnicería fue tremenda. Intentaron en vano penetrar por la brecha, mientras eran objeto de un intenso tiroteo y les lanzaban cargas de pólvora (ollas de pólvora, dice Correa) ardiendo. Cuando todo terminó, al cabo de una hora, 18 de los principales capitanes y 100 de los que habían encabezado el asalto habían muerto, y sus banderas yacían «con sus posesores abrazados con ellas muertos».

Con el fracaso del asalto, la inminencia de un contraataque español desde Logroño, el rápido empeoramiento del tiempo y el hambre que azotaba ya a la armada, el rey de Navarra y sus aliados franceses no tuvieron otra opción que ordenar una penosa retirada a Baja Navarra, cruzando el puerto de Belate. Comenzaba así otro sangriento episodio de la Guerra de Navarra…

 

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