Las fronteras de Vasconia

La arqueología desvela paso a paso que en Álava se estableció la frontera entre el reino visigodo de Hispania y el Ducado de Vasconia

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Mapa del Beato de Saint-Sever.


La historiografía oficial ha defendido que esta tierra, Álava, cuando se extinguió el Imperio romano, quedó deshabitada para ser poblada luego por no sé sabe quiénes, gentes que constituirían una especie de república independiente que pactaría, unas veces con el Reino de León, otras con el de Navarra. Nada más lejos de la realidad. Ya lo decía en 1808 el académico de la historia Juan Antonio Llorente en su libro Noticias de las Tres Provincias Vascongadas, que es una recopilación comentada de documentación de los reinos de Navarra y Castilla del siglo XII, a propósito del tratado del 15 de abril de 1179, entre Sancho VI de Navarra y Alfonso VIII de Castilla. “Esta escritura cierra todas las puertas de la cavilación, y demuestra con evidencia que entre los estados de Castilla y Navarra no había otros intermedios, y por consiguiente ninguna de las tres repúblicas imaginarias del país vascongado”.

En Álava, el trabajo de los arqueólogos demuestra la continuidad entre la población tardorromana y la altomedieval. Ahí están los hallazgos del basurero tardorromano de Heredia, publicados por Idoia Filloy; las excavaciones en los despoblados de Aistra y Zornostegi, realizadas por Juan Antonio Quirós y su equipo; los materiales encontrados en la colina de San Pelayo, en Alegría-Dulantzi, no suficientemente estudiados; la necrópolis de Aldaieta, en Langraitz Ganboa, ampliamente investigada por Agustín Azkarate; así como los recientes hallazgos de Miguel Loza y Javier Niso en San Martín de Dulantzi. Unido todo ello a los estudios acerca de la delimitación de un espacio de frontera militar entre Vasconia y la Hispania visigoda, llevados a cabo por Iñaki Martín Viso, Juan Plazaola y Aitzol Altuna, entre otros, estructura el panorama de una realidad histórica hasta hace poco escamoteada, cuando no negada.

Los vascones son un pueblo antiguo, cuyos integrantes que probablemente se llamaban a sí mismos eusko, fueron denominados uasci y ausci por los romanos, lo que originó las denominaciones gentilicias vascón y auskitano o aquitano, así como los nombres de las poblaciones de Auski, actual Auch, Euska/Oska (Huesca) o Viroueska (Briviesca), capital de los autrigones, entre otras. Es de resaltar que es en Aquitania donde se encuentran las manifestaciones escritas más antiguas de la lengua vasca o, por mejor decirlo, protovasca. Actualmente se considera que los distintos pueblos de esta área citados por los cronistas de la antigüedad, entre ellos, Sertorio, Crispo, Varrón, Plinio, Ptolomeo y Estrabón, pertenecían a un tronco común con influencias más o menos grandes de sus vecinos celtas. Todos ellos experimentaron bajo la administración de Roma un proceso aglutinador de cohesión.

La adaptación de estas informaciones de la antigüedad a circunstancias marcadas por el foralismo provocó que no se considerasen relacionados con los vascones más que a aquellos pueblos que encajaban en el marco geográfico de Euskal Herria, es decir, los territorios donde entonces, siglos XVIII-XIX, se hablaba la lengua vasca. Éstos serían los vascones propiamente dichos, los bárdulos, los caristios y los autrigones y los berones. Sin embargo, al margen de que algunos de estos pueblos rebasaban el mapa de Euskal Herria, debe considerarse como pertenecientes al mismo grupo que los vascones -el pirenaico occidental-, a otros pueblos, como los iaketani, los suessetani, los arenosi o los andosinos, así como los de la Novempopulania, es decir, los tarbelii, con capital en Akize/Aquae Tarbellicae/Dax, en las Landas, el Bearn y lo que llamamos Iparralde; los auscii, con capital en Elimberrum (Ilunberri)/Euska/Auch, en el actual departamento de Gers; los bigerrii, con capital en Turba/Tarbes, en Bigorra; los convenae, con capital en Lugdumum/Saint-Bertrand-de- Comminges, en la región de Comminges (Alto Garona); los consorani, en torno a Saint-Lizier, en la comarca del Couserans (Arièja); los lactorates, en torno a Lactura/Lectoure, que ocuparían las comarcas de Lomagne, al norte de Gers, y el Agénois; los elusatii, con capital en Elusa/Eauze, en el Bajo Armagnac; los vassei o vocates, con capital en Cossium/Bazas, en el sudeste de la Gironde; y los boii, con capital en Lamothe/Teich, en el País de Bug, en el suroeste de la Gironde. El emperador Diocleciano dividió a finales del siglo III la provincia de la Galia Aquitania en otras tres, Aquitania Primera, Aquitania Secunda y Novempopulania. Esta última se corresponde con la Gascogne, el actual nombre francés de la antigua Uasconia o Vasconia, Wasconia para los francos.

