Puigdemont, símbolo de la indignidad española

La causa del soberanismo catalán sólo tiene una salida: la internacionalización

Xavier Roig

ARA

 

Parece que, por ahora, nuestra dignidad se mantiene. Los resultados de las últimas elecciones han sido un mensaje de amor propio notable. Yo, si fuera Rajoy, estaría preocupado. Me daría vergüenza presentarme ante los socios europeos (los que le han hecho el favor de darle apoyo verbal) con el 2,9% de diputados en Cataluña. Claro que para estar preocupado y pasar vergüenza hay que ser inteligente y responsable… Ignoro si los españoles se dan cuenta de qué España están generando estos individuos que gobiernan en Madrid. Las consecuencias vendrán a largo plazo y no serán agradables.

Bueno, el caso es que, salvada nuestra dignidad, queda el trabajo de continuar defendiéndonos de los ataques indignos. Aún tenemos presos políticos en la cárcel, una fiscalía y un poder judicial vergonzosos, una policía española torpemente dirigida, una prensa vendida… En resumen, España es, señores míos, un caso como una espuerta. Desde mi punto de vista, la herramienta más poderosa que tenemos los catalanes para defendernos es poner de manifiesto esta indignidad. Algunos continúan despreciando la actuación de la Unión Europea (UE) con respecto a Cataluña. Que lo miren por pasiva: sin la UE todo esto habría sido mucho peor. ¿Alguien cree que limitar la aplicación del 155 a un simple período electoral fue iniciativa de la “inteligencia”, del sentido democrático y de Estado, del PP y de Ciutadans? ¿O quizá se lo debemos a los bailoteos de Iceta?

La causa del soberanismo catalán, es decir, el derecho a poder votar para decidir nuestro destino- sólo tiene una salida. El camino para llegar a él ya se ha iniciado: la internacionalización. El mundo occidental, y principalmente la UE, puede ir desviando la mirada tanto como quiera. Pero nosotros no debemos esperar que nos miren. Nos hemos de colocar ante sus ojos a pesar de que nos esquiven permanentemente. Y esto requiere dotes de contorsionista.

Como la batalla debe continuar, debemos aprovechar el empuje conseguido. Tenemos un presidente exiliado en Bruselas que ahora se puede mover con cierta libertad después de que ha quedado demostrado que la justicia española no es homologable. Quiero decir que, si buscamos el símil mercantil, es como si España hubiera enviado un camión cargado de frutas a Bruselas y, antes de que los destinatarios descubran que la carga está podrida, le ordenaran al chófer del camión que volviera rápidamente sin descargarla. Ya ha quedado claro que el sistema judicial español es una charlotada de mal gusto. Y que si no fuera porque está manipulado y provoca daños, daría risa.

Algunos defienden que la mejor acción sería que el presidente Puigdemont volviera para escenificar su entrada en prisión. No señor. Una vez en prisión nos deberíamos manifestar cada día en la puerta y la prensa internacional lo acabaría olvidando y relegando a noticias de relleno -síndrome de Julian Assange-. Creo que sería una solución poco eficaz, cuando lo que hay es restregar por la cara de todos los organismos internacionales la deshonra y las incomodidades que conlleva ser español -motivo por el cual este columnista se ha manifestado, de siempre, separatista, antes de que independentista-. Por lo tanto, el plan que propongo es el siguiente.

 

1. El presidente Puigdemont debe establecerse permanentemente en Bruselas -al menos a medio plazo-. Sus gastos y los de su familia los cubre la catalanidad -que nos pasen el número de cuenta corriente, por favor-. Tristemente, volvemos a la época de Franco, cuando determinados empresarios enviaban dinero a Tarradellas.

2. Se nombra un consejero-jefe, eficaz, para llevar los asuntos del día a día.

3. Además de las reuniones semanales, el consejo de gobierno se reúne cada mes en Bruselas bajo la presidencia de Puigdemont. Con el correspondiente despliegue mediático.

4. Por añadidura, y si es posible -si las incompatibilidades no lo impediden-, el presidente se presenta a las elecciones de diputado al Parlamento Europeo del próximo año.

Con este plan pienso que quedaría patente ante el mundo un hecho que resulta palmario pero que necesita ser evidenciado cada día de forma martilleante: en el corazón de Europa hay una vergüenza que pone de sobra todos los vacuos discursos europeístas de democracia y solidaridad que expelen los mandatarios europeos. Objetivo: poner en evidencia la indignidad española. El mundo entero debe aceptar las razones por las que algunos de nosotros no queremos ser españoles.

¿Que mi plan tiene debilidades que habría que pulir? Seguro. Este columnista no es ni estratega ni político. Pero, ay, es catalán. Y tiene un sentido de la catalanidad, no del catalanismo, que pasa por querer ser normal. Y para conseguir la normalidad, antes hay que poner en evidencia que sufrimos una enorme anormalidad.