Compañero de celda pero no de lista

Hoy se cumple un primer plazo de las elecciones que el gobierno español ha convocado el 21 de diciembre. Concretamente, hoy los partidos deben indicar si presentan coaliciones o no. Y todo hace pensar, en el momento que escribo este texto, que en el campo independentista no habrá coaliciones. No habrá ninguna lista que agrupe el independentismo, sino que cada uno de los tres grandes partidos -PDECat, ERC y CUP- irá solo, con la posibilidad aún abierta de que la CUP opte por no presentarse.

Las llamadas a la unidad han sido, una vez más, inútiles. Todos los partidos han hecho ver que estaban dispuestos a comparecer unidos, pero en realidad no han hecho nada para poder comparecer unidos. Se ve que se puede ser compañero de celda, pero no compañero de lista. Se ve que en el Parlamento puedes sumar los votos para proclamar la República pero esto no se puede hacer en la calle. Parece que puedes pedir a la gente que resista las cargas de la policía sin preguntar quién es aquel que las resiste a tu lado, pero no se puede ir a las elecciones sin preguntarlo.

La decisión, si se acaba de confirmar, es una mala señal. La pulsión partidista en nuestro país ha sido siempre muy intensa y, por tanto, no puedo decir que eso me resulte sorprendente. Pero lo que significa, y lo que significa en este preciso momento de nuestra historia, no puede dejar de sorprender. Porque la cuestión, en realidad, no es si hay una lista unitaria o no. La cuestión es qué proyecto puede haber detrás de la aceptación de unas elecciones impuestas si lo haces no para hacer retornar el gobierno legítimo del país, sino para disputar sus migajas.

Que las fuerzas independentistas acepten ir a unas elecciones impuestas de manera ilegal por el gobierno español ya es raro de explicar. La única razón para ir era, en todo caso, aceptándolo como una oportunidad muy clara de denunciar la situación creada con el 155. Y pensando que la posibilidad de que el independentismo las gane tendría repercusiones muy importantes sobre todo en la actuación europea y el reconocimiento internacional de la República proclamada el 27 de septiembre.

Nadie duda del impacto enorme que tendría que el gobierno de Cataluña, formalmente depuesto por el gobierno español, ganara claramente las elecciones y volviera a palacio. Imagínese que la primera reunión del gobierno salido de las urnas ilegítimas de diciembre fuese una fotografía de los mismos miembros que el 155 intentó destruir. Si la fuerza de las urnas reconstruyera el gobierno que España ha dispersado en cárceles o en el exilio, Rajoy y Sánchez tendrían el problema más grave que podamos imaginar y se hace difícil de creer que Europa mantendría como si nada esta posición intransigente de ahora. Especialmente, visto que las críticas y las quejas contra el autoritarismo español crecen cada minuto.

Pero parece que no habrá esta posibilidad, por voluntad propia de los partidos independentistas, y que, por tanto, nos encaminamos a unas elecciones en las que a los votantes nos obligarán a elegir entre compañeros de celda y exilio. Este sí, aquel no. A esto o a rebelarnos a ello no acudiendo a votar.

Rebelarse a ello porque lo más preocupante de todo esto no es discutir sobre si existe la posibilidad de tener más votos de una manera o de otra, sino imaginar cuál será, al día siguiente de las elecciones, la intención de los partidos independentistas catalanes que ahora se comportan así.

Porque ese día habrá un presidente que supongo que no será el presidente de la Generalitat. ¿Y entonces qué? ¿Elegirán, sin inmutarse, uno diferente del que ahora hay en el exilio luchando por preservar la institución? ¿Como si no hubiera pasado nada? Puedo llegar a imaginar que el presidente Puigdemont, si ese fuera el caso, no tendría ningún inconveniente en dimitir en su favor, pero con ello al final no haremos sino dar la razón al gobierno español y validar el 155. Quien sea presidente sustituyendo Puigdemont deberá la presidencia a Mariano Rajoy y al 155. ¿Y qué haremos a partir de entonces? ¿Y cuál será la propuesta de futuro que nos ofrecerá un presidente elegido en estas condiciones? Hay una república independiente que ha sido proclamada. ¿Reconocerá esta república el presidente elegido gracias a la aplicación del 155? Si no la reconoce será muy grave. Y si la reconoce, ¿cómo justificará su presidencia si el presidente está en el exilio? ¿Cómo explicará que el 131 presidente de Cataluña lo es porque acepta que el 130 haya sido apartado de forma ilegítima del poder?

¿O es que estos candidatos independentistas, cuando nos hablan ahora del ‘retorno de nuestras instituciones’ en realidad no aspiran sino a volver a la Cataluña que era una comunidad autónoma en España?

PD. Dicho todo esto, no confundan los partidos con el país ni piensen que nos quedamos sin salidas. El proceso independentista ha sido, también, una batalla contra la obsesión partidista y ha conseguido que a veces los partidos hayan sido capaces, a pesar de todo, de hacer grandes cosas juntos. Nada nuevo, pues. Continuamos.

VILAWEB