Antes de acabar el siglo V, ya había desaparecido el Imperio romano. El territorio europeo se dividía en múltiples estados, la mayoría originados por distintos pueblos germánicos, asentados sobre una base demográfica y administrativa romana. Hubo excepciones, la más notable, la Vasconia homogeneizada con el catalizador político de la romanidad, que una vez desaparecida la realidad imperial se constituyó como ducado en su territorio ancestral tras la expulsión de los germanos visigodos, quienes establecieron un reino en Hispania, de Aquitania en el año 507 por los francos merovingios y los vascones.

Tras la expulsión de los visigodos, el río Garona se constituyó como la frontera entre el Ducado de Vasconia y el reino de los francos merovingios. Sin embargo, por el sur la situación era diferente, ya que el nuevo reino visigodo de Hispania pretendía reconstruir los límites de las provincias romanas. Se oponían a esta pretensión los vascones. En suma, no sólo se enfrentaban dos pueblos, uno indígena y otro invasor, por el territorio y la soberanía, sino dos formas políticas contrapuestas, las representadas por el derecho pirenaico y el derecho germánico.

Los francos merovingios llamaron Wasconia al territorio de la antigua Novempopulania. Así figura en el mapa del Beato de Saint-Sever, copia del siglo XI de un original del siglo VIII. Las crónicas francas admiten que el territorio del Ducado de Vasconia comprendía no sólo la Novempopulania, sino también la Vasconia al sur de los Pirineos.

En el año 660 se habla de la unión de Vasconia y Aquitania con el gobierno de un duque llamado Félix, al que sucedería en 670 otro llamado Otsoa, Lupo en las crónicas latinas. El gobierno del duque Otsoa debió ser prolongado, ya que hasta el año 710 no hay noticias de un nuevo duque, de nombre Eudón, al parecer, hijo del primero. Las crónicas francas dicen que el duque vascón Eudón, nada más empezar su reinado, tuvo que defender la Vasconia transpirenaica del ataque del rey godo Roderico. Esta circunstancia coincide con las crónicas andalusís, donde se informa de que “cuando Roderico recibió noticia de la invasión [de los musulmanes], estaba en territorio de Pamplona luchando contra los vascones”. Aquello aconteció en el año 711.

La frontera Hasta ese momento el ducado de Vasconia y el reino godo de Hispania habían mantenido una oscilante frontera militar, cuya retaguardia, según revela la arqueología, se determina por la presencia de necrópolis de claro carácter guerrero, relacionadas con tipologías aquitanas, que marcan una línea entre Buzaga (Elorz), Pamplona, San Pelayo (Alegría-Dulantzi), Aldaieta (Langraitz Ganboa), en la Llanada Alavesa, y Finaga, en Basauri (Bizkaia). Más al sur se encuentra una zona de complicada orografía, en la que abundan los eremitorios troglodíticos, que podría corresponder a una tierra de nadie, habitada por vascones pero sometida a las incursiones tanto visigóticas, primero, como astures y musulmanas más tarde. Juan Plazaola se pregunta (RIEV 45/2/2000), “¿habrá que pensar que eran precisamente esos eremitorios los que marcaban el limes que quisieron mantener y garantizar los vascones?”.

Justamente en Alegría-Dulantzi, en el transcurso de unas excavaciones desarrolladas entre noviembre de 2009 y mayo de 2010, dirigidas por los arqueólogos Miguel Loza Uriarte y Javier Niso Lorenzo, se realizó el hallazgo de los restos de una gran edificación, datada entre los siglos VI y VII, con trazas de haber sufrido saqueos y arrasamientos posteriores. Este edificio sería contemporáneo de los yacimientos citados, perdurando como tal hasta finales del siglo VIII, época en que la Llanada fue objeto de ataques por parte del emirato de Córdoba, y siendo usado como almacén hasta el siglo X. Este hallazgo, en opinión de los arqueólogos, deja constancia de cómo “una vez más ha quedado claro que los habitantes de los pueblos históricos alaveses son la herencia directa de sus antepasados premedievales”.

Cambio de tornas Carlos Martel, mayordomo de palacio del reino de Austrasia, acabó con la dinastía merovingia, ejerciendo ilegítimamente como rey de los francos, legando el poder a sus hijos Carlomán y Pipino a su muerte en 741. Antes, en 732, el emir de Córdoba, Abd-el-Rahman, pretendió la conquista de Vasconia-Aquitania y del reino franco. Eudón se vio obligado a pedir ayuda a Carlos Martel y ambos ejércitos vencieron a los musulmanes en las cercanías de Poitiers. A partir de ese momento, las relaciones de Vasconia con los francos fueron cada vez más difíciles, hasta que Carlomagno, hijo de Pipino, quien desde 747 era el único rey de los francos, rebasó el Garona en 769, venciendo al nuevo duque Hunaldo II. Carlomagno intentará también la conquista de la Vasconia surpirenaica, pero será vencido por los vascones en Orreaga en 778.

Los vascones se rebelaron contra los carolingios, una vez más, en 787, encabezados por el duque Adeleriko, pero fueron vencidos en 790. El nuevo rey franco, Ludovico Pío, intentará nuevamente conquistar la Vasconia transpirenaica, siendo derrotado otra vez por los vascones en Orreraga en 823. Esta victoria sería el detonante para la transformación de lo que quedaba del Ducado de Vasconia en reino, bajo el gobierno de Eneko Arista.

La crónica de Eginardo, titulada Vita Karoli Magni, escrita entre 829 y 836, describe los dominios de Carlomagno. “Él mismo [Carlomagno] en memorable guerra sometió primero a Aquitania y a Vasconia y todos los montes Pirineos y hasta el río Ebro, que nace junto a [las tierras de] los navarros”. De lo que se deduce que los carolingios consideraban el área descrita como un todo, como un solo país que iba del Garona al Ebro y desde las fuentes de ese río, hasta las del otro en los montes Pirineos y, en segundo lugar, que los vascones rebeldes al poder carolingio, aglutinados en torno a la Iruña de Pamplona, se denominaban a sí mismos navarros.

La crónica de Alfonso III, redactada en la segunda mitad del siglo IX, pero que remite a los hechos del reinado de Alfonso I (739-757), informa de que “Álava, Bizkaia, Alaon (¿Ayala?) y Orduña, ocurre que están poseídas por los suyos, del mismo modo que Pamplona, Deio y la Berrueza”. Junto a esa constatación de la independencia y la unidad de los vascones, queda en evidencia la constante presión del reino astur sobre Vasconia a lo largo de todo el siglo VIII, continuadora de la de los visigodos.

En resumen, no es posible entender la historia de las sucesivas entidades estatales navarras, reino de Pamplona, reino de Pamplona y Aragón, reino de Navarra y Corona de Navarra, sin remitirnos a la realidad previa del Ducado de Vasconia, tal como se desarrolla su historia entre los siglos VI y principios del IX.

Así lo entendía Ricardo Corazón de León, duque de Aquitania y rey de Inglaterra, cuando en su testamento, fechado en 1191, legaba a su esposa Berenguela, hija de Sancho VI y hermana de Sancho VII, reyes de Navarra, todas sus posesiones “en Vasconia más allá del Garona”.

 

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